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miércoles, 7 de junio de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 14 (De nuevo en Serah) parte 2

Fan y Halmir vuelan hasta Alandia, la Alandis la Bella, 
la de los ricos frutos y las bellas flores de la 
que se hablaba en las leyendas de los 
hurim y tienen un fugaz encuentro 
con un viejo amigo


DE NUEVO EN SERAH 2




Cuando regresaron ambos volando con sus arneses, aparentando haber hecho así todo el viaje, Halmir se les quedó mirando con envidia y dijo:
- Me gustaría probar yo también el vuelo, aunque no estoy seguro.
- Pues vas a tener que probar y ya me dirás. A ver si voy a ser sólo yo el que lo pasa mal.
- ¿Qué te parece si damos una vuelta y ves desde arriba tus dominios?. Anda Merto, pásale tu arnés y enseñale a ponérselo.

Y se elevaron por los aires. Halmir sintió un vértigo repentino, pero se le fue pasando y pudo disfrutar de la vista de los campos de palmas, la población, con sus tejados rojos casi como la hierba y que quedaban mimetizados desde la altura, los pequeños huertos y, rodeando aquella pequeña mancha bicolor, la inmensidad del desierto que, mirase hacia donde mirase, acababa fundiéndose con el cielo en una curva interminable.
Fue un vuelo corto, pero intenso. Halmir disfrutó de él y tomó buena nota
de ciertos lugares para adoptar medidas,  puesto que pudo apreciar pequeños fallos en la barrera de sal por los que se proyectaban unas ramificaciones rojizas hacia las arenas.
Una vez en tierra se les acercó Merto.
- Parece que soy el único que se marea, te veo muy entero
- Pues sí, y me ha gustado mucho. No me importaría repetirlo y por más tiempo.
- Pues de eso os quería hablar a los dos. Eso que andaba pensando ya lo tengo claro, siempre que Halmir esté dispuesto, que me parece que sí. ¿Qué te parecería volar hasta Alandia y traernos frutales y semillas?
- ¡Eso! Y yo me voy a quedar aquí. ¿No?. Gracias hombre, gracias por contar conmigo.
- No te lo tomes mal. Sólo tenemos dos mariposas ¿O quieres ser tú el que le acompañe volando?
- ¡No! ¡no! De ningún modo, no he dicho nada, me parece muy buena idea. Además… alguien tiene que quedarse aquí al frente de todo y a cuidar del resto de las Joyas.
- Ahora sí veo que has entrado en razón, pero… ¿tú qué dices Halmir?
- Que estaré encantado de acompañarte, de ser tu compañero de aventuras, tu Merto por un tiempo. Y conocer la tierra de mis antepasados. Aunque por otra parte yo no soy un valiente aventurero como vosotros y me da algo de reparo.
- No te preocupes que no correremos ningún riesgo innecesario y ya verás cómo disfrutas del viaje y de las vistas. Aunque nuestra cadena de anillas ya está en las últimas tras tantas posadas y casas de comidas por las que hemos pasado, de modo que no sé si me va a alcanzar para las compras.

- No te preocupes - dijo Halmir - eso corre de mi cuenta y además, toma esta otra cadena. No vayas a ir por ahí sin dinero.De modo que hicieron los preparativos para el día siguiente. Tendrían que hacer, al menos, tres etapas y otras tres al regreso; por lo que, contando con el tiempo que permanecieran en Alandia, pasaría más de una semana en estar de vuelta. Renovaron las provisiones, rellenaron los odres de agua y se retiraron temprano para salir bien de mañana a fin de poder atravesar el desierto de un vuelo.
El primer salto les llevó hasta el borde del desierto con Hénder, pero a media distancia entre Hénder y la fuente de las ranas. Hasta allí habían tenido que parar un momento muy breve, porque el sol apretaba de firme y la arena quemaba, para comer algo, pero finalmente habían dejado atrás las arenas y llegaron a unas rocas en donde hallaron abrigo, cerca de los bosques existentes entre Hénder y Quater. Las mariposas habían llegado exhaustas por el esfuerzo, pero habían logrado llegar. Encontraron algo de leña e hicieron una buena fogata. La noche se anunciaba fría en aquel terreno semidesértico. Halmir preparó algo caliente de cena, un guiso de carne con verduras que a Fan le gustó. Las mariposas, que habían volado en busca de néctar que libar,
no tardaron mucho en regresar, por lo que no debían haber ido muy lejos.
Se tendieron sobre la manta y se cubrieron con la capa. Para Halmir aquello era una novedad, algo incómoda comparada con su mullido colchón de lana de Dwonder, pero disfrutó tendido cara a las estrellas y escuchando el chisporroteo del fuego y el ulular de algún ave nocturna.
El vuelo siguiente les llevó a la fuente de las ranas. Halmir se quedó extasiado viendo el agua correr y pensando que si tuvieran algo así en Serah ya no podría pedir nada más para ser un verdadero paraíso.
Aún quedaban dos horas de luz y habrían podido dar el salto hasta las tierras bajas, al pie del Abismo Insondable, pero Fan prefirió dejarlo para la mañana  y enseñar a Halmir la enredadera por la que había trepado la primera vez que llegó allí. Halmir casi se marea mirando el fondo sin fondo de aquel abismo, se aferraba fuertemente a una rama de la enredadera mientras miraba. Para él, allí se acababa el mundo, del mismo modo que, para cualquiera de allá abajo, en aquella pared se acababa todo. Aquel muro separaba lo conocido de lo desconocido y temido.
Esa noche cenaron ranas asadas a la brasa, pero no por eso disminuyó el escandaloso croar, a la luz de Flamia en creciente y Renia en menguante. Pero eso no les impidió dormir, y casi les servía de arrullo.
El descenso desde allí hasta el fondo del Abismo sí que fue algo vertiginoso para Halmir. Le dolían los oídos por el brusco cambio de presión atmosférica, pero hicieron una parada al fondo, al pie del Muro y junto al tronco de la enredadera, un tronco que superaba en mucho el grueso de la mayor de las palmas reales.
Una vez que Halmir se recuperó de la impresión del descenso y superado el dolor de oídos, reemprendieron el vuelo salvando los Montes de Pizarra, luego las tierras de pastos y pararon a comer en una de las fuentes. Una bandada de palomas de agua salió volando, cosa que sobresaltó a Halmir, no acostumbrado a aquellas aves, pero Fan le tranquilizó explicándole de lo que se trataba. También se habría sorprendido al ver la fuente, de no haber visto antes la de encima del Muro.
No faltaba ya mucho para llegar a la Capital de Alandia y Fan calculó que no les llevaría muchas horas, aunque a buen paso, haciendo el resto del camino a pie llegarían antes del anochecer y podrían encontrar un alojamiento en la ciudad. Ahora de lo que se trataba era de pasar inadvertidos, que Halmir conociera Alandia y comprar provisiones, semillas y plantones de frutales. Para ello Fan ocultó entre su ropa la medalla de Caballero de la Flor de Lis y ordenó a Zafiro y Zaf perderse de vista, pero estar atentas a todo, y ellas habían demostrado muchas veces que lo sabían hacer muy bien.
Se pusieron en marcha por uno de los senderos de los pastores hacia el sur, hacia la Ciudad. Vieron rebaños pastando por los alrededores, algunas ovejas abrevaban en los troncos preparados al efecto para no contaminar los manantiales o lamiendo la sal depositada sobre unas piedras planas.
- Estas ovejas son iguales a las que tienen en los reinos, no veo diferencia.
- Es que las de los reinos descienden de aquellas ovejas que llevaron tus antepasados desde aquí antes del Gran Cataclismo, ese del que hablan vuestras leyendas y también relatan en los reinos.

A media tarde ya comenzaron a ver alguna edificación aislada y campos de cultivo. Alandia se estaba expandiendo hacia el norte, hacia aquellas nuevas tierras que Fan había abierto a todos, rompiendo viejos tabúes. No sólo la ganadería, sino también las granjas agrícolas, iban ocupando aquella tierra fértil.
El sendero, conforme avanzaban, era cada vez más amplio y se veía más transitado, era un camino al cual confluían otros más y éste a otros.
A lo lejos se veían ya las torres, especialmente la Torre Norte, desde la que escaparan volando la última vez que estuvieron allí. Unas torres que se recortaban y rompían la línea recta del horizonte. Conforme se acercaban eran más frecuentes los cultivos y granjas y ya se iban cruzando con gentes por los caminos de aquí para allá.
Llegaron finalmente a uno de los barrios periféricos que Fan conocía bien; un barrio que había paseado, como todos los demás, en aquellos días que permanecieron allí tras su secuestro. Era un barrio sencillo, pero con muy buenos servicios para los alandianos y para los forasteros, con comercios diversos, posadas y casas de comidas. Fan conocía una de aquellas posadas; la había visitado con Merto porque se la habían recomendado en una de aquellas muchas charlas callejeras sobre sus aventuras en las que gustaba de presumir de sus andanzas. No solo era lugar de alojamiento sino que también tenía una cocina muy valorada en la ciudad, más que otras casas de comidas más caras y pretenciosas del centro. Y allí que se fueron, pudieron conseguir dos habitaciones y, una vez acomodados, bajaron a cenar.
Fan conocía los platos típicos de Alandia, pidió algo que sorprendiese a Halmir, y lo consiguió. Halmir no se imaginaba que pudieran comerse ensaladas con lonchas de la fruta de un árbol que no conocía y que Fan le explicó que se llamaban aplos. Tampoco se imaginaba que tuvieran, además, pétalos multicolores de unas flores con unos aromas sorprendentes. Tampoco que el cordero asado, tan común también en los reinos, pudiera llevar una guarnición de flores rebozadas y fritas, todas crujientes por fuera, pero suaves y delicadas por dentro
unas y otras consistentes. También Fan le tuvo que aclarar que las primeras eran la flor de una planta rastrera parecida a las cucullas que él ya conocía, y la otra era la flor de una planta espinosa, un cardo parecido a los que abundaban por los eriales de la Tetrápolis. Pero lo que más le sorprendió fue el postre. Nunca había visto nada igual.
En un cuenco hondo, en un almíbar dulce como miel de abejano, aunque más ligero, una variedad de frutas troceadas, un espectáculo multicolor a la vista y multisabor al gusto.
- Quiero llevarme plantas de todo esto – dijo entusiasmado, mientras apuraba hasta la última gota del cuenco.
- Mañana iremos de compras, pero primero quiero que conozcas lo que ahora es Alandia y que pudo ser “Alandis la Bella, la de los ricos frutos y las bellas flores”, de tus Leyendas.
Al día siguiente le condujo al centro de la ciudad, una ciudad limpia y ordenada. Ni una sola hoja, pese a que cada calle estaba profusamente arbolada, se veía por el suelo. Los ciudadanos cuidaban muy bien, especialmente en el otoño, de recoger hasta la más pequeña y depositarlas en unos recipientes distribuidos por todas partes. Aquellas hojas volvían a la tierra en forma de abono natural para los Jardines Reales, de los que todos estaban orgullosos.
Y esos jardines fue lo primero que visitaron. Flores, árboles, setos, formando un variado laberinto, les acogieron en su fresca sombra. Halmir no salía de su asombro, acostumbrado a una sola clase de árbol, por tan exuberante variedad en formas, tamaños, colores,… El jardín tropical fue el lugar más sorprendente para él, si cabe, al verse en aquella penumbra verdosa en donde el sol no llegaba al suelo, pero en el que una enorme variedad de orquídeas competían en belleza, pintando una paleta de colores indescriptible. Cuando llegaron a la rosaleda, Fan le enseñó el lugar en el que había hallado la col gigante que era una piedra encantada de la Corona de Hénder y a la que él luego llamó Esmeralda..
- Justo ahí la encontré y, créeme, nos costó arrancarla del suelo entre los tres porque se resistía.
Después pasaron al espacio reservado a los árboles frutales: unos sin nada, otros en flor y otros cargados de frutas de diversas formas y colores pero predominando las redondeadas.
- Ésto es lo que quisiera tener allí.
- Pues será difícil, tendrás que armarte de paciencia porque tardan tiempo en dar fruto. Aunque procuraremos llevarnos unos cuantos algo crecidos para que en un año puedas tener una primera cosecha.

Tras la comida del mediodía en el centro de la ciudad, Fan le condujo a la explanada de las caravanas. No había muchos carros porque acababa de partir una, pero había lo suficiente para una decena de tenderetes en los que se exponían los productos de occidente, tenderetes que se veían concurridos con muchos compradores y curiosos.
Halmir quedó más entusiasmado por todo aquello, no salía de su asombro y admiración desde que llegaron, pero especialmente con las sedas de Los Telares, los trabajos de cuero y metal repujados y dorados y, sobre todo, con las especias. Hubiera comprado de todo, pero se contuvo. Se limitó a llevarse una pieza de seda para Heria y un cinturón para él, aparte de una buena bolsa de cada una de las especias y ya estaba imaginando cómo usarlas en la cocina.
Al día siguiente, bien de mañana, marcharon a una tienda de productos agrícolas próxima a los jardines, y allí cargaron semillas variadas de frutales y verduras, además de unos cuantos plantones de buen tamaño de árboles frutales variados, dos de cada clase. Al ver todo aquello preguntó Halmir:
- ¿Cómo lo vamos a llevar?
- Tendremos que pedir prestado un carro hasta la posada
- Pero bueno… ¿Y luego?
- No te preocupes, todo está dispuesto.

Halmir se quedó con la duda pero, confiando en Fan,  ya no preguntó más; y tampoco cuando Fan, después de conseguir cargar todo en una carretilla y que les prestaran un mozo que la llevara, volvió a la tienda y salió con un gran saco que parecía pesado.
Al ver la cara de asombro de Halmir, le dijo escuetamente:
- Son patatas de siembra
 Subieron todo al dormitorio de Fan, el mozo regresó a la tienda con la carretilla, y Fan se dispuso a guardar todo en la mochila ante la mirada atónita de Halmir.
- No te quedes ahí mirando con esa cara, ayúdame. Pásame el saco y lo demás.
Y por la boca de la mochila iban desapareciendo: el saco de patatas, los arbolillos, uno tras otro, las semillas, las especias,.. en fin, todo. Y Halmir, que boquiabierto había colaborado mecánicamente a todo ello, acertó a decir:
- ¿Y no se secarán estos días hasta que lleguemos?
- No te preocupes, saldrán tal como han entrado.

Al día siguiente regresaron al centro y cargaron con frascos y frascos de conservas de frutas, mermeladas y zumos concentrados. Halmir encontró un frasco de perfume de rosas para Heria.
- Hemos tenido suerte, no me ha reconocido nadie. Nos habríamos visto obligados a ir a palacio y nos harían perder, por lo menos, una semana en celebraciones, los alandeses son así. Ahora ya tenemos todos los encargos hechos y podemos regresar, pero primero tendrás que ver el palacio, aunque sea por fuera.
- Pero te pueden reconocer. Yo no es que tenga mucho interés en verlo más de cerca, ya he visto algo al pasar y también las torres, pero ardo de impaciencia por llegar, llevarle los regalos a Heria y plantar todo.
- Yo también echo de menos a mis compañeros de aventuras y me gustaría no perder más tiempo, podemos partir ya si así lo quieres.
- Me parece muy bien, cargamos esto último y marchamos, aunque tendremos que salir caminando como vinimos.
- No hay problema; conozco un lugar discreto en el bosque de los pinos, cerca de los jardines, desde el que podemos volar sin ser vistos.
- Pues ¿a qué esperamos?

Y así lo hicieron. Guardaron todo lo que acababan de comprar, Fan se echo a la espalda la mochila, una mochila que Halmir aún miraba con sorpresa. Parecía no recordar cuando, en la primera visita de Fan y Merto, uno de los suyos en un saltarenas, había llevado en ella provisiones de Hénder como para llenar las despensas.
Desde un claro, en el bosquecillo de pinos, hizo una seña y bajaron volando Zafiro y Zaf. Ellos ya se habían ajustado los arneses, sujetaron los cables y tomaron altura hasta perderse de vista. Luego, a una seña de Fan, volaron al este, cosa que extrañó a Halmir, pero se limitó a mirar todo desde su atalaya volante. A sus pies se dibujaba una ruta que atravesaba campos y granjas. No pasó mucho tiempo en que el vuelo se desviara ligeramente al norte y dejó de lado aquella ruta que partía de Alandia hacia algún lugar desconocido para él.
No tardaron en ver una mancha azul que se fundía con el cielo a lo lejos y comenzaron a perder altura. A sus pies se veía algo que parecía un camino pero que brillaba a los rayos del sol y comenzaron a seguirlo descendiendo aún más. Se fueron acercando al borde de aquella inmensidad azul. Las mariposas les dejaron en un terreno arenoso y partieron, pero no era un desierto, era una franja de arena entre la tierra y aquella enorme extensión de agua que se agitaba inquieta.
Fan se soltó el arnés y él hizo lo mismo.
- Esto también es algo que no has visto nunca, ni nadie de la Tetrápolis. Es una playa, el mar y un río que desemboca en él. Bueno, ríos sí hay arriba, al menos creo que en Hénder, pero el mar queda muy hondo y las playas no existen.
- ¿Es de arena como el desierto? Y eso de ahí es agua ¡cuanta! ¿puedo beber?
- Bañarte puedes, pero beber no, es salada. Si tienes sed puedes beber en el río. Éste viene de aquellas montañas de pizarra que sobrevolamos al venir.
- Ya me asombré al ver el manantial de las ranas, pero esto es impresionante.
- Ven, vamos a ver si hay suerte
- ¿De qué?
- Tú sígueme

Y Fan se encaminó a la derecha, hacia unas rocas que se elevaban sobre aquella playa arenosa, trepó por ella pero se agachó al llegar arriba. Halmir le imitó sin saber por qué.
- Hemos tenido suerte, ahí está.
- ¿Qué?
- El Hipocampo del Capitán John. ¿Recuerdas lo que te conté?
- Sí, y…. ¿qué hacen?
- Están descargando y cargando las mercancías para Alandia. Un barco es como una gran casa que flota en el agua y se desplaza por el mar gracias al viento.
- ¡Qué maravilla!
-¿Te gustaría verlo y conocer al Capitán?
- No sé… si no es peligroso...
- No hay peligro, salvo que alguien me reconozca y me ponga en un compromiso, pero lo dudo. Yendo sin las Joyas y con la medalla de Caballero escondida, soy un vagabundo más. Y espero que el Capitán no se vaya de la lengua y me descubra.
- Yo haré lo que tú digas
- Pues vamos, no vaya a ser que zarpen antes de que lleguemos.

Descendió de las rocas por el otro lado y caminó decidido, seguido por Halmir, hasta aquel embarcadero.
Los marineros y carreteros estaban lo suficientemente ocupados en las faenas de carga y descarga como para reparar en ellos, de modo que pudieron acercarse al barco, subir por la pasarela y llegarse al puente. Allí estaba el Capitán Rumboincierto, en su mesa cubierta de cartas marinas, pero no marcando rutas ni rumbos, sino sentado en una silla, con los pies encima de la mesa y con los ojos cerrados, dando una cabezada mientra se acababan las tareas.
Fan se le acercó y le tocó el hombro mientras le decía:
- Mi capitán. Ya hemos terminado. ¿Ordena alguna cosa más?
Dio un respingo que casi le hizo caer de la silla. Al principio estaba desorientado, aunque pronto reconoció a Fan y estuvo a punto de gritar su nombre, pero éste le hizo una seña y sólo acabó diciendo por lo bajo:
- ¡Cuánto bueno por aquí! ¡Bienvenidos! ¿Y los demás?
Fan le llevó al fondo, más lejos de oídos indiscretos, y le dijo:
- Estoy yo solo. Bueno con este amigo de allá arriba. Es Halmir y no hace falta que te diga más porque ya lo sabes todo. Halmir, este es mi amigo el Capitán John.
- Me alegro de conocerte. Ahora que te veo, es cierto, tienes mucho de alandiano, pero ¿Qué hacéis por aquí?
- Hemos estado en Alandia, pero de incógnito. Regresábamos para allá, a lo alto, cuando he pensado: ¿Por qué no nos acercamos al embarcadero a ver si hay suerte y está El Hipocampo? Y hemos tenido suerte.
- ¿Queréis venir conmigo a Puerto Fin? Porque pronto zarparemos.
- Gracias, pero ya íbamos de regreso y los demás nos esperan. Pero no podía desperdiciar la ocasión de poder saludarte.

Aún les dio tiempo para charlar un rato. Las carretas de los alandianos ya habían partido y sólo faltaba acomodar la carga que habían dejado. Cuando ya estuvo todo a punto, se despidieron, Fan le dio recuerdos para Andrea, bajaron la pasarela y, desde las tablas del embarcadero vieron partir la nave y perderse hacia el sur.
Regresaron a la playa y allí estaban Zafiro y Zaf posadas en una palmera. Comenzaba a caer el sol tierra adentro y, sobre el mar, comenzaba a apuntar la salida de Sattel, o bien de Flamia como la llamaban arriba.
Abandonaron la arena y exploraron los terrenos que la rodeaban, buscando algún refugio apropiado para pasar la noche, y hallaron unas rocas que bien podían brindarles un resguardo contra la brisa marina que ya comenzaba a soplar. Rodearon aquellas rocas y, de espaldas al mar, no soplaba viento, aquellas rocas hacían de parapeto y allí decidieron dormir, tras cenar algo de lo que habían comprado en Alandia.
A la luz de Sattel y el arrullo de las olas, que hasta allí llegaba atenuado, durmieron arropados por la capa.
El viaje de vuelta a Serah resultó igual que el de ida, pararon a comer al pie del Muro, junto al tronco de la enredadera. Halmir, para hacerse una idea de lo que era subir, según le habían contado Fan y Merto, comenzó a trepar de rama en rama. Hubo un momento en que, a más de cien largos de altura, miró hacia abajo y sintió vértigo, por lo que decidió regresar abajo.
- ¿Y pudiste subir hasta lo alto sin marearte?
- Sí, y Merto también, hasta se puede dormir a mitad de ascensión. El truco es no mirar hacia abajo. Pasa como con todo en la vida. De nada sirve mirar atrás, a lo sumo sirve para sentirse mal o marearse, hay que mirar siempre hacia adelante y hacia arriba. Y piensa que la primera vez que subí, el tronco era como el de una de las palmas más pequeñas y no había mucho espacio para dormir. esa vez me tuve que atar al tronco.

Volaron hasta la fuente y, tras una parada para echar un trago y cazar unas ranas, siguieron volando hasta el borde del desierto y pararon a dormir en donde lo habían hecho a la ida.
La siguiente etapa les llevaría directamente a Serah, pero Fan les indicó a Zafiro y Zaf que se desviaran ligeramente hacia el oasis de los saltarenas, y lo vieron. Había cambiado de color, la hierba ocupaba todo, pero no parecía haberse extendido hacia el desierto circundante. Los saltarenas controlaban su crecimiento y seguramente ya no tendrían que saquear los huertos de Serah para sobrevivir ni correr riesgos con los tiburones de arena.
Y siguieron su vuelo hasta el oasis, llegando cuando ya comenzaba a anochecer.
Esa noche se fueron a dormir tarde: Entre preparar la cena en casa de Halmir con productos de los que traían de Alandia, cenar aquello que él había cocinado, recuperarse del exceso de especias que había pedido a Fan que sacara de la mochila y que había usado generosamente y relatar todo el viaje, se les hizo muy tarde; cosa que no impidió que, a primera hora de la mañana, ya estuvieran todos levantados, en el comedor de la casa de invitados, sacando todo lo que llevaban en la mochila.
Fan separó el saco de patatas y unas bolsas de semillas para hacérselas llegar a Berth.
Se amontonaban los frutales en un rincón, puestos en pie con sus macetas de barro, sobre la mesa del comedor se apilaban las bolsas de semillas, las bolsas de conservas y aquellos regalos que Halmir había comprado. Los frutales estaban tan lozanos como en la tienda y la tierra de las macetas se mantenía húmeda, pero Halmir tenía prisa en plantarlos y había llevado un carro de ruedas.
Entre los tres cargaron el carro y marcharon al último huerto que habían preparado y en el que aún no habían sembrado nada. Trabajaron duro a base de pala, haciendo hoyos y plantando los frutales. Luego hicieron varios viajes hasta el pozo para regarlos y que sus raíces crecieran lo suficiente para llegar al nivel freático, tal como hacían las palmas, a las que no hacía falta regar tras el primer riego.
Habían vuelto a la mochila el saco de patatas y las semillas, a fin de mantenerlas inalterables, y Fan pasó unos días redactando notas explicativas sobre su cultivo y uso, y lo hizo por duplicado. Luego dividieron las semillas a partes iguales en dos bolsas cada una de ellas y, finalmente, dijo a Halmir:
- He preparado semillas para ti y para Berth. Las patatas se las enviaremos todas porque aquí no creo que tengas espacio para cultivar tantas cosas, a no ser que te expandas más por el desierto, pero si quieres algunas las sacamos.
- Podría quedarme con unas pocas para sembrar. Ahora ya me traen pescado en salazón de Quater y quisiera poder hacer aquel guiso que nos salvó la vida. Sería el plato fundamental de Serah. Lo que pasa es que no me sé la receta.
- No te preocupes, porque Merto te puede contar todo lo necesario sobre el cultivo y los usos. Ahora sacamos unas cuantas, te ayudará a plantarlas y te anotará la receta. Pero ahora te dejo estas instrucciones que he redactado sobre las semillas que hemos traído, cómo cultivarlas y cómo cocinarlas.

- Parece que te has tomado mucho trabajo para darme trabajo.
- Si no quieres no me hagas caso

Los tres rieron de buena gana y se tomaron unos vasitos de licor de sicuo.
- Ahora te voy a pedir un favor
- Sabes que puedes pedir lo que quieras
- Sólo quiero que la próxima carreta que vaya a Quater con fruto, se acerque a casa de Berth para llevarle las semillas, las patatas y otra copia de las instrucciones de cultivo.
- ¿A dónde tendría que llevarlo?
- No te sabría decir ahora si ya han cambiado de lugar, pero pueden estar en la Granja de los Abejanos, que allí cualquiera conoce, o aún siguen en el alfar, pero tampoco tiene pérdida porque es el primero que se encuentra en la ruta desde el Poblado al norte.
- Mañana saldrá una carreta y cumplirá tu encargo.
- Gracias, no esperaba menos.

En los siguientes día fueron controlando el arraigo y el crecimiento de los frutales y todo iba bien. El carretero había regresado y les contó que Berth ya había vendido el alfar y se estaban trasladando a la Granja, que estaban muy bien, que Marcel con el Jefe de la Guardia Real estaban haciendo las funciones del Administrador, que les estaban muy agradecidos por todo lo que les habían enviado y que les enviaban muchos recuerdos. 
En aquellos días Fan hizo algún viaje y hasta descendió en el oasis de los saltarenas. La planta se había adaptado perfectamente y no parecía que se extendiera fuera del perímetro. Estaba claro que les servía de pasto aunque estaba algo mustia. Aquel charco se hallaba casi seco y ahora lo que les faltaba era agua. Por eso había llevado consigo a Esmeralda que, clavando sus raíces, hizo aflorar un hilo de agua desde las profundidades que acabó llenando el charco  y que rebosaba luego siendo absorbido por la arena del desierto, sirviendo además de barrera para los tiburones.
Ya no tenían más que hacer allí. Estaban bien, como lo hubieran estado en Aste; pero allí, como en su pueblo, comenzaban a aburrirse y a necesitar algo de actividad y cosas nuevas.
Y sintieron que había llegado el momento de marchar.  



 



EN DWONDER parte 1

el próximo jueves

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