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miércoles, 21 de septiembre de 2016

El gnomo perezoso

EL GNOMO PEREZOSO

En la medida de lo posible, cada cual
debe cumplir las normas como los 
demás y colaborar en la sociedad en 
la que vive, si no quiere  verse privado 
de sus derechos o su gorro, por más 
años que tenga.



Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Se accedía por un hueco en el tronco de una gran encina y se llegaba a la amplia sala subterránea en donde se apiñaba toda la población de los Elpers
Aunque tenían, para preservar su privacidad, habitáculos individuales, compartían los espacios comunes y eso era muy agobiante para aquella comunidad de gnomos. Suerte que eran expertos en micología, porque aquellas oscuras cuevas estaban iluminadas con hongos fosforescentes, aunque con una iluminación mortecina y verdosa, deprimente.
Por todo esto, todos estaba deseando que llegara la época apropiada para salir a la superficie, habitar sus hongos individuales y dispersarse libremente por prados, fuentes y bosques, en lugar de estar hacinados allí.
Para contar con habitáculos suficientes, se necesitaba un cuidado especial de las micorrizas que daban lugar a los hongos: mantenerlas húmedas, a salvo de roedores, gusanos, hormigas y topos… pero eso suponía mucho trabajo especializado; de modo que estaban organizados para que cada cual hiciera aquello que mejor sabía y podía hacer en bien de la comunidad. Una de estas funciones era la inmobiliaria, que se encargaba de que brotaran suficientes hongos para alojar a toda la población durante la temporada de setas. Para ello tenían que acarrear agua, recortar las malas hierbas y alejar todo peligro para el germen micológico.
Otros gnomos se encargaban de conseguir comestibles y de su conservación, de conseguir fibras para tejer las ropas, de fabricar el mobiliario y de tallar dentro de los hongos las habitaciones, ventanas y puertas.
Así que todos participaban con su trabajo, según sus aptitudes y capacidades, al mantenimiento de la comunidad.
Gracias a los trabajos de los inmobiliarios, cuando llegaba su tiempo, florecía el bosque de hongos, formando un círculo alrededor de la encina y comenzaban a asomar su sombrerete sobre la hierba.
Llegado ese momento, entraba en acción el equipo de interioristas; que abrían las puertas en el pie de cada hongo, vaciaban el salón, cocina, baño y alcoba, con sus ventanas, dentro del sombrerete y dejaban paso a los que tenían que instalar el mobiliario, de juncos y hojas, para que toda la colonia los pudiera ocupar.
Eran los tiempos buenos para los gnomos y celebraban sus fiestas al son de arpas y caramillos, en torno al tronco de la encina, disfrutaban de la miel, el polen, los hongos menores y se alegraban bebiendo la savia de ciertas plantas y el néctar de algunas flores. El equipo de proveedores se encargaba de todo esto y el trabajo más difícil era el de recolectar la miel y el néctar, porque tenían que competir con las abejas.
Pero no todo era idílico. Siempre, en toda comunidad, aparece alguien que tiene que dar la nota discordante.
Flay, un joven gnomo, no estaba por la labor y procuraba escurrir el bulto siempre que podía.
Durante unos cien años, porque los gnomos al igual que los elfos viven para siempre o son muy longevos, nadie se había percatado de que el joven Flay ya hacía dos siglos que no daba un palo al agua, pese a que ya hacía dos siglos que había dejado de ser un menor.
Acababan de salir de la cueva y Flay ya había ocupado el primer hongo que se encontró, se acomodó y se echó a dormir, mientras que los demás limpiaban el entorno de hierbas y hojas secas antes de celebrar la fiesta del año.
Cuando ya estaban todos reunidos, con las mesas puestas y cubiertas de platos de miel, polen, pétalos, brotes de lúpulo y espárrago y jarras de burbujeante savia fermentada, le vieron salir con cara de adormilado y dispuesto a incorporarse a la fiesta.
Todos comenzaron a preguntar a los jefes de los equipos de trabajo:
- ¿Éste está en tu equipo?, porque en el mío no
Y se corrió la voz; nadie daba razón de a qué se había estado dedicando en los últimos doscientos años.
Inmediatamente se reunió el Consejo de la Comunidad, y se debatió; muy rápidamente, porque pronto empezaría la fiesta y no querían perdérsela, cómo podrían acabar con su vagancia y hacerle trabajar como todos.
El menos joven de todos, y no digo el más viejo porque todos lo eran y mucho, fue el encargado de llamarle al orden.
La fiesta ya había comenzado y Flay estaba, tan contento, comiendo y bebiendo lo que no había recolectado, en el prado que no había limpiado, en unas mesas que no había transportado y bailando con una música que no estaba tocando.
- ¡Si por lo menos tocara el caramillo! - pensaba el decano de los gnomos, pero ni eso.
Así que el “Gran Gnomo”, al que llamaban Tuslen, se encaró con él, lo llamó aparte y le dijo:
- Flay: estamos muy disgustados contigo, y eso para los gnomos es muy grave porque nuestro estado natural es la felicidad. Creemos que no has trabajado en ningún equipo, y por eso te hemos condenado a no participar de esta fiesta en la que no has colaborado.
- ¿Quién dice que no he trabajado?; eso no es cierto y la condena injusta.
- Esa condena consistía en que no podías participar en esta fiesta; pero, como me acabas de mentir, yo, Tuslen, el menos joven de los gnomos, el “Gran Gnomo”, te condeno a la retirada del gorro.
Un gnomo sin gorro es como si no fuera un gnomo. No sólo se le castigaba, sino que se le privaba de su gnomidad, y eso le afectó mucho, pero no tuvo más remedio que obedecer y permitir que Tuslen le arrebatara el gorro y lo enviara a retirarse en su hongo.
- Y da gracias que no te retiramos tu vivienda y te hacemos dormir en la cueva o sobre la hierba – dijo Tuslen.
Flay se resignó porque, de no hacerlo, corría el riesgo de ser exilado de la comunidad y vagar por el bosque,sin refugio, comida ni compañía, con el peligro de encontrarse con algún duende, trasgo o silfo, y sabía que éstos no le tenían mucha simpatía a los gnomos.
Llegaba la mañana y se acabó la fiesta. Todos se retiraron a dormir, no sin antes recoger todo para dejar el prado limpio y ordenado, pero Flay tampoco salió a recoger mesas, bancos, platos, jarras… Estaba muy preocupado, meditando en lo que había hecho, aunque más en lo que había dejado de hacer, y temiendo lo que le podría pasar.
Aquel día fue incapaz de dormir, todos los gnomos lo hacían para estar bien despiertos por la noche. Se pasó todo el día reflexionando y considerando qué hacer.
Antes de que el Sol se ocultara por el horizonte, antes de que se despertaran los demás gnomos; Flay ya estaba levantado, porque no había dormido nada, y camino de una hermosa mata de romero florido que había visto el día anterior, comenzó a cosechar néctar y polen.


Y LA SEMANA QUE VIENE 

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