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miércoles, 12 de octubre de 2016

Dos gatos escrupulosos

 Por si alguien no los recuerda se trata de
aquellos protagonistas de la fábula de 
Samaniego que ya publiqué en:







DOS GATOS ESCRUPULOSOS



Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Micifuz y Zapirón estaban aburridos; sí, sí, habéis leído bien, son aquellos mismos que se comieron un capón por un descuido.
Tras: haber lamido el asador, decidir muy juiciosamente no comérselo, huir de los escobazos del ama enfurecida y dormir largamente la digestión, no sabían qué hacer para divertirse un rato.
Eran unos gatos jóvenes y, por tanto, juguetones y con ganas de juerga.
Repasaron sus entretenimientos preferidos:

a)Apostar a ver quién trepaba más alto a los árboles o al tejado. En la última ocasión el que ganó fue Micifuz, pero tuvieron que avisar a los bomberos para bajarlos a ambos de las ramas más altas de un arce.

b)Ver quién de los dos era capaz de enredar más los ovillos de lana que aquella persona, que creía ser su ama, guardaba cuidadosamente en una cesta.

c)Ver quién hacía con las uñas los surcos más largos y más profundos en los muebles…

Y otras travesuras similares.

Tras encaramarse a sus colchones humanos, mullirlos meticulosamente y enroscarse, ambos se quedaron dormidos con el motor en marcha y su consiguiente run run.
A ambos les gustaba que les pasaran la mano por el lomo, aunque siempre acababan cansándose de ello y abandonando súbitamente su cómoda poltrona humana con un gesto altanero y displicente.
Pues ahora estaban aburridos y pensando si deberían iniciar una pelea para pasar el rato, o si competían en salto de mueble, o a esconderse en rincones inaccesibles, cajas de cartón, bolsas del super, en armarios roperos o en los bolsillos de los abrigos.
Pero a Zapirón se le ocurrió algo:
- ¿Por qué no hacemos un campeonato de cazar ratones?, hace tiempo que no lo hacemos. Yo tengo las garras recién afiladas en las patas de la mesa ¿y tú?
- Yo en el sofá, y me parece muy buena tu idea.
- Pues empecemos.
Y cada cual marchó por su lado; tras quedar en verse con la caza en el salón, para hacer el recuento de piezas y enseñarles sus trofeos a aquellos sirvientes humanos que les ponían pienso y agua y les cambiaban la arena de la caja. Así les demostraban quién mandaba aquí, aquello era también un aviso de lo que les podría pasar y para que se anduvieran con mucho ojo.
Al cabo del tiempo se reencontraron, pero ninguno había cazado nada. Tras sus últimas razzias no habían dejado un solo ratón, habían acabado con ellos en la casa y en los alrededores. Ni siquiera en la cuadra ni en el granero quedaba un solo roedor.
Así que Zapirón dijo:
- Ya ves que aquí ya no nos quedan juguetes con los que divertirnos. ¿Y si nos vamos al campo?. Allí seguro que hay ratones de campo y no como estos flojos ratones urbanos que no dan diversión y se nos acaban enseguida.
Y salieron de la casa, atravesaron jardines y cercados, se pelearon con otros gatos, plantaron cara a un perro, huyeron de las pedradas de unos arrapiezos y, por fin, llegaron al campo, lejos de la ciudad.
Se las prometían muy felices y esperaban tener una buena caza; pero, aún más, una buena diversión.
El viaje y todas las peripecias les había dado hambre y, a falta de otra cosa, se conformaron con unos cuantos insectos y una lagartija que tuvo la mala suerte de pasar por allí y no tuvo tiempo de escapar. Eso como aperitivo hasta que encontraran caza de verdad.
El día pasaba y no encontraban nada, además les entró sueño, se enroscaron al pie de un árbol, a falta de un mullido colchón humano, y durmieron largamente.
- Me parece que aquí salen los ratones de noche – dijo Micifuz, desperezándose y arqueando el lomo.
- Claro, nos hemos vuelto caseros, porque los gatos callejeros y monteses cazan de noche, que es cuando salen las presas. Pero ¿qué quieres?, me estoy volviendo comodón y prefiero no salir de noche y dormir.
- Pues entonces… como no encontremos algun nido y los pillemos durmiendo, no vamos a cazar nada.
- Pues busquemos
Y comenzaron la búsqueda poniendo su olfato y sus vibrisas a pleno rendimiento.
Al cabo de un tiempo dijo Zapirón en voz baja:
- Me parece que allá, en aquella horma, hay algo
- Sí, yo también noto algo ¡vamos!
Y se acercaron sigilosamente a aquel rimero de piedras que separaba dos bancales de una huerta. Allí estaban seguros de que debían hallar ratones, porque en la huerta tenían comida abundante.
Llegados a la horma, afinaron sus sentidos y detectaron movimientos y olores muy significativos en un hueco entre las piedras. Se pusieron a escarbar y consiguieron hacer rodar una de ellas.
Se distinguía un amplio hueco tapizado con pajas, trocitos de papel y otras fibras vegetales; y, de golpe, por sorpresa, un pequeño ratón de campo salió corriendo y escapó. Pero en el hueco quedaba algo que se agitaba: media docena de ratoncillos se removían en aquel nido y les miraban sin miedo. Se ve que aún no habían aprendido a temer a los extraños.
Dijo Micifuz, muy satisfecho del hallazgo:
- Aquí tenemos nuestras presas ¿qué te parece?
- Pues me parece que esto no resuelve nuestra competición porque, como los hemos encontrado al mismo tiempo, la cosa queda en empate.
- Pero podríamos comer, yo ya tengo hambre.
- Bien mirado sí, pero son tan pequeños… Ya sabemos donde están ¿Porqué no volvemos cuando sean mayores?
Y se pusieron a considerar, como aquella otra vez con el asador, si se los comían o no. Pero, al final, por un caso de conciencia, decidieron no comerlos, igual que al asador.
Se les quedaron mirando, se despidieron y se pusieron en marcha hacia su casa; porque ya añoraban su pienso rico en verduras, proteínas y ácidos cardiosaludables, sus muebles que arañar, lanas que revolver y, especialmente, sus mullidos sillones humanos, en donde reposar con el motor en marcha mientras sus sirvientes les acariciaban el lomo.
Así que; desandando el camino: tras huir de las pedradas de unos arrapiezos, enfrentarse a un perro, pelearse con otros gatos y cruzar cercados y jardines, llegaron a casa y se echaron a dormir para recuperarse de su aventura.
Pasado el tiempo, en el que se dedicaron a sus distracciones favoritas, con gritos airados de sus sirvientes humanos, decidieron regresar a por los ratones.
Volvieron a hacer el mismo recorrido: jardines, cercados, gatos, perro – que esta vez salió huyendo con el rabo entre las patas nada más verlos - y llegaron a la horma.
En el agujero no quedaba alma viviente, sólo el mullido nido de pajas, papeles y fibras.
- Se nos escaparon
- Es que fuimos demasiado blandos
- No se puede ser bueno, abusan de uno
Mientras así hablaban, vieron una comitiva de seis ratones que, en lugar de salir huyendo, se les acercaban sin asomo de miedo. No parecían temer a su más encarnizado enemigo, y los dos mininos reconocieron a aquellos ratoncillos del nido.
No tuvieron que debatir mucho sobre si los comían o no; decidieron, muy sabiamente, no hacerlo, y se lo pasaron en grande echándose con ellos unas carreras; en las que, en esta ocasión, ganó Zapirón. 




Pensaba terminar esta serie la semana que
viene con otro cuento más largo, pero el enano
me acaba de soplar otro tema. Se trata de:

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