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miércoles, 14 de septiembre de 2016

HAPPY, HAPPY, HAPPY

Dicen por aquí: "Al pot petit hi ha la bona confitura" 
(en el frasco pequeño está la buena confitura). 
Creo que el cuento ya lo explica lo suficiente






HAPPY, HAPPY, HAPPY 

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final



Introducción:
Cierto día en que me encontraba muy eufórico porque había logrado terminar un nuevo cuento largo, largo, y estaba muy satisfecho de cómo me había quedado; llegó hasta mí el Enano Soplacuentos, aquel personaje que suplía a las musas que hacía años me abandonaran, y me susurró al oído: 
- No te alegres demasiado. Cualquier cosa en exceso, por muy buena que sea, se acaba transformando en mala. 
No entendí lo que quería decir y le pregunté: 
- Así ¿también cualquier cosa mala en grandes cantidades puede transformarse en buena? 
- No – me respondió- no es la cosa en sí, sino el exceso lo que puede ser peligroso. 
Y me contó: 

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HAPPY, HAPPY, HAPPY 




Era una vez, en un tiempo lejano, una sociedad que había llegado a un grado de evolución tal que nadie precisaba hablar para entender lo que querían los demás. Se habían convertido en telépatas, y cualquier pensamiento era captado por aquellos que estuvieran lo suficientemente cerca. Podían leerse las mentes como si fuera en un libro abierto. 
Esto facilitaba mucho la comunicación y el entendimiento, pero limitaba la privacidad, no había secretos, y todos debían ser muy cuidadosos con lo que pensaban; porque los demás se enteraban de todo, y eso creaba tensiones, frustración y disgustos. 
Era como aquello que nos contaban de pequeños sobre que Dios se enteraba de nuestros más íntimos pensamientos y se dedicaba a apuntar nuestros pecados en un enorme libro de cuentas para el Día del Juicio. Pero ahora era más real y más inmediato, no se trataba de un Dios lejano y desconocido, sino de los vecinos, que no sé qué es peor. 
Afortunadamente sólo se captaban los pensamientos, pero no los sentimientos ni el sufrimiento físico o psicológico. Los amigos, vecinos o familiares más próximos podían llegar a saber si alguien tenía dolor de muelas pero no sentirlo. Imagínate si se pudiera compartir todo, como un dolor de muelas, un parto, un cólico nefrítico, la muerte… Todo se podía convertir en eso que llaman “Un valle de lágrimas” 
Pasaron los años y, cierto día, uno de los habitantes de aquella ciudad pudo captar; no los pensamientos de rechazo de un conocido, puesto que sabían controlar y desactivar tales pensamientos, sabiendo que todos se vigilaban a todos como un “Gran Hermano”, sino un profundo sentimiento de repulsa y le indujo a sentir el mismo desprecio por él, como el otro le tenía en lo más profundo de su subconsciente. 
Habían comenzado a ser capaces de compartir también los sentimientos y el sentimiento más extendido, aunque menos racionalizado, de aquella sociedad era el de odio hacia todos aquellos que les rodeaban, porque les violentaban a ocultar sus propios pensamientos y les privaban de pensar libremente y sin ataduras ni observadores ajenos. Ese odio se retransmitía y regresaba corregido y aumentado, y eso dolía. 
De este modo se fueron alejando unos de otros para mantenerse a distancia de aquellos pensamientos negativos: el odio, la insatisfacción, la frustración, la falta de libertad… y se dispersaron: de las más altas montañas, hasta las selvas y los desiertos más áridos. Allí, cada uno, aislado de los demás, pudo liberarse de pensamientos y sentimientos ajenos y se sentía satisfecho al poder pensar como le viniera en gana, en libertad y sin miedo. 
Uno de ellos se había refugiado en una cueva solitaria en la falda de una montaña próxima a la frontera de un país vecino y allí se sentía seguro, pero en el más absoluto aislamiento. 
Cierto día, acertó a pasar por allí un extraño y se toparon de manos a boca. 
- ¡Qué alegría! – dijo el caminante – encontrar a alguien después de días de soledad. 
Y nuestro hombre sintió la alegría del extraño, participó de ella y eso le llenó de felicidad. Nunca en su vida había sentido nada igual. Y eso le gustó. 
Como el extraño no era telépata como él, no pudo enterarse ni sentirse molesto por ver violentada su intimidad mental, y su contento no menguó ni un ápice, y ese contento era absorbido ávidamente por el otro, tras tanto tiempo de soledad. 
Cuando se despidieron, permaneció allí en su cueva, lleno de contento y felicidad, así como unas enormes ganas de compartir aquel nuevo sentimiento desconocido hasta entonces, y pensó: 
- Nos hemos hecho mucho daño comunicándonos sólo sentimientos negativos. Ya es hora de que alguien haga algo para volver a convivir y transmitirnos sentimientos positivos y felices. 
De modo que bajó de su montaña y se echó por esos caminos en busca de otros conciudadanos a fin de transmitirles la felicidad que sentía y enviarlos a hacer lo propio con otros. 
La misión se culminó con éxito. La Buena Nueva se propagó en progresión geométrica. En pocos días todos había regresado a su ciudad. Todos felices y contentos, transmitiendo y recibiendo esa felicidad. Pero la recibían multiplicada por miles y miles, la volvían a transmitir y la volvían a recibir aún más aumentada, y cuanto más felices, más se apiñaban y más intensa era la comunicación. 
Eso es algo que ninguna mente humana es capaz de soportar por mucho tiempo sin acabar desequilibrada. 
Es así que, por exceso de felicidad, terminaron todos locos de remate, locos pero felices. Y así acabó aquella sociedad de telépatas. 

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Epílogo: 

Entonces comprendí aquello que siempre había oído y que nunca había acabado de entender, aquello de: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Nunca entendí que algo bueno fuera mejor en poca cantidad que en la abundancia. 
Lo cierto es que: quien recibe un piquillo en la lotería es, en ese preciso momento, mucho más feliz que quien nada en la abundancia desde siempre. 




Y la semana que viene otro nuevo cuento 
de alguien que debía ser "mu peeeerro": 

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