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miércoles, 27 de julio de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. Cap 9.- El Bergante y su primera presa

Y aquí veremos cómo el Capitán Barbanada
y sus amigos abandonados por Patacorta
en una isla, consiguieron su navío y de 
qué modo tan curioso emprendieron 
su peculiar carrera piratesca


 
9.- EL BERGANTE Y SU PRIMERA PRESA


Llegados a Belice, algunos de los tripulantes de Le Tulip se enrolaron en otros barcos, de modo que el Capitán precisaba reclutar nueva tripulación y ellos precisaban de un trabajo. Así que los ocho marineros abandonados en la Isla de los Cocos se convirtieron en nuevos tripulantes de aquel barco que les había rescatado.
Al mando de el Capitán Vogel, el segundo Robert Peel y el Contramaestre Manfred hicieron varias travesías con cargas diversas. Con el tiempo, aquellos ocho se fueron uniendo más, como un equipo cada vez más cohesionado, tenían ropas nuevas y flamantes, unos quilos más que en la isla y algo de dinero. Pero cuando atracaron en Port Royal, meses después, abandonaron todos Le Tulip como un solo hombre, siguiendo las directrices de José.
¿Qué estaba planeando? No tardaremos mucho en saberlo.
Allí en el astillero se encontraba aquel bergantín que había encargado Patacorta y ya estaba terminado, con sus velas y todo, en espera de ser botado tras efectuar el último pago y cargar provisiones. Era una belleza de barco con diez cañones por banda, y tan nuevecito..., olía a cáñamo y a brea fresca.
Se rumoreaba que en dos días llegaría Patacorta con el último pago, fruto de su última rapiña, cargaría provisiones y partiría con su nuevo navío.
Es por eso que, esa misma noche, unas sombras se deslizaron por el astillero silencioso. A lo lejos se escuchaba el rumor y bullicio de las tabernas y las maniobras de otros barcos en el puerto.
Sigilosamente, Andrew Brea, que era carpintero y calafate, liberó los calzos que inmovilizaban el casco, los demás soltaron las amarras y comenzaron a dar suelta poco a poco a las poleas, cuyos cabos comenzaron a dejar deslizarse suavemente al barco por la pendiente.
Hubo un momento de alarma, cuando uno de los polipastos chirrió, pero rápidamente se le echaron unas gotas de aceite y el barco se desplazó en absoluto silencio hasta el agua en calma.
Ya estaba a flote y nadie se había enterado. Soltaron los últimos cabos, abrieron la compuerta a mar abierto, izaron la mayor y salió a navegar con un porte majestuoso que nadie advirtió.
¿Cuál sería la reacción en el astillero cuando descubrieran que había desaparecido?
Y mejor aún.
¿Cuál sería la reacción de Patacorta cuando viera que se había quedado sin un barco que casi había pagado por completo?
Se alejaron a toda vela de Port Royal y de las inmediaciones de Jamaica. Había que poner la mayor parte posible de mar por medio. Pero también debían conseguir provisiones, porque sólo contaban con lo que llevaban en mochilas y cantimploras y que José hizo cargar antes de ir al astillero. De pólvora y munición tampoco se sabía cómo andaba y de eso, aparte de sus sables y pistolas, no hubieran podido cargar nada. También tenían que conseguir más tripulación y una enseña. Y, sobre todo, era necesario disimular el barco con unos cuantos toques de pintura y unos pocos trabajos de carpintería, pero eso tendría que posponerse de momento.
Revisaron las bodegas y estaban vacías, vacías hasta de ratas, vacías como sus bolsillos. Tampoco había pólvora y balas de cañón, de modo que debían evitar cualquier encuentro a toda costa.
Suerte que aquél era un barco rápido, y aún más con las bodegas sin carga, de modo que podía dejar atrás a cualquiera en un santiamén.
Spider se encargó de hacer de vigía voluntario y casi no bajaba a cubierta, salvo para comer algo y hacer sus necesidades. Parecía que aquel era su mundo y él el rey en lo alto de su castillo.
En dos ocasiones tuvieron que hacer cambios de rumbo o soltar todo el trapo para escapar, pero no tuvieron ningún encuentro desagradable y pronto atracaron en La Tortuga.
Hemos dicho que las bodegas estaban vacías como sus bolsillos, pero no es exactamente cierto. Algo de dinero tenían de sus salarios en Le Tulip. Lograron reunir entre todos lo suficiente para una frugal semana de provisiones, dos barriletes de pólvora y dos docenas de proyectiles. Y aún se pudieron permitir algún capricho cuando Doug Adams les preparó unos Bloody Mary para celebrar la ocasión. ¡Tenían su barco!
¿Podrían hacer algo con aquellos menguados recursos? ¿Y ellos solos? ¿Qué podrían hacer ocho tripulantes?
José confiaba en que la velocidad del barco les mantuviera a salvo de los buques de las armadas inglesa y española, así como de los corsarios, especialmente de Patacorta con su viejo pecio, pero tenían que ser muy selectivos a la hora de elegir una presa. No podían gastar pólvora en salvas ni abordar un cascarón vacío. Necesitaban un botín que les permitiera dotar al barco de todo lo necesario y conseguir una tripulación.
Franck Márquez, artillero infalible al que llamaban Bigeye, con Joao “Cañones” y Caimán Caribeño se encargaron de preparar la artillería. Sobró sólo un poquito de pólvora y cuatro proyectiles.
José Brown al que ya comenzaron a llamar Capitán Barbanada, se encargó de capitanear y pilotar la nave.
Big, con Andrew Brea, a las velas.
Spider, naturalmente, de vigía. Aunque en alguna ocasión precisó de un breve relevo.
Doug Adams, se encargó de la intendencia y otros menesteres.
Antes de partir había encargado Barbanada, como capitán aceptado por unanimidad, una bandera que les distinguiera. Debía ser diferente, pero debía mostrar la actividad a que se dedicaban para no llamar a engaño. Ya hemos explicado con anterioridad como era la susodicha bandera.
También se sometió a votación secreta el nombre que debía llevar el barco y ganó, por seis votos a dos, el nombre de “El Bergante”, frente a “El Terror del Caribe”. No se sabe, ni se sabrá nunca, de quién diablos fueron esos dos votos.
Antes de zarpar, Andrew Brea consiguió unos botes de pintura y se pintó una franja roja a lo largo del casco y a un metro por encima de la línea de flotación. Mientras los demás pintaban; Brea, provisto de maderas, sierra, martillo y clavos, modificó unos cuantos detalles de la toldilla y otros puntos visibles, con lo que el Bergante sufrió un cambio de imagen, lo suficiente para hacerlo casi irreconocible a primera vista o en la distancia.
Ultimados los cambios y cargados los pertrechos, se hicieron a la mar y partieron a la ventura, poniendo rumbo a las islas de Sotavento Sur.
Pronto avistaron un convoy en dirección al norte y le dejaron seguir su rumbo, esquivaron una nao de la Flota inglesa y dejaron pasar a varias naves de carga al considerar que el botín podía tener poco valor y que no valía la pena arriesgarse.
Las provisiones iban menguando y sólo les quedaba para unos tres días más, tendrían que racionarlas. Pero la suerte les vino a favorecer con una nave de bandera inglesa, que más parecía una verbena por los colores que decoraban su casco y su velamen.
Con el catalejo pudo apreciar el Capitán que no estaba muy artillada, que a lo sumo tenía dos piezas por banda y una culebrina a proa. Aquel armamento no suponía un grave peligro, no obstante también podía hacer daño. De modo que ordenó al artillero Bigeye que, con su puntería infalible, les enviara un disparo de aviso a pocos metros de proa.
Al poco, la otra nave arrió la enseña, se rendía sin oponer resistencia alguna, cosa que sorprendió a Big.
- ¿Se rinden? No deben sospechar que sólo somos ocho, ¿O será porque piensan que por ser ingleses y estar bajo la protección de la Corona y su Armada no tienen nada que temer? – dijo Big
- No, yo más bien creo que hemos llegado a una hora inoportuna, son las cinco en punto y, a esa hora, los ingleses sólo saben hacer una cosa – le respondió el Capitán
Todas aquellas cosas podían ser ciertas; pero, además, aquellos piratas, “los ocho de El Bergante”, no eran unos piratas cualquiera, como después se mostró y cuya fama corrió por los Siete Mares. Eran atípicos totalmente, y aún lo fueron más tras este encuentro en altamar y meses después, cuando acabaron enrolando al Jefe de Protocolo.
En el Bergante permanecieron Adams y “Cañones”, de modo que Barbanada, Big y los cuatro restantes protagonizaron el abordaje más menguado de la historia de la piratería. Estaban en abrumadora minoría respecto a la tripulación de aquel barco, pero eso no les arredró. Además parecía que aquellos no tenían muchas ganas de pelea, y aún menos después de ver a Big.
Aquel curioso barco multicolor resultó ser una especie de embarcación de recreo, un “floating palace”, para un grupo de gente imprudente: de alcurnia, ociosa, adinerada, artistas y curiosos con ganas de aventuras. Todos eran muy ingleses, muy educados y muy finos, pero no tenían ni la más remota idea de en qué avispero se estaban metiendo.
Se saludaron los capitanes y el de aquel barco les invitó:
- Pasen señores, por favor, al salón a tomar el té. El Duque de Warning, que es quien ha organizado esta expedición, me ha manifestado que está deseando departir un rato con ustedes.
Haciendo guardia en cubierta se quedaron los otros cuatro, cuando el Capitán y Big pasaron al salón. Un salón grandioso, impensable en un barco, adornado con ricos tapices, muebles, lámparas… y todos los elegantes pasajeros presentes se quedaron mirando a aquellos dos extraños personajes con una curiosidad mal disimulada, casi molesta, y con aquel aire de superioridad, tan británico, y aún más propio de aquellos con un alto estatus económico y social, como parecían ser todos aquellos personajes.
- ¿De modo que usted es el joven que nos ha abordado para llevarse nuestro oro, nuestras joyas, secuestrarnos y pedir rescate?- Dijo el Duque, mirándolo displicente.
- No Sir, no pensamos secuestrarles ni hacerles ningún daño. Discúlpenos si hemos alterado su apacible viaje, pero es nuestro oficio y los piratas hemos de llevarnos algo. Cosas del oficio, Su Señoría ya me entiende… Además aquí en el Caribe las provisiones suelen ser muy caras, la pólvora y los proyectiles aún lo son más, así como el salario de la tripulación. De modo que, aún sintiéndolo mucho, nos vemos en la imperiosa necesidad de privarles de algunas de sus más preciadas pertenencias.
- Mire, joven: En la bodega tenemos suficientes provisiones para mantener este y otros cuatro barcos durante meses, de modo que pueden bajar y elegir lo que les apetezca y se lo llevan, cuentan con mi permiso. Y como ustedes son tan pocos, mi tripulación les ayudará a cargarlo en su barca. En cuanto a pólvora y proyectiles no tenemos.
- ¿Cómo es eso, Sir? ¿Y esos cañones?
- ¡Ah! ¿Esos?. Joven, guárdeme el secreto, pero esos cañones que ha visto, tan aparentes, son de utilería, puro artificio, y es que nos acompaña también gente de teatro. Pero no se preocupe por la pólvora, las balas, los salarios… porque en mi camarote tengo un cofre lleno de monedas de oro y puede llevárselo si le apetece. Le agradecería, no obstante, que no tocaran las joyas, porque la mayoría son recuerdos familiares de muchas generaciones y son irreemplazables. Su mayor valor es el sentimental y eso no se cotiza en ningún mercado.
- Es usted muy amable Sir ¿O debo llamarle Señor Duque?
- Llámeme usted como quiera, ahora estamos en el salvaje Caribe, no en los salones de Londres, y aquí no hay que andarse con demasiados protocolos ni ceremonias. ¿Cierto?. ¡Cierto!
- Le agradezco mucho su generosidad y quisiera saber en qué le podríamos corresponder, si está en nuestra mano.
- Pues mire, joven: pasen a mi camarote y, de paso que se llevan el cofre, tengo unas cuantas preguntas que hacerles.
La tripulación del Duque, bajo la atenta mirada de los cuatro piratas de guardia, transportaba a las bodegas de El Bergante los víveres y “béberes” que les indicó Doug Adams. Mientras tanto Big y Barbanada, degustando unas copas de jerez, pusieron al Duque y su Capitán al corriente de los peligros, los lugares que convenía visitar o eludir, las precauciones básicas, las rutas más seguras… y acabaron muy alegres tras vaciar varias botellas de Sherry.
Se acabaron despidiendo como si hubieran sido amigos de la infancia y cada cual siguió su rumbo.
El Duque siempre recordaría a aquellos raros y escasos piratas, del mismo modo que aquella menguada tripulación de El Bergante recordaría a su primera y rara presa, aparte de que aquella experiencia les marcaría para siempre.
Desde el momento en que el Capitán, impresionado por los modales refinados del Duque, decidió buscar a alguien que les enseñara buenas maneras, algo cambió en El Bergante y en su tripulación.


Y LA PRÓXIMA SEMANA

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