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miércoles, 5 de abril de 2017

RELATOS DE HÉNDER, Libro 11 (En Roca Viva) parte 2

 
 Se produce el encuentro entre dos pueblos
 muy diferentes, encuentro 
que puede ser positivo
 o catastrófico






EN ROCA VIVA 2


El castillo fronterizo de Trifer estaba movilizado como para un conflicto armado. Los centinelas habían descubierto a dos enormes aves con aspecto de mariposas sobrevolándolo, y el Rey había decretado estado de alarma. En el Palacio de la Capital se encontraban, en un salón privado, el Rey y sus consejeros. 
- ¿Habrán vuelto los demás a las andadas? - dijo – Porque esto me huele a magia y unas nuevas Guerra Mágicas serían un desastre ahora que tan bien van nuestras relaciones diplomáticas y el comercio con Serah y los otros reinos.
- Majestad – dijo su Consejero Mayor y antiguo mago – Aquello ya acabó y no creo que Melanio ni cualquier otro pretenda volver a tiempos y decisiones que casi nos hicieron perder el fruto de las Palmas. Más bien creo que han sido unas aves desconocidas, procedentes de la Selva Impenetrable, puesto que de allí procedían y allí regresaron. Tras ese muro vegetal no sabemos qué puede esconderse, nunca ha sido explorado y se desconoce hasta donde abarca. La decisión es buena; nunca se sabe lo que puede venir de allá y ésto puede ser sólo un aviso, de modo que creo que se ha de mantener el estado de emergencia, al menos durante un tiempo.
- Está bien, pero ahora mismo voy a marchar a la fortaleza de la Selva a comprobar qué hay de cierto

Y Fan estaba presente, pero invisible, aunque reposando en su cama de Roca Viva.
- ¿Cómo podre evitar un choque con los Termens? - pensó
Pero no acababa de imaginar qué cosa podría hacer en aquel su estado de presencia no presente. No era cuestión de hacer el fantasma derribando armaduras, cuadros y panoplias. Quizá el desarrollo de los hechos acabaría resolviendo todas sus dudas, porque ahora era un mar de ellas.
Sí que aprovechó para desplazarse a aquella fortaleza y revisar todos los medios defensivos y ofensivos con que contaba dicho castillo fronterizo. Y no es que fueran muchos. Tantos años sin conflictos relajaban bastante la disciplina, y los últimos tiempos de buenas relaciones y buen comercio, aún más. Se precisaban buenos profesionales, más que guardias y soldados; y éstos, además, estaban relajados, desentrenados y desmotivados, ya que un buen ebanista ganaba mucho más que ellos.
Tras eso acabó concretando el punto por el que acabarían saliendo de la Selva, aunque no sabía aún de qué modo lo pensaba hacer Axen, pero Fan no era conocedor de todos los secretos, y aún menos aquellos que les permitían manejar la Roca Viva.
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El siguiente vuelo de exploración de Zafiro y Zaf les llevó hasta el límite de la Selva, frente al Castillo Fronterizo de Trifer y, como ya sabía Fan, no pudieron evitar ser avistadas por los centinelas, con el consiguiente revuelo y alarma en el reino, pero aquello no le preocupó demasiado, ya lo había vivido.
Fan decidió, ya que él mismo había identificado el lugar en donde desembocarían en Trifer, hacer un vuelo con las mariposas para fijarlo definitivamente y marcar el lugar a los técnicos. Éstos le habían facilitado una especie de hito de piedra, algo pequeño en forma de punzón que debía clavar en el borde de la Selva hacia donde orientar la ruta y hacerla detenerse. Sabía que habían sido avistadas las mariposas, aunque no él. y es por eso por lo que decidió ocultarse con la capa de seda para no ser visto y poder llevar a cabo aquella tarea. Y así lo hizo, descendieron en el borde, donde él había decidido y, oculto por la capa, clavó la señal. A su regreso le comunicó a Axen que ya había plantado el indicador, y éste preparó un equipo de técnicos, que pronto detectaron en qué dirección debían actuar. Fan contemplaba absorto las maniobras de aquel equipo, manejando unos extraños aparatos que zumbaban como un millar de panales, y vio brotar de las profundidades una especie de masa pastosa que se extendía y se iba solidificando hacia la Selva, formando una amplia avenida de roca sólida. Aquella especie de plataforma, lisa y de unos cinco largos de anchura, crecía a buena marcha y se acercaba hacia los primeros árboles. Fan preguntó a uno de los miembros del equipo:
- ¿Seguro que los árboles no detendrán el avance de esta especie de alfombra?
El otro le miró enigmáticamente y siguió manipulando, como los demás, aquella caja negra y zumbante.
Aquella perfecta y lisa calzada había alcanzado los primeros árboles y Fan pudo ver, asombrado,  como éstos cedían al empuje, caían cuan largos eran y quedaban cubiertos por aquella implacable roca creciente que seguía avanzando imparable y arrolladora en la dirección que indicaban aquellas cajas negras.
Ya llevaban más de una jornada y seguía avanzando, los técnicos se relevaban de manera que no había interrupción por la noche y, en aquel tiempo, Sattel estaba llena y Munie en menguante. Fan calculó que, a aquel paso y según las indicaciones de Zafiro, no tardaría más de una semana en alcanzar el límite de la Selva, de modo que se reunió con Merto para planificar la llegada a Trifer, tal como ya lo había vivido.
La ruta entre la Selva seguía avanzando y ya no tardaría mucho en alcanzar su objetivo. Los técnicos del equipo seguían con sus cajas negras y se iban relevando sin abandonar su puesto. Axen había comentado que, tan pronto se cruzara la Selva, se debía interrumpir el flujo de Roca Viva o habría el peligro de sepultar y petrificar todo lo que se hallara en su camino, incluidas personas y el Castillo Fronterizo de Trifer; pero, tras una exploración de Fan con las mariposas, calculando la velocidad de avance y la distancia que faltaba por cubrir pudieron calcular el momento exacto en que debía cesar toda actividad de los técnicos, en el improbable supuesto que no lo hiciera el hecho de alcanzar la baliza..
Llegó el momento en que había que partir y, en esta ocasión, fue Merto el que insistió en colocarse el arnés y que Fan viajara en la mochila con Diamante, Rubí y Esmeralda. Quería sobrevolar la Selva, ya que Fan lo había hecho antes, y ver desde arriba aquel paisaje verde e interminable del que le había hablado. Finalmente Fan cedió y se dispusieron a alzar el vuelo, sin ser vistos,  desde lo alto de la Ciudad de Roca Viva, aquella superficie plana que la remataba, y lo hicieron con un Merto aferrado a los cables como temiendo caer en cualquier momento, aunque al poco se relajó y se dejó llevar sin temor. No había pérdida; una amplia franja gris dividía aquella inmensidad verde, una línea recta perfecta que se perdía en la distancia. Y Merto era conducido siguiendo aquella línea interminable.
Al cabo de pocas horas, las mariposas descendieron suavemente, depositando a Merto sobre aquella lisa cinta gris y desaparecieron. Quedó muy sorprendido allí solo, perdido en aquella inmensidad. No acertaba a entender por qué se habían marchado, dejándolo allí. No esperarían que   siguiera el viaje a pie. No pensó en que no estaba solo, porque en la mochila tenía más compañía de la que necesitaba. Y no lo pensó porque no pesaba y porque era Fan siempre el que volaba y él estaba dentro, se habían cambiado los papeles y se había hecho un lío. De modo que no se le ocurrió recurrir a él; así que se quedó allí, sentado en el suelo sobre aquella senda de roca que abrasaba sometida a un sol radiante que los árboles de las orillas no acababan de sombrear, y sudaba. La sed comenzó a acosarlo y estaba a punto de sacar agua en la mochila cuando, antes de intentar descolgársela de la espalda, vio regresar a las mariposas, asir los cables con sus patas y alzar el vuelo llevándolo en volandas por los aires. Parecía que habían recuperado energías y volaban aún más rápido que antes.
Aquella ruta, siguiendo la cinta gris de Roca Viva, comenzaba a provocarle vértigo, hasta que llegó el final de aquella pista pétrea. Habían ganado la carrera a través de la Selva a aquella cinta de piedra que seguía avanzando inexorablemente. Ahora sólo les rodeaba el verde, pero Zafiro y Zaf sabían muy bien cual era su destino. Merto se dejó llevar y también se dejó invadir por el sueño. Se quedó profundamente dormido hasta que se encontró nuevamente en el suelo; pero no en aquella calzada pétrea de la etapa anterior, sino en un verde prado, cerca de la Selva y frente a una fortaleza que se alzaba imponente no muy lejos de allí. Se quedó mirando sorprendido pero, al poco, vio llegar desde aquel lugar un tropel de gente armada y, alarmado, se desprendió del arnés, se quitó la mochila y metió la mano hasta que consiguió que saliera Fan.
En ese mismo momento, al ver aproximarse aquella tropa amenazante, las mariposas alzaron el vuelo y la mochila, enredada en los cables del arnés, voló por los aires y se perdió en dirección a la seguridad del bosque.
Allí quedaron nuestros amigos, viendo venir a aquel pelotón de gente blandiendo sus armas con aspecto amenazante.
- ¿Quienes sois y qué pretendéis?  - dijo alguien que parecía ser el jefe de aquellas fuerzas.
- Somos amigos y hemos llegado en son de paz – dijo Fan
 - Pero habéis llegado desde la Selva Impenetrable  ¿quién os envía?
- No nos envía nadie – dijo Merto – Venimos en señal de buena voluntad y de paz. Somos amigos de Serah y de Hénder y no queremos meternos en disputas estériles ¿Nos veis armados? ¿Nos creéis peligrosos?
- Seguro que sabéis quienes somos – dijo Fan – Sabéis que hemos ayudado a salvar las Palmas Reales y que, gracias a nosotros, ahora hay paz en vuestros reinos.
- Eso lo decís vosotros, pero ¿Dónde están vuestros compañeros mágicos que cuentan siempre os acompañan?
- Los habéis asustado vosotros con tanta demostración de fuerza y fiereza, aunque no creo que tarden en regresar. Pero venimos del otro lado de la Selva a traeros noticias importantes
- Nadie puede venir del otro lado de la Selva Impenetrable. Nadie puede vivir allí. Nuestros leñadores talan y talan y la Selva crece y crece.
- Queremos ver a tu Rey
- Está ocupado y no puede recibiros. Os recibirá cuando las ranas críen pelo o cuando se abra un camino en la Selva

- Entonces ¡Ya! - dijo Fan, mientras se escuchaba un estruendo lejano y el derrumbe de cientos de viejos árboles.
Los guardias, no impávidos sino todo lo contrario, permanecieron quietos en sus puestos, sin atreverse a respirar, pendientes de las órdenes, pero más de la mirada de su jefe, que tampoco las tenía todas consigo.
El rumor siguió acercándose y, sin esperar a órdenes o miradas, todos salieron corriendo dejando atrás armas y bagajes.
Un amplio claro se hizo en la Selva y una especie de lisa calzada de piedra se desplegó entre los árboles hasta que cesó el estruendo y la calzada detuvo su avance.
Se hizo un denso silencio, sólo roto por los graznidos y a los aleteos de las aves que regresaban a sus nidos que aún quedaban en pie. El avance de aquella ruta había supuesto un cataclismo para la fauna y la flora de la zona afectada que, aunque larga, no llegaba ni a una parte infinitesimal de aquella inmensa superficie.
Unos largos minutos pasaron, que les parecieron horas. En el castillo, los centinelas pasaban informes al rey Yellow XXIII, que se había aposentado en el torreón Norte para tener a la vista la Selva.
Tanto Zafiro como Zaf regresaron llevando en volandas el arnés y la mochila con Rubí, Esmeralda y Diamante. Suerte que allá adentro, o allá afuera, es decir fuera de tiempo y espacio, no se notaban los bamboleos y bandazos de la mochilla, ni el golpe contra el suelo en el momento de tomar piedra y no digo tomar tierra porque vino a caer justamente en el centro de la nueva calzada.
Fan y Merto se acercaron a recibirlos y ayudar a salir a los ocupantes del interior, al tiempo que sacaban también algo de beber y comestibles, y se sentaron a comer, porque aquella situación les había provocado un hambre irresistible, especialmente a Merto que llevaba horas sin tomar nada.
Los soldados, pendientes de las evoluciones de las mariposas, a las que no perdieron de vista, no se dieron cuenta de lo que sucedía con la mochila caída en el suelo, ni de cómo habían aparecido los demás, y pensaron que se trataba de magia.
El asombro de las fuerzas del castillo era mayúsculo. Nunca hubieran pensado que aquellos raros atacantes de color blanco, peligrosos según sus jefes, se sentaran en unos troncos al borde de aquella extraña calzada y se pusieran a comer y beber, sin asomo de miedo alguno ante la fortaleza.
Al rato, y acabado el refrigerio, se pusieron en pie y, tal como se presentaron frente a la ciudad de Roca Viva, formaron un frente. Fan y Merto custodiados por Rubí y Diamante; tras ellos, Esmeralda con las hojas extendidas y a ambos lados Zafiro y Zaf con las alas tan abiertas como les era posible.
Alguien en el castillo, tras reconocerlos, avisó al rey de que no debían temer nada de ellos, que eran amigos. Ese alguien, tras normalizarse las relaciones diplomáticas y comerciales entre los reinos, había prestado servicios de embajador en Hénder, los había visto allí en su último viaje, sabía muy bien quienes eran y aconsejó sensatamente a Su Majestad.
Se formó una comitiva, esta vez de bienvenida, casi tan numerosa como aquellas que ellos tanto temían y de las que procuraban huir, pero en esta ocasión no pudieron hacerlo y permanecieron en su puesto.
Su Majestad Yellow XXIII, avanzó ceremonioso y dijo:
- Os saludamos: viajeros de lejanas tierras. Sed bienvenidos. Hasta aquí ha llegado el relato de vuestros viajes y vuestra intrepidez. Sabemos lo que os debemos por haber salvado las Palmas Reales y queremos demostraros nuestro agradecimiento. También esperamos que nos contéis a qué se debe esta maravillosa vía que habéis abierto en medio de la Selva y cómo lo habéis conseguido. Vayamos hacia la Capital y allí seréis dignamente acogidos y atendidos, porque esto no es más que una incómoda serrería  
- Saludos Majestad – tomó la palabra Fan – Estaremos encantados de poder acompañaros, pero antes deberíamos comentar algo sobre esta vía de piedra, que imagino os va a interesar. También de lo que hay al otro extremo, que aún os interesará más. Y si no os importa, mi amigo Merto podría volar hasta allí para dar cuenta de que la obra ha terminado satisfactoriamente.
- De acuerdo, que marche y tú me acompañarás al castillo para tratar lo que me comentas. Muy importante debe de ser.

Merto, un poco a regañadientes, se colocó el arnés. Hubiera preferido ir en la mochila tan ricamente, libre del mareo, el viento, el sol y la duración del viaje, pero no podía hacerlo a la vista de todos. De cualquier modo, se la cargó a la espalda y las mariposas, ante el asombro general, tomaron los cables, alzaron el vuelo y se perdieron en la distancia sobre la Selva. Había pensado descender cuando ya no fueran visibles y hacer en la mochila el resto del viaje hasta regresar a lo alto de Roca Viva.
Fan siguió al rey, seguidos ambos por la comitiva, hasta el castillo-aserradero y éste le condujo hasta los aposentos que tenía habilitados en la Torre Norte. Entraron en el salón, un recinto de fría piedra, pero lo habían decorado con los mejores muebles que los ebanistas del reino pudieron tallar y con alfombras, tapices y bordados del reino de Dwonder. Con todo ello se había transformado en una estancia suntuosa, digna de un rey. Se aposentó en un trono de madera finamente tallada y policromada, invitando a Fan a hacer lo propio en un cómodo butacón.
- Y bien. ¿Qué es eso tan importante de lo que me quieres hablar?
Fan se sintió un tanto cohibido ante aquel rey que parecía querer someterlo a un interrogatorio, algo que no había sentido con otros monarcas que había conocido, salvo Nasiano, aunque éste por otras causas. Pero, siempre decidido, comenzó:
- Sabéis, Majestad, que esta Selva es impenetrable y se desconoce lo que se oculta en ella o más allá de ella, si es que hay ese más allá. Pero hemos descubierto una civilización diferente que habita y maneja la roca como vuestros artesanos la madera. Hemos convivido con ellos el tiempo suficiente como para conocerlos bien, aprender su idioma, que es muy diferente del nuestro, y comprobar que son gente de paz, como los Hurim, que tampoco tienen ejército ni saben lo que son las armas. Creo que sería altamente enriquecedor para ambos pueblos, y para los otros reinos también, establecer relaciones con ellos e intercambiar productos y conocimientos. Esto sería enriquecedor para todos y nos prestamos para hacer de intermediarios e intérpretes hasta que unos y otros cuenten con gente preparada y con conocimiento de ambos idiomas. Había un obstáculo insalvable para llevar a cabo este encuentro de civilizaciones, que era la Selva, pero ellos ya se han encargado de remover ese obstáculo.
- Es muy interesante lo que acabas de contar. Ciertamente, desde que se acabaron las guerras con los reinos vecinos y hemos establecido relaciones fluidas y comercio, todos hemos ganado mucho, nos hemos enriquecido todos con los conocimientos y productos ajenos, productos que sólo especializándose somos capaces de mejorar. En modo alguno podríamos trabajar nosotros los metales como lo hace Hénder, ni en los materiales de construcción podríamos emular a los de Quater, aunque podríamos hacer caleras y yeseras por la abundante producción de madera pero no tenemos el mineral necesario, así como tampoco seríamos capaces de elaborar los tejidos de Dwonder ni sus productos de cuero y lana, aunque podríamos criar ovejas también porque pastos no nos faltan. Pero ellos también se benefician con nuestras maderas, nuestros muebles artesanos y el carbón que ellos no podrían conseguir por falta de una selva inagotable como la nuestra. ¿Cómo funcionarían las fundiciones de Hénder sin nuestro carbón? ¿Y Serah, Dwonder y Quater, de donde sacarían suficiente madera para sus casas, sus muebles y sus hogares y hornos? Todos hemos salido ganando y espero que estos nuevos vecinos también.
- Eso creo yo también, y por eso deberíamos invitarles a conocer los reinos y Serah. No creo que sean competidores con el fruto porque no lo conocen y no padecen la dependencia. De todos modos, su alimentación es muy diferente y su habilidad con la piedra puede ser muy útil a todos.
- No lo tengo yo tan claro. En Quater son expertos en el trabajo de la piedra, no les faltan canteras en la parte del Abismo que da al Mar Profundo y no sé si sería conveniente que entraran otros en competencia.
- Es otra forma muy distinta de manejar la roca y no creo que en Quater sean capaces de conseguir hacer lo que ellos hacen.
- Pues enviemos una delegación e iniciemos conversaciones, pero tendrá que ser tu amigo el que se encargue. Conoce también el idioma ¿no?. Porque a ti te quiero en Palacio para unos días. Tienes mucho que contar.
- Sí, Majestad, Merto sabe lo suficiente su idioma y algunos de ellos ya comienzan a dominar el nuestro. Me someto a vuestra invitación y os acompañaré a la Capital, pero tendremos que esperar a Merto, decidir quién va a ir allá y cómo.

- ¿Cómo? Pues por tierra, naturalmente. No creo que vuestras mariposas puedan con todos y dudo que ellos quieran usar ese medio.
- Pues será complicado. La distancia vendrá a ser algo así como desde aquí a Serah y eso llevaría varios días.
- Tampoco importa tanto el tiempo, pero podemos inventar algo. Tenemos muy buenos carpinteros que podrían construirnos un vehículo apropiado. Esta vía que se ha abierto me parece perfectamente lisa, mucho mejor que cualquiera de nuestras carreteras, ahí cualquier cosa puede rodar sin problemas y tenemos rápidos saltarenas adiestrados para el tiro. Pero dejemos eso a nuestros técnicos y vayamos a cenar, que ya es hora. Entre tanto daré órdenes para que nuestro más experto carpintero, que se halla en la Capital, venga aquí, así como los que quiero me representen en esa Ciudad de Roca que me has comentado.

Cenaron verduras de Hénder, cordero de Dwonder y pescado de Quater. Fan rehusó la tarta de sicuos que sirvieron como postre y acabaron retirándose a descansar, aunque él salió a comprobar cómo se encontraban sus Joyas. Le llevaba una pierna asada de cordero a Rubí, que se quedó al pie de la torre limpiando bien los huesos. Los demás no tenían problema alimentario alguno.
Le habían destinado una habitación en lo alto de la Torre Norte. Cierto es que le resultó un tanto molesto tener que trepar tantas escaleras pero, una vez arriba, lo agradeció. Desde allí se dominaba toda la panorámica hasta la selva. Podía ver la línea abierta en ella, como una herida, por la calzada que llevaba a Roca Viva y a los curiosos que se acercaban a tocar aquella cinta pétrea, con gestos de asombro que él no pudo ver pero adivinó.
No probó el sicuor, entre otras cosas, porque se hallaba en el profundo infinito de la mochila y ésta en poder de Merto. También porque aquel había sido un día muy ajetreado y se sentía cansado, tanto que ni pensó en cómo acabaría todo y qué podría explorar en el futuro. Así que se quedó profundamente dormido en una cama de madera de Trifer, sobre un colchón de lana de Dwonder, alumbrado por un candelabro de hierro de Hénder y con un orinal bajo la cama de los alfares de Quater. Y en aquel cómodo ambiente globalizado, se quedó profundamente dormido y soñó.
Soñaba encontrarse volando sobre una montaña de forma piramidal, con una corona de nubes en la cima. La montaña era de roca pelada y crecía, crecía, tanto que casi le alcanzaba. Miraba a lo alto y ninguna mariposa le sostenía, volaba por sus propios medios, como se suele hacer en los sueños y también temía acabar cayendo al vacío, como también suele suceder en los sueños. En esa situación angustiosa de duermevela, en la que no sabes si estás despierto o dormido, respiró agitada y profundamente, o creyó hacerlo, en un intento de despertar y huir de aquella pesadilla, pero la montaña le alcanzó. Y se vio en lo alto de aquella cima, que ya había abandonado allá abajo la corona de nubes, y que seguía creciendo y creciendo. Se acercaban a la segunda luna. Munie se hallaba en cuarto creciente y Fan temía acabar pinchado en uno de los cuernos. Pero, rápida e incomprensiblemente, cambió la escena, como suele pasar en los sueños y los cuernos de Munie eran los cuernos del puerto de Cipán. Estaba cayendo sin remedio y se agarró a las sábanas con todas sus fuerzas antes del impacto. Milagrosamente no sintió nada al tocar el suelo, un suelo que olía a saco húmedo. La testuz de un búfalo de la estepa, que veía delante, mostraba dos cuernos negros y afilados. Le miraba fijamente y se acercaba por momentos. Aquellos ojos crecían, crecían más y más, unos lagos cristalinos que refulgían y acababan convirtiéndose en algo como el Gran Lago, en el que vino a caer, y caer, y caer… Se despertó y aún era de noche. El doble plenilunio iluminaba el cuarto por el ventanal. Se asomó y no vio a nada ni a nadie en la explanada; corrió la cortina y, en la oscuridad, consiguió volverse a dormir pero esta vez no soñó nada o no lo recordó al despertar. Creyó que aquellas pesadillas podían deberse a los excesos de la cena, y es posible que fuera cierto, pero estaba todo tan rico…
Cuando acabó saliendo al exterior, se reunió con sus compañeros y todos estaban muy bien. Rubí, pese a lo que le había llevado de cenar, había salido de caza, porque algunos de los huesos que Fan pudo ver en el cobertizo en el que se había refugiado, no eran de cordero.
A media tarde llegaron de la Capital, en dos carrozas ligeras tiradas por saltarenas, los que formarían la embajada de Trifer en la ciudad de Roca viva; también el mejor carpintero del reino que, tras escuchar las indicaciones del rey y visitar la nueva calzada, se puso manos a la obra.
Fan se entrevistó con aquellos dos triferianos que acompañarían a Merto y le parecieron personas razonables y prudentes. Uno de ellos le comentó que le había visto en Hénder cuando trabajó allí con el embajador.
Tenían que esperar a que se terminara la construcción de la carreta y que Merto regresara, por eso su estancia allí se prolongó por unos días en los que pudo visitar los aserraderos y las carboneras que trabajaban a buen ritmo para cubrir las demandas propias, de Serah y de los otros reinos. Tanto Rubí, como Diamante y Esmeralda se encontraban bien allí, nada les faltaba aunque a Fan le dio la impresión de que echaban de menos a las compañeras ausentes.
Y éstas acabaron aterrizando un día, trasportando a un Merto mareado, aunque buena parte del trayecto lo había hecho en la mochila. Lo de volar no era lo suyo y se alegró mucho cuando se enteró de que estaban construyendo una carreta para viajar a Roca Viva. Le comentó a Fan que Axen estaría bien dispuesto a acoger a los triferianos y parecía que estaban ingeniando algún medio de transporte rápido entre ambos extremos de la ruta. No supo contarle lo que pasaba por la cabeza de Axen, pero Fan se imaginó a unos  rocanos manejando unas misteriosas cajas, y puede que no estuviera muy equivocado.
Antes de que estuviera acabada la carreta, llegaron de la Capital nuevos saltarenas adiestrados, para hacer de tiro del nuevo carruaje como había comentado el rey y todos pudieron verlos correr a buena velocidad sin dar saltos. Recordó su último viaje con Merto a Serah y las dificultades que aquel viaje le supuso, durante unos días, para sentarse.
El carpintero acabó el carruaje. Era una belleza ligera, de altas ruedas y finas líneas, con un centro de gravedad bajo para evitar vuelcos y capaz para seis pasajeros con un conductor. Contaba con dos finos varales para cuatro saltarenas y estaba todo pintado de amarillo, como es natural.
El rey dio instrucciones a sus dos embajadores, y Fan a Merto. 
Decidieron que Fan se llevaría a Rubí, Diamante y Esmeralda, pero que las mariposas deberían quedarse con Merto para que pudiera reunirse con ellos cuando acabara su misión en Roca Viva.
Uncieron los saltarenas y subieron los tres al carruaje, junto con el conductor y tres ayudantes de confianza, técnicos en diversas materias, y partieron hacia la pista de piedra. Zafiro y Zaf la sobrevolaron. Al llegar a ella, tan lisa y perfecta, alcanzó una gran velocidad y parecía no correr, sino volar, pero esta vez Merto no sintió ninguna clase de mareo.

HACIA LOS REINOS 

el próximo jueves

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