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miércoles, 28 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 16 (De nuevo en Hénder)

Y les vemos camino de Hénder, un baño, 
una pesca y un encuentro imprevisto 
en la noche y otro inesperado
en la Ciudad



DE NUEVO EN HÉNDER



La mañana de la partida se durmieron. Allí no había gallos ni ruidosas carretas. En aquel bario los cientos de comercios abrían a media mañana y la actividad a aquella temprana hora era nula; de modo que nada les despertó hasta que el sol, que penetraba inmisericorde por la ventana les dio en la cara. Fue Fan el que se incorporó primero y, al darse cuenta de la hora que era, sacudió a Merto, que dormía a pierna suelta.
Cuando acabaron saliendo de la posada, camino hacia el centro, los comercios iban abriendo sus puertas y comenzaba a notarse una tímida actividad por las calles con gentes que deambulaban,  presurosas o pausadas, sin que ellos pudieran adivinar qué rumbo llevaban ni qué objetivo tenían en mente.
Pararon un momento a fin de comprar algunos comestibles para el camino y siguieron su marcha hacia el sureste, adentrándose en tierras de cultivo y granjas.
Pero no pudieron caminar mucho tiempo en aquella dirección, porque aquel río que cruzaron a la ida, el Río Claro, les cerraba el paso e iba mucho más crecido que cuando lo vadearon. Ahora era imposible hacerlo sin correr el riesgo de ser arrastrados por la corriente. Eso les desviaba la ruta y allí no había barcas como en el Gran Lago.
Tenían dos opciones: Cruzarlo volando o esperar a hallar un vado o un lugar apropiado para hacerlo sin peligro.
Fan prefería hacer aquel viaje a pie y evitar los vuelos, ya habían hecho muchos en los últimos tiempos y le apetecía hacerlo con calma y disfrutando del camino.
Merto tampoco puso pegas, las habría puesto si le hubiera dicho de ponerse el arnés y someterse a la tortura del vértigo. Tampoco le hubiera puesto pegas a ir en la mochila, pero prefería hacerle compañía a su amigo y poder comentar los últimos acontecimientos al paso que caminaban.
El día era agradable y daba gusto avanzar a la sombra de los árboles que bordeaban el río. Pero acabó llegando la hora de hacer una pausa para comer y se acercaron más a la orilla del agua. Hallaron un remanso amplio de aguas quietas y claras que invitaban al baño. Algunos insectos volaban sobre las tranquilas aguas y acababan siendo presa de los peces que saltaban chapoteando y rompiendo el espejo de aquellas agua cristalinas.
- Aquí tenemos pesca – dijo Merto - ¿qué te parece si atrapamos algo para comer?
- Dudo que la red nos sirva para algo. Pero de lo que me están entrando ganas es de darme un buen chapuzón.
- Debe estar muy fría.
- No creo. Viene de las montañas, muy al norte, el día es caluroso y debe estar a punto para un baño. Pruébalo.

Merto se acercó a la orilla, metió la mano y dijo:
- Tienes razón. Está perfecta. Yo también me voy a bañar.
De modo que se metieron en el agua y dieron unas brazadas. Fan acabó buscando entre unas rocas y consiguió atrapar un pez de buen tamaño, que asaron y dieron buena cuenta de él.
- Sólo tenemos dos modos de cruzar: hacerlo volando o buscar un vado más abajo, pero he visto que aquí se hace pie y que apenas hay corriente. Se podría llegar a la otra orilla fácilmente – dijo Merto.
- Pues luego lo intentamos, pero una buena siesta ahora que hemos comido bien no la perdono. Además aquí se está perfectamente.
- Pero no hagamos la siesta del rey Bluerico

Ambos rieron y se tendieron en la hierba fresca. Durmieron un buen rato y luego cruzaron a pie. Merto llevaba en alto la mochila en la que habían guardado las ropas y demás. Llegaron hasta la otra orilla más fácilmente de lo que habían pensado porque el nivel del remanso había descendido bruscamente y el agua les llegaba sólo por las rodillas.
Una vez fuera comprobaron que el nivel del agua volvía a subir. ¿Qué raro fenómeno había sucedido?.
Fan buscó en la mochila y un enorme caudal de agua brotó por la boca. Sacó la mano asustado viendo un torrente correr presuroso a sumarse con las aguas del río.
- ¿Estás seguro de que no has bajado los brazos?
- Ha sido un momento, no creí que pasara nada ni que se mojara nada. He resbalado en el fondo y al manotear para recuperar el equilibrio debo haber sumergido la mochila.
- Pues se ha bebido medio río. Ahora llevamos un lago en ese espacio infinito. Pero voy a comprobar si las cosas están bien. A ver la ropa, porque no vamos a ir así.

Introdujo la mano y sacó las ropas secas, tal como las habían guardado. Se vistieron y Fan comprobó que las Joyas y las provisiones se encontraban bien y en seco. Reanudaron el camino hacia el sur. Ahora sabía que la mochila podía beberse un río y hasta es posible que un lago o un mar. Había que tener cuidado con ella y no correr riesgos. Claro que también podría servir para transportar agua abundante a tierras áridas.
Atrás dejaron el Río Claro que se desviaba ligeramente. El terreno allí ya no era lo mismo que cuando entraron en los dominios de Dwonder. Conforme avanzaban se iba volviendo más seco, aunque al otro lado del río y desde la salida de la Capital continuaba siendo un buen terreno de pastos, pero ellos ya caminaban hacia los límites con Hénder sobre un terreno pedregoso y seco, que cada vez resultaba más accidentado. Hubo un momento en que Fan pensó en dar suelta a toda el agua del río que quedaba en aquel espacio interminable de la mochila y regar aquel erial, pero desistió de ello. Algún momento más oportuno se presentaría más adelante.
Acabaron dando con una ruta de carretas que unía posiblemente Hénder con Dwonder pero no se veía transitada ni se imaginaban en qué punto atravesaba el Río Claro. Ni siquiera se les había ocurrido preguntar por dónde se iba a Hénder, porque se habrían ahorrado un gran rodeo de haber sabido que había un puente, pero también se habrían perdido el baño, la pesca y el descubrimiento de lo que la mochila podía hacer con un río. Hasta en los caminos difíciles se puede hallar algo positivo.
La ruta permanecía solitaria. Era evidente que no había mucha relación entre ambos reinos. Ya Halmir les había comentado que sus carretas, por su estratégica situación, tenían que hacer de intermediarios entre los reinos. Transportaban, además de los frutos de las palmas, mercancías diversas entre unos y otros, salvo las relaciones entre Trifer y Quater, que eran colindantes y con un tráfico entre ellos fluido y directo. Pero también eran colindantes otros reinos y, sin embargo, no se intercambiaban mercancías directamente. Tal era el caso de Hénder y Quater, por dificultades de acceso, debido a la distancia y las montañas que les separaban en su frontera sur. Pero lo que era incomprensible era la ausencia de comercio fluido entre Dwonder y sus reinos vecinos, posiblemente por el estilo individualista de sus gentes y la ausencia de voluntarios dispuestos a transportar y comerciar con sus productos. Por todo aquello, la ruta por la que avanzaban hacia la frontera estaba desierta.
Los carreteros de Hénder y de Trifer hacía tiempo que habían dejado de ir a Dwonder porque no tenían a nadie que recibiera sus mercancías y tampoco podían perder un tiempo precioso visitando todos y cada uno de los comercios individuales.
A Fan le preocupaba la falta de un lugar adecuado para pasar la noche: no se veía posada, granja, bosque, cueva,.. ni nada que les sirviera de refugio, de modo que se detuvieron junto a unas rocas y se dispusieron a cenar y a dormir.
Acurrucados al pie de una alta roca, como aquella que marcaba el camino hacia la Cabaña del Mago, lograron dormir, aunque no por mucho tiempo. Merto no acababa de lograr un sueño profundo, estaba inquieto, se desveló al poco y, sacudiendo a su compañero, consiguió despertarlo.
- Fan, Fan: No estoy tranquilo. No puedo dormir pensando que estamos aquí, en un camino, expuestos a cualquier cosa. ¡Quién sabe lo que puede andar por aquí! Y lo que nos puede sorprender dormidos.
- Como si esta fuera la primera vez que tenemos un refugio tan precario. No sé por qué te preocupas, anda, déjame dormir. ¿No ves en lo alto de la piedra a Zafiro y Zaf? Ellas ya nos avisarían si sucediera algo.
- Aún así. ¿Y si sacamos a Rubí?
- No creo que sea necesario, pero si te vas a quedar más tranquilo y vas a dejar de incordiarme, hazlo.

Así que Merto hizo salir a Rubí y, tras decirle que estuviera vigilante, se acabó durmiendo más tranquilo, aunque no por mucho tiempo.
Un largo aullido les despertó y les puso alerta. Recordaron aquel encuentro nocturno en las ruinas de Quater, pero esta vez no se trataba de un niño desharrapado tropezando con ellos; sino Rubí, plantado en medio del camino, y aullando a un bulto oscuro parado unos largos más allá.
Fan y Merto, acompañados por un Rubí con la cola enhiesta y el pelo erizado, se acercaron a aquella cosa que se recortaba en el camino a la luz de Flamia creciente.
Una carreta, tirada por dos alzemús, se encontraba frente a ellos. Los pobres animales estaban muy asustados y podían salir corriendo en alocada estampida, pero Fan contuvo a Rubí y Merto se acercó a ver qué era aquello.
Parecía que nadie conducía aquella carreta, todo estaba negro, hasta que pudo distinguir dos puntos brillantes en el pescante. Se trataba de un habitante de Hénder, invisible en medio de la oscuridad y sólo vagamente perceptible a la luz de la única luna presente.
- ¡Hola! ¿Quién eres? - dijo Merto con voz que intentó ser tranquilizadora para aquella persona, pero también para él mismo.
- No me hagan nada. Sólo soy un carretero buscando dónde parar a dormir, pero no llevo nada de valor, sólo hierros.
Fan envió a Rubí hacia la roca y se acercó.
- No debes temer nada, pero nos has despertado y no has alarmado. Vamos, sigue tu camino o párate a dormir aquí, porque no vas a encontrar nada más adelante que te vaya a servir.
- Pues si les he alarmado, no vean lo que he sentido yo con ese sonido tan horrible. Aún no soy capaz de moverme y creo que me tendré que cambiar de ropa interior. Pero… ustedes parecen Hurim y no veo qué pueden hacer por este camino, aunque ese animal que les acompaña….

 - Bien – dijo Fan – no te vamos a engañar. Nadie, ningún hurim viaja acompañado por un lobo. Somos esos que sospechas pero vamos de incógnito hacia Hénder.
- Pues bien poco incógnito vais a tener si seguís acompañados por este extraño animal. Y sí, necesitaba dormir y lo estaba haciendo en el pescante mientras mis alzemús seguían el camino. Pero… ¡menudo susto nos ha dado ese animal con su grito!
- Tranquilízate. No te va a hacer nada. Ven con nosotros hasta esas rocas en las que intentábamos dormir hasta tu llegada. Y no sé si has cenado algo. Nosotros ya lo hemos hecho.
-No he cenado aún, llevo algo de comida de Hénder, pero espero comprar comestibles en Dwonder y venderlos luego bien, lo mismo que la carga que llevo allí.

 - Pero ¿Has estado antes en Dwonder? - dijo Merto.
- No. No he estado nunca. Los que antes han intentado comerciar con ellos me han dicho que si estaba loco, pero creo que hay que intentarlo y no depender de los hurim como intermediarios únicos.
- Pues lo tienes complicado. Ya te veo puerta por puerta intentando vender, intercambiar o comprar. Pero ya lo verás por ti mismo.

En esto ya habían llegado a las rocas. Soltó los alzemús y se pusieron a pastar la escasa hierba que por allí había. Los alzemús son una especie muy dura que asimila todo lo que se parezca a algo vegetal por muy seco que esté.
- ¿Conoces los productos de Dwonder? - dijo Fan mientras sacaba de la mochila algo de fiambres.
- Aparte de cordero y quesos que nos vienen a través de Serah, no conocemos nada más.
- Pues prueba ésto. A ver qué te parece.
- Hmmm. Está muy bueno. Nunca había probado nada igual. Ésto sí que lo vendería muy bien en Hénder.
- Pues te aconsejo una tienda en el centro. Tiene ventanas redondas y es de color verde, no hay otra igual. Pero lo que te va a costar más es hallar alguien que te compre lo que llevas, aunque con paciencia y pateando la ciudad puede que encuentres alguien que se dedique a la construcción o la decoración. Bueno. Ya es tarde. Cena y durmamos lo que podamos.

Tras cenar se acercó a la carreta, sacó una manta, se envolvió en ella y se echó a dormir. Ellos regresaron a su manta, se taparon con la capa y todos durmieron sin más interrupciones bajo la atenta vigilancia de Rubí.
Bien de mañana desayunaron los tres y Fan le dijo:
- Te deseo mucha suerte en tu intento. Aquella gente es muy peculiar, pero puedes acabar haciendo negocio si no te desanimas. Sólo te voy a pedir una cosa.
- ¿Y qué es?
- Que cuando regreses a Hénder no digas a nadie que nos ha visto. No queremos llamar la atención.
- Así lo haré. Os estoy muy agradecido por vuestros consejos.
 
- De todos modos si, cuando llegues, ya nos han descubierto o nos hemos dado a conocer, nos gustaría volver a verte y que nos cuentes cómo te ha  ido en Dwonder – dijo Merto.
- Contad con ello.
Volvió a uncir al yugo a los dos alzemús y se puso en camino. Ellos también lo hicieron, aunque en dirección contraria, acompañados por Rubí al que no habían “liberado” en el espacio infinito de la mochila.
A buen paso les faltaría una jornada para llegar a la Capital de Hénder; y no aminoraron el paso, salvo a la hora de comer. Se detuvieron en una cabaña rústica que podía pertenecer a algún cazador, aunque se notaba abandonada hacía tiempo. Comieron, no se detuvieron mucho y continuaron la marcha.
Comenzaba ya a caer el sol cuando, rendidos y acalorados, avistaron las torres del castillo de Hénder. Recluyeron a Rubí en la mochila, comprobaron que las mariposas seguían sus pasos, allá en lo alto y continuaron su marcha por aquel camino que ya comenzaba a ser más frecuentado.
Los eriales dieron paso, poco a poco, a tierras de cultivo y granjas, como ya habían visto en los otros reinos. Aquello parecía una constante, y era natural. De algo tenían que alimentarse en la ciudad y, por ello, todas estaban rodeadas de huertas y granjas que proveían de los comestibles básicos.
Fan había tenido la precaución de pintarse ambos las caras y manos de negro. No era normal que, por allí, por el camino de Dwonder, pudieran llegar los hurim, y ellos pretendían pasar desapercibidos.
Cuando ya se vieron en los arrabales, se quitaron la pintura sin ser vistos. Ya dentro de la ciudad no era extraño ver hurim ni de otros colores. Últimamente las visitas de los hurim eran muy frecuentes, no sólo por los frutos, sino por los productos de los otros reinos. Se alojaban en las posadas y deambulaban por las calles para intercambiar, comprar o vender mercancías.
Acabaron siendo los comerciantes más habituales de la Tetrápolis. Por eso ellos pasaron desapercibidos, como cualquier hurim, mientras atravesaban las calles y buscaban una posada en la que alojarse, cenar y reposar de aquella jornada.
No podían ir a una posada en donde les reconocieran, pero no había ninguna en donde pudieran reconocerles fácilmente puesto que, las veces que habían estado allí, se habían alojado en palacio.
De todos modos eligieron una posada pequeña en un barrio periférico, cerca de la ruta hacia Serah y en la que debían alojarse a menudo los hurim, aunque también corrían el riesgo de tropezarse con alguno de ellos y ser descubiertos. Pero, en aquel momento, no parecía que hubiera alguno por allí y tendrían cuidado para evitar algún encuentro inoportuno.
Consiguieron habitación, un baño en los servicios colectivos, se cambiaron de ropa, reposaron un rato y cenaron. La cocina de Hénder ya la conocían, predominaban los vegetales aunque se añadían algunos productos de otros reinos. No era comparable a la cocina de Palacio que era la que ellos conocían bien, pero no eran muy exigentes y no le hicieron ascos a la ensalada ni al guiso de legumbres con algo de cordero de Dwonder. Tampoco tenían patatas allí y Fan lamentó no haber pensado en ello y haber reservado algunas, porque aquel guiso habría mejorado mucho.
Fue al día siguiente cuando, deambulando tranquilamente por las calles próximas al castillo del rey Melanio, tuvieron un encuentro imprevisto. Iban paseando, confiando en su anonimato, cuando se toparon de manos a boca con un personaje, encorvado y encapuchado, que les cortó el paso. Intentaron esquivarlo pero, si ellos se movían a la izquierda, él también, y si a la derecha, él también,… hasta que se quitó la capucha y le reconocieron.
- ¡No es posible! - dijo Fan
- Todo es posible – dijo Góntar.
- ¡Pero si venimos de incógnito! - replicó Merto
- Pero no contabais con que soy un mago.
 - Pues ya nos has fastidiado el plan. Nosotros no queríamos ser reconocidos y pasar los días en Palacio sometidos a protocolos y agasajos – dijo Fan.
- Pues no debéis temer que yo os descubra, pero me gustaría estar con vosotros y saber de vuestras aventuras. No quiero interferir en vuestros planes que, aunque soy mago, no sé cuales son.
 - Nosotros también deseamos tu compañía, pero no en Palacio. Y nuestros planes eran conocer el Hénder de verdad. ¿Quieres creer que conocemos más las capitales de los otros reinos y Serah que esta ciudad? Siempre recluidos en Palacio las veces que hemos estado aquí – dijo Fan.
- Tienes razón y te lo admito. No voy a interferir en vuestros planes, pero… ¿Cómo podemos departir y convivir? 
- Siempre que no sea en Palacio, donde tú digas – respondió Merto por los dos.
– Pues bien. Os voy a hacer de guía para que conozcáis esta ciudad tan bien como decís conocer las otras tres, pero os aconsejaría mudaros a mi cabaña; porque sí, aparte de mis aposentos como consejero en Palacio, tengo una cabaña en donde me siento libre cada vez que puedo eludir mis responsabilidades. Y no temáis. No es como aquella cabaña de allá abajo ni tiene hechizo alguno, de modo que vuestras Joyas pueden sentirse libres y sin peligro. ¿Vendréis?.
 - De mil amores. Y si quieres ahora mismo – dijo Fan.
Y así abandonaron su habitación en la posada y siguieron a Góntar hasta una casita con jardín en las afueras. En unas afueras tan discretas como pudiera desear un mago y tanto como pudieran desear Fan Y Merto. Hicieron salir a las Joyas de la mochila ante la vista de Góntar, que no se extrañó. Lo que sí le extrañó fue ver dos mariposas, en lugar de una, descender sobre un umbro que presidía el jardín. Fan le tuvo que explicar lo que había pasado.
- De modo que la magia puede transmitirse en los genes – dijo pensativo – jamás lo habría pensado.
Aquel día comieron allí. Fan sacó de la mochila varios productos de los otros reinos y de Alandia. Frutas en almíbar y mermeladas que sabía le gustaban a Góntar, pero se reservó fiambres de Dwonder para experimentar cuando llegaran a Aste.
El día transcurrió con el inicio del relato de sus aventuras desde que partieron por última vez, aquella vez en que se habían escabullido de la despedida del rey. Muy pronto se les echó la noche encima y, tras cenar, Góntar les acomodó en una de las habitaciones libres. En el jardín se hallaban en sus glorias: Diamante, Esmeralda y las dos mariposas. Rubí reposaba enroscado en un rincón oscuro tras una abundante cena que le sirvió Merto con productos de la mochila.
Pasaron unos días en la cabaña de Góntar, aunque no era tanto cabaña como casa. Pasaban las mejores horas del día recorriendo la ciudad y todos los lugares de interés y luego relatando todas sus aventuras, que eran muchas, y respondiendo a todas sus preguntas, que también fueron muchas, salvo el secreto de la mochila que procuraron no desvelar.
Uno de aquellos días, mientras estaban enfrascados en los relatos, apareció por allí un negro cuervo. Fan no sabía si era el mismo que ya conocía, puesto que no sabía la expectativa de vida de los cuervos; aunque si éste era de un mago, podía tener los años que quisiera.
Góntar tuvo que marchar a toda prisa a Palacio, porque el cuervo era como una llamada de emergencia, un aviso que le obligaba a cumplir su misión de consejero del rey Melanio.




 

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