EL
GNOMO PEREZOSO
En la medida de lo posible, cada cual
debe cumplir las normas como los
demás y colaborar en la sociedad en
la que vive, si no quiere verse privado
de sus derechos o su gorro, por más
años que tenga.
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Se accedía por un hueco en el
tronco de una gran encina y se llegaba a la amplia sala subterránea
en donde se apiñaba toda la población de los Elpers
Aunque tenían, para preservar su
privacidad, habitáculos individuales, compartían los espacios
comunes y eso era muy agobiante para aquella comunidad de gnomos.
Suerte que eran expertos en micología, porque aquellas oscuras
cuevas estaban iluminadas con hongos fosforescentes, aunque con una
iluminación mortecina y verdosa, deprimente.
Por todo esto, todos estaba
deseando que llegara la época apropiada para salir a la superficie,
habitar sus hongos individuales y dispersarse libremente por prados,
fuentes y bosques, en lugar de estar hacinados allí.
Para contar con habitáculos
suficientes, se necesitaba un cuidado especial de las micorrizas que
daban lugar a los hongos: mantenerlas húmedas, a salvo de roedores,
gusanos, hormigas y topos… pero eso suponía mucho trabajo
especializado; de modo que estaban organizados para que cada cual
hiciera aquello que mejor sabía y podía hacer en bien de la
comunidad. Una de estas funciones era la inmobiliaria, que se
encargaba de que brotaran suficientes hongos para alojar a toda la
población durante la temporada de setas. Para ello tenían que
acarrear agua, recortar las malas hierbas y alejar todo peligro para
el germen micológico.
Otros gnomos se encargaban de
conseguir comestibles y de su conservación, de conseguir fibras para
tejer las ropas, de fabricar el mobiliario y de tallar dentro de los
hongos las habitaciones, ventanas y puertas.
Así que todos participaban con
su trabajo, según sus aptitudes y capacidades, al mantenimiento de
la comunidad.
Gracias a los trabajos de los
inmobiliarios, cuando llegaba su tiempo, florecía el bosque de
hongos, formando un círculo alrededor de la encina y comenzaban a
asomar su sombrerete sobre la hierba.
Llegado ese momento, entraba en
acción el equipo de interioristas; que abrían las puertas en el pie
de cada hongo, vaciaban el salón, cocina, baño y alcoba, con sus
ventanas, dentro del sombrerete y dejaban paso a los que tenían que
instalar el mobiliario, de juncos y hojas, para que toda la colonia
los pudiera ocupar.
Eran los tiempos buenos para los
gnomos y celebraban sus fiestas al son de arpas y caramillos, en
torno al tronco de la encina, disfrutaban de la miel, el polen, los
hongos menores y se alegraban bebiendo la savia de ciertas plantas y
el néctar de algunas flores. El equipo de proveedores se encargaba
de todo esto y el trabajo más difícil era el de recolectar la miel
y el néctar, porque tenían que competir con las abejas.
Pero no todo era idílico.
Siempre, en toda comunidad, aparece alguien que tiene que dar la nota
discordante.
Flay, un joven gnomo, no estaba
por la labor y procuraba escurrir el bulto siempre que podía.
Durante unos cien años, porque
los gnomos al igual que los elfos viven para siempre o son muy
longevos, nadie se había percatado de que el joven Flay ya hacía
dos siglos que no daba un palo al agua, pese a que ya hacía dos
siglos que había dejado de ser un menor.
Acababan de salir de la cueva y
Flay ya había ocupado el primer hongo que se encontró, se acomodó y
se echó a dormir, mientras que los demás limpiaban el entorno de
hierbas y hojas secas antes de celebrar la fiesta del año.
Cuando ya estaban todos reunidos,
con las mesas puestas y cubiertas de platos de miel, polen, pétalos,
brotes de lúpulo y espárrago y jarras de burbujeante savia
fermentada, le vieron salir con cara de adormilado y dispuesto a
incorporarse a la fiesta.
Todos comenzaron a preguntar a
los jefes de los equipos de trabajo:
- ¿Éste está en tu equipo?,
porque en el mío no
Y se corrió la voz; nadie daba
razón de a qué se había estado dedicando en los últimos
doscientos años.
Inmediatamente se reunió el
Consejo de la Comunidad, y se debatió; muy rápidamente, porque
pronto empezaría la fiesta y no querían perdérsela, cómo podrían
acabar con su vagancia y hacerle trabajar como todos.
El menos joven de todos, y no
digo el más viejo porque todos lo eran y mucho, fue el encargado de
llamarle al orden.
La fiesta ya había comenzado y
Flay estaba, tan contento, comiendo y bebiendo lo que no había
recolectado, en el prado que no había limpiado, en unas mesas que no
había transportado y bailando con una música que no estaba tocando.
- ¡Si por lo menos tocara
el caramillo! - pensaba el decano de los gnomos, pero ni eso.
Así que el “Gran Gnomo”, al
que llamaban Tuslen, se encaró con él, lo llamó aparte y le dijo:
- Flay: estamos muy
disgustados contigo, y eso para los gnomos es muy grave porque
nuestro estado natural es la felicidad. Creemos que no has trabajado
en ningún equipo, y por eso te hemos condenado a no participar de
esta fiesta en la que no has colaborado.
- ¿Quién dice que no he
trabajado?; eso no es cierto y la condena injusta.
- Esa condena consistía en
que no podías participar en esta fiesta; pero, como me acabas de
mentir, yo, Tuslen, el menos joven de los gnomos, el “Gran Gnomo”,
te condeno a la retirada del gorro.
Un gnomo sin gorro es como si no
fuera un gnomo. No sólo se le castigaba, sino que se le privaba de
su gnomidad, y eso le afectó mucho, pero no tuvo más remedio que
obedecer y permitir que Tuslen le arrebatara el gorro y lo enviara a
retirarse en su hongo.
- Y da gracias que no te
retiramos tu vivienda y te hacemos dormir en la cueva o sobre la
hierba – dijo Tuslen.
Flay se resignó porque, de no
hacerlo, corría el riesgo de ser exilado de la comunidad y vagar
por el bosque,sin refugio, comida ni compañía, con el peligro de
encontrarse con algún duende, trasgo o silfo, y sabía que éstos no
le tenían mucha simpatía a los gnomos.
Llegaba la mañana y se acabó la
fiesta. Todos se retiraron a dormir, no sin antes recoger todo para
dejar el prado limpio y ordenado, pero Flay tampoco salió a recoger
mesas, bancos, platos, jarras… Estaba muy preocupado, meditando en
lo que había hecho, aunque más en lo que había dejado de hacer, y
temiendo lo que le podría pasar.
Aquel día fue incapaz de dormir,
todos los gnomos lo hacían para estar bien despiertos por la noche.
Se pasó todo el día reflexionando y considerando qué hacer.
Antes de que el Sol se ocultara
por el horizonte, antes de que se despertaran los demás gnomos; Flay
ya estaba levantado, porque no había dormido nada, y camino de una
hermosa mata de romero florido que había visto el día anterior,
comenzó a cosechar néctar y polen.
Y LA SEMANA QUE VIENE
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