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miércoles, 17 de agosto de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. Cap 12.- La Bergantina


Y en este capítulo acaban, o no, 
las aventuras de nuestros amigos.
Lo que sí es seguro es que las
de El Bergante sí acaban y ya no
volverá a surcar los mares con 
sus veinte cañones y su Banda.


 12.- LA BERGANTINA

La Gaviota puso rumbo a Jamaica, a reunirse con El Bergante en Sandy Bay. El Comodoro no había abierto la boca, sólo lo hizo para comer y beber, y no le faltó la comida ni la bebida, porque ellos no eran igual que él y no le iban a hacer pasar hambre y sed.
Ya en Sandy Bay se redistribuyeron las tripulaciones y ambas naves se hicieron a la mar. Hans W Henze les contó que cada vez se hacía más inhabitable aquel refugio de piratas y que ya se había producido algún ataque por corsarios, a las órdenes del nuevo Comodoro. Aunque habían sido repelidos, no había duda de que acabaría llegando la Flota Inglesa y no dejaría piedra sobre piedra, de modo que no era recomendable volver por allí.
Navegaban rumbo a la isla de Barbacana, o de Barbapapá y encontraron algún corsario pero no se atrevió a enfrentarse a dos barcos armados. Big y otros muchos sí que se hubieran acercado a ellos para mandarlos al fondo, pero ahora otra cosa corría más prisa, deshacerse de Patacorta, pero no deshacerse en el último sentido, en el sentido más drástico y dramático. Había que deshacerse, es decir librarse de él, pero no como verdugos o asesinos que nunca habían sido, sino apartándolo de sus vidas y, de paso, de la humanidad.
El Capitán creía, muy acertadamente, que Patacorta no se atrevía a hablar para no agravar su condena, o para mover a compasión. Temía que ellos actuarían como lo hubiera hecho él, pero nada más lejos de eso. No le condenaban a los tiburones ni a encierro, le condenaban a la libertad absoluta y a hacer algo de provecho para ganarse su supervivencia, y no a costa de otros. Realmente, aquello no era más que un justo, aunque más benévolo, destierro; lo mismo que lo que él les había hecho cuando servían a sus órdenes y les abandonó en una isla árida. Al menos en ésta tendría comida y bebida suficiente y, si sabía encontrarlo, un refugio en la gruta de Bennie el Goonie.
Llegaron cerca de la isla y fondearon lejos El Bergante; pero, al contrario de la vez anterior, pudieron adentrarse hasta muy cerca de la playa con La Gaviota sin tener que arriar la chalupa ni mover a Patacorta de su, hasta entonces, segura, limpia y confortable bodega.
Sacaron al prisionero en un bote, lo llevaron a la playa, y allá lo dejaron con sólo las vestiduras que se reducían a su camisón, su gorro y nada más. Cuando se dio cuenta de que La Gaviota levaba el ancla, abandonó su mudez y comenzó a soltar tal sarta de insultos, improperios, blasfemias, palabrotas, tacos, maldiciones, reniegos, juramentos, groserías…. que no se reproducen aquí por respeto a los tripulantes, que tuvieron que taparse los oídos como cuando tocaba la Banda de principiantes.
Ya habían consumado su justicia pirata y ahora quedaba un vacío, una sensación de ¿y ahora qué hacemos?. Algunos sugerían regresar a la Isla de Barbapapá y liberar a Patacorta y así poder perseguirlo nuevamente, volver a jugar al ratón y al gato, pero la propuesta fue rechazada por mayoría.
Los tiempos de los piratas, bucaneros y filibusteros estaba llegando a su fin. Dentro de poco tiempo, la única violencia que controlaría el Mar Caribe sería la violencia legal, la institucional, la de los imperios español e inglés, esa violencia que parecía menos violencia aún siendo la misma cosa.
Ya hacía tiempo que eran conscientes de que aquello se acababa; desde que recibieron las primeras clases del Jefe de Protocolo, comprendieron que ellos eran diferentes, que no encajaban, que no estaban hechos para aquella vida de ignorancia, violencia y grosería.
Ya no volverían aquellas fiestas en Sandy Bay, ya no volverían a la isla de La Tortuga, a Barbados, a Belice… Tal vez no pudieran hacerlo como piratas, aunque sí podrían hacerlo como: piloto, cordelero, armero, afilador, músico, artillero, herrero, calafate, curandero…
- ¿Y abandonar al Capitán ? ¿Y abandonar a los compañeros? ¿Y abandonar el Bloody Mary? ¿Y la sanguinariedad? ¡De ningún modo!
El histórico motín del Batavia no había sido nada comparado con la que se armó a bordo del Bergante y La Gaviota; y digo que no había sido nada comparable, porque ahora no se trataba de apoderarse del barco, masacrar a los pasajeros y hacer pasar al Capitán por la plancha, sino todo lo contrario.
Fue tal el barullo que se armó, que el Capitán Barbanada, al que ya comenzaban a salirle pelillos en el mentón y bajo la nariz, tuvo que poner orden.
- ¡Por favor! ¡por favor! No se alboroten. Yo tampoco voy a poder pasar sin vosotros y sin vuestra amistad, y más ahora que los felices tiempos de la piratería y la aventura se acaban. Todos podríamos desempeñar nuestro oficio o aplicar nuestros conocimientos, sin dejar de ser lo que somos en el fondo, hasta yo podría seguir siendo un pirata pero honorable y respetado tras una ventanilla, un escritorio, un púlpito, un estrado o una tribuna, pero no me apetece. Tenemos aún lo que queda del tesoro de El Olonés y cada cual puede marchar con un buen botín para no preocuparse el resto de sus días pero, los que prefieran seguir a mi lado podrán hacerlo. Ahora sólo falta elegir el lugar en donde vamos a instalarnos, prepararlo para poder habitarlo y decidir a qué nos vamos a dedicar a partir de este momento.
- ¡Hurraaaaaaaa! - se oyó hasta en La Habana.
Lo más difícil ahora era elegir el lugar.
Unos proponían buscar cualquier población, pero a la mayoría no les gustaba; y a los que sí, no llegaban a ponerse de acuerdo sobre si: en dominio español, inglés, francés u holandés.
Otros proponían regresar a la isla en la Laguna de las Perlas; la mansión, las casas y el embarcadero ya estaban construidos, pero el problema estribaba en que era bien sabido por el Almirantazgo a quién pertenecía tal isla y tal mansión y pronto tendrían encima a las autoridades inglesas y a su Flota.
Alguien propuso la isla de El Olonés, puede que fuera Spider, así ni tan siquiera habría que molestarse en mover el tesoro, pero a los demás no les apetecía tener que andar trepando por los acantilados, tampoco tenían buenos recuerdos de su estancia en la bodega y aquella isla rocosa no podría producir nada, aparte de no tener suficiente agua.
Otro más propuso la Isla de los Cocos, en recuerdo de aquel viaje de coco y ron, pero era una isla demasiado pequeña para tantos y, sólo con cocos no se vive, aparte de que el que lo había propuesto no era uno de los ocho que habían tenido que sobrevivir en aquella puñetera isla, eso sin tener en cuenta que los pocos cocos que pudieran quedar se los habrían comido todos aquellos marinos de Patacorta que dejaron allí. Tampoco sabían si los habían ido a rescatar, o si Patacorta había abandonado a sus hombres y tan solo encontrarían su esqueletos, pero eso era una cosa que no le preocupaba a nadie, porque ellos habían avisado dentro del tiempo acordado.
Finalmente, El Capitán propuso la isla que habían encontrado en su último viaje al norte. Tenía frutas, agua, una buena cala apropiada para La Gaviota, era bastante grande y el suelo parecía fértil.
- Lo que si se precisa es mucho esfuerzo y mucha paciencia. Habrá que construir todo: un embarcadero, viviendas suficientes y campos para cultivar, porque… ¿queréis tomates?
- ¡Sííííííí! - esta vez se oyó hasta en Barlovento.
- Pues iremos con el Bergante a la Isla de El Olonés y traeremos el tesoro. Mientras tanto, La Gaviota se puede acercar a comprar provisiones, herramientas, clavos… y ¿cómo no? vodka, ron y tomates, también semillas de tomatera y otras. Pero será mejor no acercarse a Jamaica ni a La Tortuga. El puerto más seguro y más tranquilo, parece que por ahora sólo está en Santo Domingo. Luego nos reuniremos en la isla para trabajar y, el que quiera marchar, se podrá llevar su parte del tesoro.
El Bergante partió al mando de Barbanada, también lo hizo La Gaviota al mando del capitán Peel, que ya estaba curado del corte en la mejilla, aunque le había quedado una hermosa cicatriz. Ambos partieron a sus respectivas misiones y quedaron en encontrarse en su nueva isla.
El Capitán había elegido el mismo grupo de la última vez; lógicamente no podía faltar Spider porque tenía que volver a trepar por el acantilado y atar el cabo al árbol de siempre. Como de costumbre, tras trepar por la pared como una araña, izar un cabo de tres cordones y atarlo al tronco se echó una siesta y durmió como un tronco, mientras que los demás trepaban hasta lo alto del acantilado con las provisiones y el resto de la impedimenta. Luego, todo lo demás fue coser y cantar. Ya se conocían el camino y llegaron hasta el montón de piedras, localizaron los cofres restantes y los cargaron hasta el borde del acantilado.
Suerte que iba Big, que cargó él solo con uno de los cofres, otro lo llevaron entre Porfavor Johnson y Joao “Cañones” y el otro entre Spider y Will el Cabezota . El Capitán cargó con las mochilas de las provisiones, los rollos de los cabos y las cantimploras.
Al llegar al borde del acantilado, sobre la chalupa, descendieron El Capitán y El Cabezota. Big y los otros fueron atando los cofres y los bajaban poco a poco hasta que El Capitán y Will los desataban y acomodaban en cubierta. Luego descendieron todos, salvo Spider que hizo lo mismo de la expedición anterior: dejó caer el cabo y se dejó caer al agua en un limpio clavado.
La Gaviota llegó a su nueva isla tan cargada que casi hacía aguas y rozaba fondo, pero penetró en la bahía y se comenzó a descargar. Días más tarde llegó el Bergante, pero se tuvo que quedar mar adentro y, salvo un retén para cuidarlo, todos desembarcaron con la chalupa, llevando el tesoro. 
El Capitán reunió a todos y les volvió a decir:
- El que quiera marchar puede llevarse su parte del tesoro, aquí no espera más que trabajo y poca diversión.
Sólo unos pocos optaron por marcharse. Lo hicieron tan pronto estuvo descargada La Gaviota y aprovechando un nuevo viaje a Santo Domingo para cargar muebles, menaje de cocina, herramientas y otros utensilios. Desde allí podrían marchar a donde quisieran.
Mientras tanto, en la isla la actividad era febril. Hasta el regreso de La Gaviota, habían construido un embarcadero aprovechando los palos y las tablas de cubierta de El Bergante. Sí, es cierto, ya no navegaría más. Aquel barco que, durante tanto tiempo, había sido su hogar y su refugio, ahora continuaría siéndolo, aunque de una manera muy diferente.
Poco a poco lo fueron desguazando, tabla a tabla, hasta que sólo quedó el casco, que ya podía ser remolcado sin peligro de encallar hasta el embarcadero y a tierra. Aquella madera era excelente para construir las casas necesarias para alojar a todos los nuevos habitantes de aquella isla, y en caso de faltar madera, allí había árboles suficientes..
Con las velas y parte de los palos se habían habilitado unas amplias tiendas, como alojamiento provisional, hasta que se acabaran de construir los definitivos con las maderas y cuadernas del casco de El Bergante.
El día en que cubrieron aguas en la primera vivienda, fue un gran día y se celebró por todo lo alto, como en otros tiempos. Y no faltó el espíritu sanguinario mientras duraron los tomates y el vodka.
La Gaviota iba a seguir navegando, bajo pabellón holandés, por todo el Caribe; llevando mercancías y pasaje y haciendo de correo y aprovisionamiento para aquella extraña colonia de hombres solos, educados y corteses. Una colonia como nunca había existido, una colonia en aquella isla, en el archipiélago de las Bahamas, a la que ellos bautizaron con el nombre de Bergantina.

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