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miércoles, 9 de noviembre de 2016

RELATOS DE HÉNDER, Libro 1 (Las piedras de Hénder) parte 2

Ahora le toca a Fan conseguir las otras dos piedras
encantadas de la Corona de Hénder y va en camino
de Alandia con Lunar la oveja y el lobo, que no pocos
quebraderos de cabeza le da para que no dañe a Lunar.






Durante el viaje Fan tuvo que dormir acurrucado junto a Lunar y con un ojo abierto como las liebres; es decir que casi no pudo dormir para evitar que, mientras dormía, el lobo atacase a la oveja, a la que miraba siempre con ojos ávidos. De todos modos, cada día que pasaba se sentía más inseguro ya que se notaban en él los efectos del hambre, aunque lo iba calmando con algo de queso, pan y tocino. Sabía que aquello no era la dieta ideal de un lobo adulto como aquél, incluso estaba sorprendido porque un lobo comiera de aquellas cosas y temía que una noche no pudiera resistir y acabara atacándolo también a él. En vista de que las provisiones escaseaban y de que la situación cada vez resultaba más peligrosa, decidió cazar algo para calmar el hambre del lobo y la suya propia, ya que la oveja, bien que mal, se las apañaba con las hierbas que crecían al borde de sendero.
– Lobo – le decía – olvídate de la oveja que no es para ti y no te preocupes que ya verás como te proporciono algo de comer mucho más sabroso y sin sabor a lana.Ya llevaban unos cinco días de caminata cuando comenzó a notarse próximo el final del terreno montañoso. Al llegar a unas torcas en las estribaciones de las Montañas Brumosas, muy cerca ya del puente sobre el Río Far, decidió pasar la noche a resguardo de un abrigo en las rocas. Antes de que oscureciera, y acompañado por Lunar, recorrió los alrededores hasta que encontró la boca de la madriguera de un cinguo; una especie de roedor nocturno, muy lento y pesado pero muy hábil excavando sus madrigueras hasta en la dura roca.
El cinguo es parecido a un jabalí, aunque tan rechoncho como un cerdo doméstico, que vive bajo tierra, en madrigueras que horada con sus fuertes zarpas excavadoras; su carne es muy apreciada porque, además de ser muy nutritiva y sin apenas grasa, se alimenta preferentemente de plantas aromáticas y tiene un sabor exquisito. No era la primera vez que los cazaba ya que en unas colinas próximas a Aste se solían encontrar y, en ocasiones especiales, se cazaban pero cuidando de no acabar con ellos. De modo que conocía muy bien cómo hacerlo.
Tendió un lazo corredizo en la boca de la madriguera y se ocultó tras un tronco, esperando la llegada de la noche. Cuando se hizo la oscuridad, sólo rota por una luna creciente, el cinguo asomó cauteloso su chata nariz por el estrecho agujero de su cueva, olfateó y luego sacó la cabeza. Fan se había situado contra el viento, conocedor del extraordinario olfato de su presa, pegó un tirón de la cuerda tan rápidamente que, aunque pretendía escapar y refugiarse en su madriguera, no pudo zafarse del lazo corredizo que le apretaba aún más, quedando preso por el cuello. La cuerda, que había tenido la precaución de atar a un tronco, se había tensado del tirón pero resistió y pudo capturar su presa, Esa noche, tanto el lobo como él cenaron hasta hartarse y aún sobró bastante carne para unos días, carne que sometió convenientemente a la acción del humo en la hoguera para su conservación.
Por fin pudo dormir tranquilo, pues el lobo ahíto no intentaría comer nada más, casi no podía moverse con la panza tan llena.
Al siguiente día, tras atravesar el puente sobre el Río Far, momento en que aprovechó además para pescar algunos peces, y proveerse de agua suficiente para las jornadas que les esperaban, siguieron camino a través de un inmenso páramo caracterizado por su gris aridez, sólo alterada por unos cuantos matojos resecos dispersos; pero finalmente, al cabo de una dura semana, llegaron al país de Alandia y a la capital del reino en donde se encontraban sus famosos jardines y en los que trabajaba un ejército de jardineros, plantando, podando, regando, abonando,…
Con sus dos acompañantes se internó en la espesura de los jardines, donde las flores más bellas lucían sus mejores galas, donde los árboles más diversos alzaban sus copas hacia el infinito y donde un laberinto de setos les hizo perder media mañana dando vueltas sin encontrar la salida.
Atravesaron un húmedo jardín tropical de altos y enmarañados árboles en donde apenas llegaba al suelo la claridad del día y en el que se cultivaba toda clase de orquídeas: en racimos, de flores aisladas, de diversos tamaños y de tonos pastel en colores rosa, rojo, blanco, amarillo... pero al fin, gracias al instinto del lobo husmeando el suelo y siguiendo el rastro dejado por los jardineros, lograron salir a una amplia rosaleda en que se entremezclaban los colores y los aromas de las rosas más variadas: desde las rosas silvestres como la centifolia, la damascena, la virginiana, hasta las rosas de té, la índica, la bourbon, y muchas otras variedades híbridas y multicolores.
En el centro de la rosaleda vieron a los jardineros discutiendo acaloradamente:
– Pues alguien debe ser el culpable, alguien tiene que haber traído aquí la maldita semilla – decía el jefe de los jardineros – Pero esto no puede quedar así, es preciso que el Rey no vea este engendro cuando venga; porque si no, nuestros empleos corren peligro, por no hablar de algunas cabezas.
– Mejor será cortarla y llevársela a la cocinera real para que haga un buen chucrut – dijo alguien.
– Si, si, habrá que arrancarla – dijeron a coro unas cuantas voces más.
Mientras tanto, nuestros amigos se habían ido aproximando al grupo de jardineros, hasta que Fan pudo ver la causa de la discusión. Entre los arriates floridos, destacaba orgullosa una gigantesca mata de col, la oveja intentó acercarse a ella y tirarle un bocado, porque hacía mucho tiempo que no encontraba té de roca y ya no hacía ascos a otro tipo de verduras, pero él frenó su avance y, comprendiendo que la col era su objetivo, decidió salvarla de acabar en la cocina.
– Señores, no se preocupen que yo la haré desaparecer para que el Rey no se entere del estropicio, déjenme a mi que yo me encargo de todo.

Los jardineros se quedaron mirando a aquel extraño trío con mayor sorpresa con que miraban la col, pero la firmeza y la seguridad de aquel extraño les convenció y comenzaron a retirarse.
Cuando los jardineros se hubieron marchado, Fan intentó tirar de la mata de col con todas sus fuerzas, pero era muy grande y las raíces muy profundas. Ató la soga al lobo y a la oveja y entre los tres, tirando, tirando, lograron arrancarla del suelo.
La mata de col estiró sus raíces, como desperezándose, y se puso a caminar. Los tres quedaron asombrados por ello, pero Fan acabó pensando que las cosas encantadas siempre hacen cosas raras.
En ese momento, como era de costumbre, se materializó junto a ellos Saturia .
– Gracias por rescatar a la col de las ollas de la cocinera y de servir como guarnición al codillo asado, ahora estamos más cerca de librarnos del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Pero ahora lo tendrás más difícil al tener que vigilar también a la oveja para que no dañe a la col, aunque ya sólo queda una piedra encantada por localizar y sólo puedo decirte que debes buscar entre las moreras que jalonan la Ruta de la Seda que lleva a los Telares de Cipán.

Dicho esto desapareció pero ya nadie se asombró por ello, y menos la col.
– Ya sabes – dijo Fan a Lunar – ni se te ocurra acercarte a la col, y menos tocarle una sola de sus hojas, que entonces te las tendrás que ver conmigo o dejaré al lobo que haga lo que quiera contigo.
El viaje ahora iba a ser mucho más largo ya que tenían que llegar al otro extremo del Continente Único. La comitiva emprendió el camino tomando la ruta de las carretas que se dirigían al extremo Oeste del continente, la misma ruta de momento por la que habían llegado; delante iba el lobo, seguido de la col, a continuación el pastor y siguiéndolo iba Lunar, que miraba con ojos golosos las verdes hojas que su compañera de viaje contoneaba provocativamente al caminar.
– Te recuerdo que la col ni tocarla, – dijo a la oveja al darse cuenta de cómo miraba – así que vete acostumbrando a comer hierba de los ribazos, porque no vas a tener otra cosa.
Lo cierto es que la mirada de una oveja es de lo más inexpresivo; pero no había que ser pastor, ni siquiera muy avispado, para adivinar sus intenciones.
A lo largo de aquella ruta había algunas granjas dispersas en las que Fan compró algo de pan, queso, tocino y un embutido de ciervo que al lobo le gustó mucho. De todos modos los días que siguieron fueron duros para él porque: además de vigilar al lobo para que no atacara a la oveja, debía vigilar a ésta para que no mordiera la col. Pero Lunar se iba alimentando con las hierbas del camino, la col de vez en cuando enterraba sus raíces en busca de alimento y con aquellas provisiones que compró, lo que le quedaba en el zurrón y lo que pudo cazar por el camino, ni él ni el lobo pasaron hambre.
Poco después de atravesar el Páramo Gris llegaron a una posada que ya habían visto a la ida, aunque habían pasado de largo. Pidió algunos comestibles para él y para el lobo y pidió también dos habitaciones. Así aquella noche pudo dormir tranquilo y reponer fuerzas. Durmió, muy acertadamente, en una habitación con la oveja y en la otra el lobo y la col. Claro que las habitaciones se encontraban en las cuadras porque en aquella posada, como en todas, no admitían animales en las habitaciones del primer piso.
A la mañana siguiente reemprendieron el viaje, siguiendo por aquel camino y a los dos días atravesaban de nuevo el puente sobre el Río Far.
Aprovechó ahora para reponer las reservas de pescado ya que mientras tuviera al lobo bien comido no debía preocuparse por él.
Tres días después, cuando ya oscurecía, un amplio lago les cortaba el paso. Consiguió una barca, pero era tan pequeña que sólo podían atravesar el lago dos a la vez, por lo que tuvo que cavilar y cavilar de qué manera pasar todos al otro lado sin dejar solos al lobo con Lunar o a ésta con la col. Como era muy avispado, supo resolver el problema y consiguió pasar a la otra orilla al lobo, la oveja y la col sin que nadie se comiera a nadie y, además, aprovechó en uno de los viajes para dormir tranquilo y sin preocupaciones por lo que hicieran el lobo o la oveja.
Reunidos todos finalmente, bien temprano, en la otra orilla, frente a ellos se abría una amplia avenida bordeada de moreras que se perdía a lo lejos en la distancia. Se asustó al reparar en la cantidad de árboles y pensó que si tenía que revisarlos uno por uno no acabaría nunca pero, confiando en su buena estrella y acompañado por aquel extraño trío, siguió el camino muy decidido, confiando en que algo insólito y providencial sucedería que le haría descubrir en qué cosa había convertido aquel malvado y poderoso mago a la última piedra.
– A ver si me ayudáis a buscar, que ya estoy harto de hacer todo el trabajo y vosotros nada – les dijo – o nos vamos a tener que quedar aquí hasta mañana. Así transcurrió toda la mañana y parte de la tarde y a la avenida de moreras no le veían el fin.
Cuando ya desesperaba de encontrar lo que andaba buscando, divisó a lo lejos a unos trabajadores cargando una larga escalera y pudo ver cómo la colocaban al pie de una vieja y alta morera; cosa extraña porque las moreras suelen extenderse a lo ancho y no subir muy alto, al menos en Aste.
El pobre pensó que si era aquella vieja morera su piedra encantada, ¡a ver quién iba a ser el guapo que la arrancaba de cuajo!, aquello no era una col precisamente. Pero cuando se acercó más pudo escuchar lo que decían.
Uno de ellos aguantaba la escalera mientras que otro trepaba por ella.
– Un poco más a la derecha, ahí, ahí, ¡casi lo pillas! 

– Aguanta bien no se caiga la escalera, ya casi lo alcanzo, sólo hay que subir un peldaño más.
– Lo tienes encima de tu cabeza.

– ¡Ay! Que me voy a caer, sujeta fuerte con las dos manos y no andes señalando que ya lo veo.
Cuando Fan llegó hasta ellos les preguntó
– Buenas tardes ¿Qué sucede? ¿Puedo ayudarles en algo?
– Nada, un maldito gusano obeso, un macrogusano, que se come todas las hojas y, de seguir así, los gusanos de seda se quedarán sin comida y nosotros sin seda. Tenemos que acabar con él sea como sea si no queremos que deje peladas todas las moreras y a los criaderos sin hojas con que alimentarlos.

Entonces, dando un profundo suspiro de alivio, comprendió que su objetivo no era la vieja morera sino el gusano. Así que les dijo a los de la escalera, que se habían quedado sorprendidos al ver a sus acompañantes:
– Déjenme hacer a mi; en mi aldea soy experto en trepar a los pinos piñoneros a cosechar las piñas y una morera es mucho más fácil, es casi como un paseo. Yo les libraré del gusano y me lo llevaré tan lejos que pueden irse olvidando de él; pero, mientras estoy arriba, vigílenme al lobo para que no se acerque a la oveja y a la oveja para que no se acerque a la col.
Y mirando a los tres, les dijo:
– A ver si os portáis bien

Dicho esto, sin necesidad de escalera, trepó a una rama y de ésta a otra y a otra hasta que alcanzó al gusano; un bicho del grueso de una pierna que reptaba y comía, que comía y reptaba por entre las ramas. Una vez le hubo echado mano descendió con su blando y viscoso trofeo, dio las gracias a los campesinos por cuidar del lobo, la oveja y la col y, acompañado por su séquito, emprendió el regreso por la Ruta de la Seda de nuevo en dirección al lago, pero….
En ese momento se hizo presente aquella princesa que siempre se le aparecía y dijo:
– ¡Es maravilloso! ¡No sé cómo agradecértelo! Ahora sí que estoy segura de que podré librarme del encantamiento de aquel malvado y poderoso mago, tan malvado y poderoso que ni tú ni yo tenemos nada que hacer al respecto. Ahora sólo hace falta que los lleves a la cabaña del malvado y poderoso mago, que se encuentra al pie de las Montañas Brumosas, en las estribaciones del Norte y muy cerca del puente del Río Far. No tiene pérdida, porque muy cerca hay un piedra gigantesca en forma de monolito que se destaca en la distancia. Al llegar volverán a ser las cuatro piedras que eran y cuando las vuelvas a colocar en la Corona de Hénder, mi hechizo acabará y el rey Nasiano V, mi padre, te recompensará generosamente. Pero sólo podrás llevar a cabo todo esto si, cuando los lleves y montes las piedras en la corona, el mago no está allí. Es peligroso, así que ten mucho cuidado y no me falles.
Y, como de costumbre, desapareció.
– ¡Maravilloso! ¡Mararavilloso! y ¡Peligroso! ¡Peligroso! ¡Bah!. Esto comienza ya a resultar monótono y repetitivo. Y por otra parte no me hace mucha gracia que os convirtáis en piedras, ya me he ido acostumbrando a vosotros; pero... tendremos que desencantar a la princesa ¿no os parece? – dijo a sus acompañantes, pero ninguno le respondió; aunque si lo hubieran hecho, ya no le habría extrañado nada y si le hubieran dicho que no, aún menos. Luego todos se pusieron en camino.
Cuando finalmente llegaron a la orilla del lago ya había oscurecido y se tendieron a pasar la noche aunque Fan tuvo que hacer filigranas para proteger a la col del gusano y, aunque ya menos, de Lunar.
Al despertar vio que no estaba la barca con que habían llegado y tuvo que buscar otra que les volviera a la otra orilla. Finalmente encontró una barca algo mayor en la que podría llevar hasta dos a la vez pero con la condición de que no podría hacer más de tres trayectos en total. Tuvo que cavilar y cavilar de qué manera pasar todos al otro lado sin dejar solos al lobo con la oveja o a ésta con la col o a ésta última con el gusano. Como era muy avispado, como ya habíamos dicho, supo resolver el problema al comprender que era más sencillo incluso que la vez anterior, que en esta ocasión el barquero había intentado enredarlo y sin más complicaciones consiguió pasar a la otra orilla al lobo, la oveja, el gusano y la col sin que nadie se comiera a nadie.
– Ahora, muchachos, vamos a ver si encontramos la cabaña del mago – les dijo.





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