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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Dos hormigas

 DOS HORMIGAS
pero hoy vamos a conocer a dos, 
de primera antena, y de sus 
peripecias e inquietudes.

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie


I.- EL GRANO

Vivían en dos hormigueros vecinos y se llamaba Ente y Anti. El jefe de la colonia había enviado a cada cual a que fueran a recoger un grano de trigo que sus patrullas de reconocimiento habían descubierto en las inmediaciones.
Salieron las dos de sus hormigueros y se encaminaron al lugar indicado. Cuando llegaron, se quedaron mirando aquel grano con sorpresa. Era el grano más grande que habían visto y, con él, había comida para unos días.
Ambas asieron con sus pinzas al grano de trigo, cada una por su lado, afirmaron sus seis patas al suelo y tiraron con fuerza, tanta que casi se desencajan las mandíbulas. Pero el grano no se movió ni un milímetro, las dos tiraban en sentido contrario, cada cual hacia su propio hormiguero.
Ninguna estaba dispuesta a dejarse vencer por aquel grano, una hormiga nunca se rinde ante una carga y ellas tampoco estaban dispuestas a pedir refuerzos, no daban su antena a torcer y tiraban con todas sus fuerzas, pero sin resultado.
Al cabo de unas horas de tirar y tirar ya estaban más que cansadas, y eso que las hormigas tienen una fuerza descomunal, impropia de su tamaño, pero ya llevaban bregando mucho tiempo.
Tanto esfuerzo, tanto esfuerzo, les abrió el apetito y decidieron, cada una por su cuenta, darle unos bocados al grano para reponer fuerzas y, de paso, aligerar la carga.
Pero cuando reanudaron su labor todo fue en vano; cuanto más tiraba la una, más tiraba la otra, de modo que se volvieron a cansar y necesitaron volver a comer. Así una y otra vez, hasta que quedó muy poco grano y se pudieron ver, cada una tirando por su lado.
No eran hormigas guerreras ni belicosas, pero tampoco eran capaces de resolver sus diferencias civilizadamente, de modo que se enzarzaron en una violenta pelea. Las dos acabaron maltrechas, una con una pata coja, la otra con una antena doblada y sin haber dirimido la cuestión. Y es que en las peleas siempre pasa eso; que no se soluciona nada y salen perdiendo los dos contendientes, y si uno de ellos resulta ganador aún suele ser más lo que ha perdido en la contienda.
No les quedaba ya otro recurso que intentar razonar y tratar de resolver el problema como deberían haber intentado hacer en primer lugar, de común acuerdo y pacíficamente.
Finalmente encontraron una solución y, como después de la pelea se les había vuelto a abrir el apetito, decidieron comer ambas por la mitad de la semilla, de tal modo que quedó dividida en dos trozos iguales, y cada una acarreó su porción hasta su hormiguero.
No se sabe cómo acabó la historia, pero presumo que les caería una buena reprimenda por haber tardado tanto y por presentarse con mucho menos de la mitad del grano.

II.- ENTE Y ANTI

Después de la aventura del grano de trigo, Ente y Anti no se habían vuelto a encontrar, aunque si se hubieran encontrado no sé si habrían sido capaces de reconocerse; las hormigas son tan iguales…
Pero un día, en uno de esos paseos incomprensibles, en esos que parece que no saben donde van, en esos en que cambian a cada momento de dirección, se dieron de manos a boca, quiero decir de antenas a palpos. Se reconocieron de inmediato; no me pregunten cómo pudo ser, del mismo modo que no sabría explicar cómo los chinos se reconocen entre ellos.
- ¿Qué tal? - dijo Anti - ¿cómo te fue el otro día con el grano de trigo?
- No me hables de ello – respondió Ente – he estado castigada toda la semana cavando galerías para ampliar las despensas.
- Pues a mi me han castigado sin comer, porque decían que si había quedado tan poca cosa del grano, si sólo había quedado aquel trozo, ya había comido bastante. Ahora ya me han dejado salir a pasear y, de paso, a ver si encuentro algo para la despensa. Pero si encuentro algo comestible no va a llegar.
- ¿Qué te parece si buscamos juntas?
- Pues muy bien, a ver si me ayudas a encontrar algo de comida, ¡tengo tanta hambre!.
Y reanudaron su alocado paseo, para aquí y para allá, pero esta vez las dos juntas.
Llevaban un rato caminando cuando se encontraron una zanca de saltamontes y Anti dio buena cuenta de aquella especie de jamón, recobró energías y siguieron deambulando erráticamente, como suelen hacerlo las hormigas.
- ¿Y tú estás contenta en tu hormiguero? - preguntó Anti
- Pues no; sólo trabajamos y no hay nada de diversión ni reconocimiento, pero eso es algo que nos pasa a todas las hormigas.
- Pues yo estoy pensando en marchar, correr mundo y establecerme por mi cuenta. Si cavo más galerías, quiero que sean mías y no de la comunidad. ¡La cueva para quien la cava!. No tengo nada que agradecer a las otras, ni una palabra de aliento ni de gratitud por mi trabajo. Ninguna me defendería si estuviera en peligro, y si resultara herida sí que vendrían a por mi, pero no para ponerme a salvo y curarme, sino para llevarme a la despensa.
- Tienes razón, yo pienso lo mismo que tú, y si quieres, podríamos escapar juntas, aunque tampoco nos iban a echar de menos, total no somos más que dos números rodeados de muchos números.
De modo que así fue como Ente y Anti emprendieron la fuga de sus hormigueros.
No conocían mucho el terreno ni sabían a donde ir, pero alguna otra vez habían hecho de exploradoras y sabían orientarse. Eran capaces de llegar desde un punto A hasta un punto B, sólo que dando tantos rodeos que pasaban por todo el abecedario, aunque acababan llegando.
Un arroyo les cortó el paso, no podían atravesarlo, de modo que tenían que seguir la ribera aguas arriba o aguas abajo, pero lo que veían al otro lado era muy tentador. Había un hermoso trigal poblado de rubias espigas.
- ¿Y si echamos una hoja o un palito al agua y nos montamos? dijo Ente
- ¿Y si nos hundimos? ¿y si se nos lleva la corriente y no logramos llegar a la otra orilla? El cauce no es mucho, sólo una acequia de riego, pero es una inmensidad para nosotras. Pero veo allá abajo unas ramas que se inclinan por encima del agua, podríamos pasar y dejarnos caer.
Y así lo hicieron. Llegaron a un sauce cuyas ramas lloraban sobre la otra orilla; treparon por el tronco, cosa que las hormigas saben hacer muy bien, avanzaron por una rama y se dejaron caer al otro lado. Las hormigas nunca se hacen daño al caer de grandes alturas y se levantaron indemnes.
Habían aterrizado en el margen de los trigos en sazón y Anti no tardó en salvar el ribazo, trepar por un tallo y comenzar a morder por debajo de una espiga. La paja no se le resistió mucho y la espiga acabó cayendo al suelo.
Las dos se dieron un buen banquete, y no sabría decir si se echaron a dormir porque no sé si las hormigas duermen. Lo que sí sé es que acabaron encontrando un agujero que pensaron podría servirles de vivienda, pero les salió al paso un alacrán cebollero diciendo a voz en grito.
-¡Fuera de mi casa!
Y tuvieron que salir por patas, por seis patas, lo más rápido que puede hacerlo una hormiga para ponerse a salvo.
Aquel había sido el primer susto de su nueva vida en libertad, pero no iba a ser el último. La libertad tiene eso; ventajas e inconvenientes.
Ellas no se arredraron y siguieron buscando un lugar en donde refugiarse, pero todos los intentos fueron en vano aunque, afortunadamente, sin consecuencias graves que lamentar.
Por los alrededores no había ningún hormiguero que pudiera resultar un refugio, aunque tampoco un peligro ni unos competidores, de modo que acordaron hacerse el suyo propio, y cavaron, y cavaron durante horas, días y semanas, hasta que consiguieron unas galerías confortables y un almacén que llenaron de grano antes de que comenzara la siega.
Había sido mucho trabajo, pero la libertad tiene eso: satisfacciones, aunque también esfuerzos, sacrificios y renuncias.
Y allí estaban, las dos solas, en su reino, más solas que dos mochuelos mirando a la luna. Solas y aburridas. Ya habían acabado las aventuras, las novedades y los trabajos que mantenían la mente ocupada. Pero ahora, una vez acabado el hormiguero y la cosecha, el vacío era absoluto y se sumían en la inactividad, cosa inconcebible en una hormiga.
Recordaban cuando en el hormiguero no tenían un minuto de asueto: cavando, explorando, acarreando, cuidando los huevos, las larvas y las pupas… y ahora comenzaban a echar de menos aquellos tiempos y se aburrían.
Tan desesperadas estaban que se afanaron en mantenerse ocupadas ampliando las salas y galerías pero, cuanto más grandes eran, más grande era su soledad y el vacío en aquellas enormes salas vacías.
Llegaron a plantearse el regreso, volver a sus hormigueros, vencidas y sumisas, pero algo vino a alterar el curso de las cosas.
Anti se puso muy enferma, tanto que no podía moverse y el abdomen le iba creciendo por momentos. Se quedó recluida en una cámara sin ganas ni fuerzas para moverse, y Ente procuró cuidarla lo mejor que supo, que era bien poco. Aquello se salía de sus conocimientos y sus habilidades.
Una mañana, aunque poco importa si era mañana o no porque dentro del hormiguero no se apreciaba, Anti se despertó – aunque ya dije que no sé si las hormigas duermen – muy aliviada de su dolencia, su abdomen había recuperado el tamaño normal, y a su lado podía verse algo que no había visto desde cuando estaba en su antiguo hormiguero.
- ¡Un montón de huevos! - gritó
y Ente coreó
- ¡Un montón de huevos!
Desde entonces ya no les sobró tiempo para deprimirse y pensar en regresar. Finalmente tenían su propio hormiguero, lleno de febril actividad, como debe ser un hormiguero. Habían visto cumplido su sueño; porque los sueños, como la libertad, sin tener con quien compartirlos, ni son sueños, ni libertad, ni sirven de nada.



Y la semama que viene...

2 comentarios:

  1. ...porque los sueños, como la libertad, sin tener con quien compartirlos, ni son sueños, ni libertad, ni sirven de nada.

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