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miércoles, 21 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 15 (En Dwonder) parte 2

Tras su paso por aquella granja, su estancia 
en Dwonder fue breve y pronto acabaron 
marchando hacia Quater, pero con 
unas cuantas preparaciones
gastronómicas en proyecto




EN DWONDER 2



Ella siguió hablando y hablando, parecía que nada podía detener aquel torrente verbal, salvo la entrada de su marido. En ese momento dejó de hablar y comenzó a ordenar.
- ¿Ya has terminado? ¿Has echado los hierbajos al estercolero? ¡Ve a cambiarte! ¡Y lávate, que vas hecho un guarro! Pero primero sácales a estos amigos unas copas de licor de drufas. ¡No! ¡De ese no! Del que yo hago, del bueno. ¡Pero no te lleves la botella! Déjala aquí y vete reparando la cena, que yo estoy muy ocupada con esto. Pero no hagas como siempre, que luego no hay quien lo coma. No sé si has fregado lo de mediodía, si no lo has hecho ya puedes ir haciéndolo. ¡Ah! Y de paso barre la cocina, que está llena de migas, y…..
Fan levantó la mano, como pidiendo la palabra, ella se dio cuenta, calló y le hizo un gesto de aquiescencia.
- Permítame, señora, que nos presentemos. Yo me llamo Halder y él Halgor. Vamos camino de la Capital y hemos comido con Redmind. Ahora quería ofrecerles para la cena un pescado, que aquí llaman carpión, recién pescado en el Río Claro. 
- ¿Recién pescado en el Río Claro?. Está muy lejos y ya debe estar pocho – dijo ella, con un gesto de asco.
- Discúlpeme si la contradigo, señora, pero está en perfectas condiciones – dijo Fan, sacándolo de la mochila.
- A ver, a ver, que lo vea y lo huela
Un gesto de asombro se pintó en la cara de Reedhal, al tiempo que olisqueaba con deleite el pescado.
- Pues sí. Tienes razón. Está muy fresco. No he visto nunca un pescado tan fresco. Muchas gracias. ¡Tú! ¡Toma! Llévalo a la cocina y prepáralo, pero no lo estropees, que tú o quemas todo o lo dejas crudo.
El pobre granjero agachó las orejas, tomó el pescado con aquellas manos que aún conservaban restos de tierra, porque no había tenido ocasión de lavarse ni de hacer aquella lista interminable de órdenes, y se perdió por una puerta.
Ante la atenta mirada de ella se bebieron de un trago las copitas de licor de drufas y el caldo había sido algo tibio comparado con el abrasador brebaje. Les saltaros las lágrimas y las pocas papilas gustativas que habían sobrevivido al tazón de caldo acabaron totalmente insensibles e inservibles durante un largo rato.
Ella, tras echarse dos vasos de la botella y tragarlos sin inmutarse, se estuvo oliendo las manos con fruicción hasta que, pensó Fan, no debió quedar en ellas el más mínimo olor a pescado.
- Aquí no tenemos habitaciones para invitados, no somos pudientes y no podemos permitirnos esos lujos, pero creo que en el granero, sobre la paja, podréis dormir bien.
 - No se preocupe señora, en sitios mucho peores hemos dormido. Nuestros huesos ya están acostumbrados a las duras rocas o al duro suelo – dijo Merto.
- Sois unos hurim muy raros. Bueno, todos lo sois, al menos eso se dice, si se debe hacer caso a lo que se dice, porque para mi sois los primeros que veo en persona.
Pasaron mucho rato contándole las cosas que habían sucedido en Heria con las palmas reales y aquellos extraños venidos de lejanas tierras, explicando todo como si hubieran sido testigos y no protagonistas, y ella se admiró de todo lo que contaban.
Llegó ya el momento de cenar. Hasta allí les llegaba el aroma del pescado asado y el ruido del trajín que se llevaba el granjero en la cocina. Finalmente apareció en la puerta, limpio y con nueva ropa, se acercó a la mesa y comenzó a prepararla. Mientras, ella seguía trenzando soga y diciendo:
- No, ese mantel no, es pequeño, el de color verde. ¿Pero no ves que esas servilletas no pegan? ¡En qué estarás pensando…! Los platos llanos debajo. El tenedor se pone al otro lado ¿Cuándo aprenderás? No tienes remedio. Aún tendré que levantarme y hacerlo yo…
Pero, finalmente, quedó todo dispuesto. Ella se levantó y se acomodó en una silla que ya se veía adecuada a su constitución. Hizo una seña a Fan y Merto y éstos también tomaron asiento donde su dedo imperativo les indicó.
El granjero, que había regresado a la cocina, salió con una bandeja de verduras hervidas y luego salteadas con sebo de cordero, un tanto picantes pero no demasiado. Cuando la terminaron sacó otra bandeja con el pescado asado. Fan comentó:
- Nosotros comeremos sólo un poquito para catarlo, porque ya hemos comido otro a mediodía con Redmind; de modo que, si os parece, lo podéis acabar vosotros.
- Pues entonces ya estás marchando a la cocina y les traes dos platos del pollo escabechado que preparamos ayer.

Marchó el granjero, se le oyó trastear, y apareció con dos platos con un cuarto de pollo cada uno. Al probarlo estaba muy tierno y con un agradable saborcillo ácido y a hierbas. Se lo comieron muy a gusto, mientras los otros, especialmente Reedhal, daban buena cuenta del pescado.
Acabada la cena, el granjero, a una seña de su esposa, les acompañó al granero. Le había ordenado:
- Llévales una manta, porque allí va a hacer frío por la noche.
Ellos no dijeron nada, salvo “buenas noches”, por no contrariarla; puesto que, con la capa, no precisaban manta alguna, aunque luego la usaron para ponerla debajo, sobre la paja.
Esa mañana sí les despertó el gallo, casi a la oreja con su cantar matutino. Luego se despidieron de sus anfitriones, antes de que él tuviera que marchar a poner pienso a los animales y seguir arrancando malas hierbas.
- Les estamos muy agradecidos por su hospitalidad y hemos dormido muy cómodos en su granero. La manta la hemos dejado sobre la baranda, sacudida de pajas y doblada. Cuando vean a Redmind le dan recuerdos y las gracias por habernos encaminado aquí.
- Supongo que en la capital tenéis donde alojaros ¿o no?, porque yo les aconsej…
- Tú te callas! Aún les aconsejarás la posada de tu primo. Pero si necesitáis un lugar donde dormir y comer bien… id a la Posada Nueva de mi hermana Reethel y decidle que vais de mi parte.

Y se pusieron en camino. Por un momento habían visto, en el agrio rostro de Reedhal, una sonrisa amistosa.
Conforme se iban acercando a la Capital, iban proliferando las granjas, cada vez más cerca unas de otras y cada vez se apreciaban caminos que se entrecruzaban; caminos que, hasta bastante después de abandonar aquella granja, no existían.
El que tomaron en dirección a la Capital, acabó desembocando en otro más amplio que seguía en la misma dirección y que ya se veía más transitado. Una carreta, tirada por saltarenas adiestrados, se les acercaba en sentido contrario, la conducían en el pescante dos hurim, pero Fan y Merto procuraron volverse de espaldas para no ser reconocidos y descubiertos. La carreta pasó de largo y ellos siguieron el camino.
Era ya mediodía cuando algo diferente se veía a lo lejos, debía ser la ciudad, pero no les daba tiempo para llegar y ya comenzaban a tener hambre. Así que buscaron un lugar apropiado para hacer una parada, comer algo y descansar un rato. Cerca de una granja vieron un grupo de umbros que podrían brindarles una buena sombra y decidieron parar allí, salieron del camino y se internaron entre los árboles.
Sentados en tierra, en un poco de hierba seca, sacaron algunas de las provisiones: unos trozos de pan y queso que les había dado Redmind, porque no se trataba de hacer una comida complicada, sino un tentempié. Con aquello y con un frasco de frutas de Alandia quedaron satisfechos.
Dieron una corta cabezada y continuaron la marcha.
Era media tarde cuando se internaban por los arrabales de la ciudad. Fan preguntó a alguien por la Posada Nueva y les indicaron por donde llegar. Allí parecía que la gente ya no se extrañaba por ver hurims, porque nadie se les quedaba mirando ni veían gestos de extrañeza.
Llegaron a la posada, preguntaron por Reethel y le dieron recuerdos de su hermana. Les condujo a una habitación con dos camas, según ella la mejor de la posada y de la ciudad. No es que fuera gran cosa, pero era cómoda, acogedora, luminosa, limpia y… bastante mejor que las posadas de camino de Quater.
Se cambiaron de ropa, tras flotar un rato en las bañeras del baño colectivo de la planta baja y se tendieron un rato para descansar de la última caminata. Luego bajaron a cenar.
Allí no era como en Heria. No había cinco menús. Sólo había uno y todo eran platos de Dwonder, pero se podía elegir. Decidieron pedir dos platos diferentes de primero para poder compartir, pero nada de verduras ni ensaladas, pidieron uno de quesos y otro de fiambres. Y les trajeron un plato de quesos varios y otro plato de algo que parecía pata de cinguo, pero allá arriba no había cinguos, además de otras rodajas extrañas de algo que, al pronto, ni tampoco luego, pudieron identificar.
Los quesos no eran tan buenos como el de Fan, ni siquiera como el de Redmind, pero no estaban mal. Unos tenían cubierta la corteza de plantas aromáticas picadas, otros de especias de diferentes colores y otros de algo muy picante, aunque no lo descubrieron hasta que ya no hubo remedio.
Los fiambres eran todos muy extraños para ellos. Parece que aún no los llevaban a los reinos porque no los producían en cantidad suficiente y por eso allí no los habían visto. Unas lonchas parecían a la pata curada de cinguo y tenían la misma textura y sabor aunque les faltaba el aroma especial de las plantas aromáticas de las que el cinguo se alimentaba. Fan tenía curiosidad y preguntó, resultando que todo aquello eran diferentes preparaciones de cordero: la pierna curada en sal, lo mismo que ellos hacían con el cinguo, otras partes del cordero picadas, mezcladas con diferentes especias que se introducían en los intestinos del propio cordero, unas secadas al oreo y otras cocidas. Cortadas en rodajas estaba todo muy bueno.
Fan intentó identificar las diferentes especias y tomó nota mental para probar de hacerlo cuando regresaran a Aste.
De segundo Fan había pedido cordero, aunque no asado ni frito sino de una receta especial de Dwonder. Y era especial, muy tierno y muy sabroso. Según le contaron se hacía con grasa del mismo cordero pero a baja temperatura con hierbas y especias pero durante largo tiempo, y también tomó nota mental. Merto había pedido pollo confitado y resultó ser lo mismo que lo de Fan, pero con pollo en lugar de cordero. De postre ya no había que hablar, estaban hartos de drufas, se conformaron con una infusión y se fueron a dormir.
Al día siguiente salieron a ver la ciudad y era un tanto caótica. Las calles no es que tuvieran una simetría ni un poco de orden. Parecía que cada constructor lo hacía a su manera y nada se parecía a nada, la incoherencia era lo más coherente. Una cosa sí tenían en común; los materiales no lo eran precisamente porque todos tenían que venir de fuera y había casas de madera, de ladrillo y de piedra, de todo un poco y un poco de todo. Lo que sí tenían en común era que las plantas bajas eran todo comercios, pero comercios monográficos. Quien habitaba en la planta superior, abajo vendía lo que producía: si tejía, tejidos, si bordaba, bordados, si hacía tapiz, tapices, si hacía embutidos, colgaban largas tripas o piernas de cordero en salazón, de una barra, si quesos, quesos… de modo que cada casa exponía y vendía lo que sus moradores producían. Fan compró fiambres varios para llevarse a Aste e intentar reproducirlos.
Comieron algo en aquel comercio de fiambres porque tenía unas mesitas para catar los productos y, entre cata y cata, mataron el apetito.
Aparte del color de sus habitantes, el rojo, las calles eran de lo más abigarrado en cuanto a colorido y formas; todas las casas, con sus respectivas tiendas, se habían construido al aire del profesional de turno o el capricho del propietario y cada uno de ellos hacía lo que le venía en gana. Formas cuadradas, redondas, irregulares,… cada casa era una idea plantada en la calle de cualquier manera. Era difícil imaginar cómo podían acomodar los muebles allí dentro o cómo podían vivir con paredes torcidas, ángulos imposibles y suelos inclinados.
La única cosa que se salvaba del caos general era el Palacio de la reina Reedha III; aunque ella, personalmente, lo habría hecho de otra manera. Pero como lo había construido su antepasada Reddis VI que, por ser guerrera, tenía la mente cuadriculada, así salió el Palacio, sin una pared torcida ni un suelo inclinado. Lo habían construido en un tiempo en que no se podían conseguir materiales de los otros reinos con los que estaban en guerra, de modo que se tuvo que edificar con los escasos materiales con los que contaba el reino. De hecho habían tenido que acarrear las piedras desde aquella montaña, también caótica, que Fan había encontrado al salir del desierto, pero la reina no permitió que ningún constructor se desmandara y que hiciera lo que le diera la gana, como solían hacer. Ella dibujó los planos y supervisó las obras desde el principio, de modo que tuvieron que hacerlo como ella quería.
Constaba de dos altas torres de planta cuadrada a ambos lados de una gran puerta. En el puente que unía las torres, sobre la puerta, había una enorme barbacana con aberturas para arrojar desde arriba: piedras, flechas, sebo de cordero encendido,… a cualquiera que pretendiera forzar la puerta. Tras la puerta, un amplio patio de armas capaz para un regimiento de saltarenas ligeros, al fondo la Torre del Homenaje que se alzaba sobre los aposentos reales. Todo ello de un gris uniforme y sin el más mínimo árbol o planta que viniera a atenuar la sobriedad castrense de aquellos pétreos muros.
No quisieron darse a conocer ni entrevistarse con la reina, porque ya conocían cómo se las gastaban las matriarcas de aquel reino y prefirieron seguir de incógnito hasta marchar. La verdad es que ya habían visto las calles, el Palacio, pernoctado en una granja, comido con un pastor sibilante, … y pensaban que no había nada más que ver, hasta que vieron un cartel pegado en las fachadas, que decía:

COMPAÑÍA LIBRE DE TEATRO DE DWONDER
DWONDE CADA CUAL HACE LO QUE
LE APETECE Y SE INVENTA TODO
Próximo estreno en el
AUDITORIO

-¿Un auditorio? - dijo Merto – podríamos ir a ver qué es.
- Será una sala de espectáculos como aquella de Sirtis. Aunque no puedo imaginarme lo que puede salir de todo esto.
- Pues vayamos a verlo. Tampoco tenemos otra cosa que hacer.
- Esta noche es el estreno ¿sacamos las entradas
- Sacamos

Cenaron en el centro, en un local que tenía más aspecto de almacén que de otra cosa. Pese a que la fachada resultaba llamativa y les invitaba a entrar, el interior era oscuro y lleno de estanterías con cajas hasta el techo, pero tenía mesas y sillas, aunque la cena no estuvo mal.
Luego se acercaron al Auditorio, sacaron dos entradas y penetraron en aquel local, amplio, con filas de asientos dispuestas en forma semicircular sobre una superficie inclinada. Al fondo, allá abajo, se apreciaba una plataforma cuadrada semioculta por una gran cortina bordada con motivos irregulares e irreconocibles. Lo del suelo inclinado les intrigó al pronto, no sabían si era un capricho del constructor o era necesario para una mejor visibilidad. Se sentaron a media altura y más o menos en el centro y esperaron a ver qué pasaba. La gente seguía afluyendo y se iba acomodando, hasta que alguien salió con una larga pértiga y fue apagando las velas de los grandes candelabros de bronce que colgaban en los dos laterales y la sala quedó a oscuras.
Tras la gran cortina se adivinaban movimientos agitados de gente que se movía de un lado a otro y comenzó a traslucirse algo de claridad. Parecía que estaban encendiendo allí otros candelabros.
Poco a poco se fue desplazando hacia arriba aquella cortina dejando descubierta en su totalidad aquella plataforma sobre la que se veía algún mueble y con un fondo decorado imitando un bosque de tupida vegetación. Por el título de la obra que vieron al entrar aquello no parecía muy acorde con “LAS MARGARITAS NUNCA MUEREN SOLAS” ; pero, dado el carácter de aquellas gentes, tanto el decorado como el título podían ser el capricho de alguien y no tenía necesariamente que formar un todo coherente, como no lo hacían sus calles y sus casas. Se trataba de esperar y ver qué sucedía allí.
Y algo sucedió. Comenzaron a sonar unos instrumentos que, más que musicales, parecían de tortura. Cada uno de ellos sonaba individualmente formando una algarabía sonora casi insoportable, pero el público a su alrededor parecía extasiado.
Salió a escena una joven pizpireta con vestidos vaporosos, tan vaporosos que al público de las primeras filas les dio tos, les empañó la vista y las velas que iluminaban la escena chisporrotearon. Se puso a bailar dando giros y más giros sobre las puntas de los pies al descompás de la música. Se veía que intentaba seguir el ritmo de una música sin música y sin ritmo.
Al poco entró una señora corpulenta, vestida de negros ropajes y comenzó a aullar algo ininteligible y poco musical que ni tan siquiera Rubí habría entendido, mientras la otra seguía danzando y danzando. Al poco sonó un silbido, pero no entre el público, que hubiera sido para ellos comprensible, sino tras el decorado. Salió a escena alguien vestido de pastor con una oveja al hombro. Soltó a la oveja, que se fue al fondo del verde decorado e intentó comérselo. El pastor se acercó a la joven danzarina y la tomó de la mano. La otra seguía aullando pero ni siquiera al inexistente ritmo de la música.
Fan y Merto no entendían nada, aquello no tenía sentido, les hacía daño a los oídos, era totalmente absurdo, y decidieron levantarse y marchar, pero todo el público se volvió iracundo hacia ellos, hasta los tres `personajes del escenario, y les increparon gritando como una sola voz:
- ¡Qué falta de respeto por el arte! ¡No se muevan de ahí!
Por una vez los habitantes de Dwonder habían reaccionado colectivamente y no individualmente. Ellos tuvieron que permanecer sentados sin mover un músculo en todo lo que duró el espectáculo, con escenas aún mas absurdas que aquellas, a lo largo de más de tres largas horas, también largas.
Aquella experiencia les proporcionó un dolor de cabeza, les quitó las ganas de conocer algo más de aquel reino loco, loco, loco, y decidieron marchar camino de Hénder al día siguiente.


DE NUEVO EN HÉNDER

el próximo jueves
 





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