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sábado, 4 de junio de 2016

PIRATAS DE BARBADOS. cap.1 El Capitán Barbanada


Este cuento-relato: pirático, acuático, errático y estrambótico, va dedicado a todos aquellos que ya están hartos de las historias violentas de piratas, saqueos sangrientos y paseos por la plancha. También para aquellos que, a la plancha; lo que prefieren, como yo, son unas buenas gambas, o unos chipirones, pero con cervezas frías y nada de “tibias”. Y también para aquellos que se sientan un poco “calaveras”

PIRATAS DE BARBADOS

ÍNDICE
Cap. 1 El Capitán Barbanada
Cap. 2 Capeando temporales
Cap. 3 En la Isla de Barbapapá
Cap. 4 A Port Royal
Cap. 5 En las mazmorras
Cap. 6 La Gaviota
Cap. 7 El tesoro del Olonés
Cap. 8 Al mando de Patacorta
Cap. 9 El Bergante y su primera presa
Cap. 10 A por Patacorta
Cap. 11 El asalto a la isla
Cap. 12 La Bergantina


1.- EL CAPITÁN BARBANADA
Hubo un tiempo en que, por el Caribe, pululaban los piratas. Los barcos que hacían la ruta hacia el Viejo Continente, especialmente a España y a Gran Bretaña, eran presas apetecibles para el saqueo, ya que solían transportar cargas valiosas. Hubo muchos piratas famosos que han pasado a la historia, a la literatura y a la pantalla, pero pocos piratas eran como los que vamos a conocer y que nunca han aparecido en los libros ni en las películas.
Se trataba de unos piratas atípicos, muy finos, corteses y educados, que nunca usaban palabras malsonantes; sólo se les escapaba, en contadas ocasiones muy especiales algún: córcholis, caracoles, caramba, carape, cáspita, voto a Bríos, por el Chápiro Verde, y similares. Así, cuando se lanzaban al abordaje gritaban, valientes y denodados:
- ¡Al abordaje! ¡cócholis! - y cosas por el estilo.
Las órdenes del capitán, eran tal que así:
- ¡Arriad la cangreja! Por favor
o
¡Largad la Mayor! Si no os importa
Tan educado y considerado era.
Eran objeto de mofa por parte de toda la piratería, pero todos estaban equivocados. Tras aquellas palabras corteses y modales refinados, tras aquellas formas y fórmulas educadas, latía un espíritu aventurero, combativo y denodado. Tan denodado que nunca, a lo largo de su historia piratesca, habían sido apresados ni hundidos definitivamente, y todos sus abordajes acababan sin víctimas y a plena satisfacción, incluso por las dos partes.
Su capitán, José Brown, al que llamaban Barbanada porque aún se conservaba barbilampiño, pese a ser originario de Barbados, era también objeto de burla entre los piratas del Mar Caribe; y es que aún se mantenía incólume, seguía con sus dos piernas, sus dos manos y sus dos ojos. Nada de pata de palo, mano de garfio, ojo de vidrio o parche. Pero nunca hubo en todo el mar Caribe, pese a su juventud, un marino tan avezado ni un pirata tan valiente y entero, y digo entero en el más amplio sentido de la palabra.
No tenía su cabeza puesta a precio, como la mayoría de los piratas; es más, todos aquellos que le conocían bien, incluso aquellos que habían sido víctimas de sus actividades profesionales, tenían aprecio por su cabeza porque la tenía bien puesta y bien amueblada.
En la Isla de La Tortuga había demostrado bien que él no lo era (tortuga, quiero decir); y ser, por el contrario, el más rápido con el sable y el más certero con el arcabuz, mosquete o pistola, posiblemente por todo ello conservaba sus miembros y sentidos intactos.
Su bandera era negra, como suelen ser todas las banderas de los piratas, pero ésta era de un negro impoluto, inmaculado, y sin una sola arruga. No era como las otras que tenían manchas de todo tipo de cosas sospechosas y parecían un guiñapo. Algunas ni tan siquiera necesitaban que soplara viento para mantenerse alzadas como si ondearan, porque estaban como acartonadas. Como cualquier bandera pirata reglamentaria tenía una calavera, pero aquella era una calavera sonriente y muy bien bordada, en lugar de pintada, y además lucía dos frías cervezas en posición de brindis en lugar de dos tibias cruzadas, o dos sables, como solían lucir todas las otras enseñas piratas.
Su botín siempre era de cosas valiosas; nunca de lingotes de oro, plata, joyas, monedas y tonterías similares, aunque las monedas no las despreciaban porque eso siempre era útil para aprovisionarse de todo lo necesario. Ellos, por encima de todo, preferían las obras de arte como: cuadros, esculturas, ,libros o instrumentos musicales; también las recetas de cocina, porque decían que además de alimentar el espíritu había que alimentar el cuerpo; y a Doug Adams, su cocinero, no se le daba nada mal.
No solían enterrar su tesoro en cofres en una isla desierta, como todos sus compañeros de profesión, porque se hubieran echado a perder. Ellos montaban a veces exposiciones itinerantes en todos los refugios de piratas: La Tortuga, Sandy Bay, Barbados, Belice… y donaban ocasionalmente otras obras a los museos.
Su barco era un ligero bergantín al que, para que no se sintiera minusvalorado con el diminutivo y evitarle una depresión, le acabaron llamando el Bergante. No estaba dotado con cien cañones por banda, sino con una Banda y con veinte cañones en total, diez por babor y diez por estribor. La Banda además de amenazar las celebraciones a bordo porque sonaba fatal, amenizaba todos los abordajes tocando las órdenes y otros toques con cornetas y redobles de tambores, cosa que enardecía sobremanera a su tripulación y acoquinaba al adversario, posibilitando el éxito de sus acciones.
Pues resulta que un buen día, navegando por el archipiélago de Barlovento en busca de una presa, el vigía avizoró en lontananza una carabela con aspecto de llevar un buen cargamento.
- Carabela a proaaaaaa - alertó
El capitán gritó:
- ¡Zafarrancho de combate! ¡voto a Bríos!
Y luego
- ¡Todos a sus puestos! Os lo ruego, caballeros
- ¡Ya lo habéis oído, mastuerzos! - gritó Bull Big, que era el segundo de a bordo. Big era muy impulsivo y aunque era también educado, fino y considerado, no lo era tanto como el Capitán
Y si os ha molestado os ruego humildemente disculpas por el apelativo - añadió.
Se trataba además de la mano derecha de Barbanada y, juntos, habían compartido muchos azares y peligros. Le llamaban Big para abreviar y definir, porque realmente grande lo era, y mucho.
Y todos, como un solo hombre, obedecieron las órdenes, como no podía ser de otro modo, al grito de:
- ¡A sus órdenes capitán! Y no hay de qué.
La Banda, dirigida por Hans Werner Henze, comenzó a interpretar los toques de “llamada” y “atención” y a redoblar briosamente, con lo que la tripulación se enardeció tanto, que las frías cervezas del pabellón pirata se tornaron tibias, algo así como en cualquier otra bandera pirata.
El Capitán dio la orden pertinente y el artillero llamado Bigeye largó un cañonazo de aviso, justo frente a la proa de su presa. El Capitán de la carabela, al verse indefenso y en inferioridad, arrió velas y el barco se quedó al pairo, a merced de sus captores.
Cuando se pusieron borda contra borda, el capitán ordenó:
- ¡Al abordaje!, pero con mucho cuidado, a ver lo que hacéis, muchachos.
Se tendieron garfios, cabos y redes entre ambas naos y por ellas fueron desfilando airosamente los piratas, todos con sus relucientes sables desenvainados. Y al decir relucientes me quedo corto, mas bien eran resplandecientes, porque su mayor ocupación era mantener su indumentaria impecable, sin salpicaduras de sangre ni de ron, y sin una arruga. Con los correajes y armas, el cuidado era aún más esmerado y debían brillar de modo deslumbrante, porque eso es lo que más aterrorizaba a sus presas, aún más que la punta y el filo.
Toda la tripulación de la carabela les recibió en formación, inmóviles, esperando lo peor, como se podía apreciar en sus pálidos semblantes. La fama el Bergante corría por todo el Mar Caribe. Era de todos conocido que la violencia siempre era su último recurso, aunque no dudarían en usarla, y también se sabía que nadie entre los abordados por ellos tuvo nunca quejas de malos tratos o malos modos. Por eso, sabiendo que “toda resistencia es inútil”, habían depuesto las armas y estaban equipados con sendas toallas a las que se aferraban desesperadamente como a una tabla de salvación.
Mientras tanto un grupo de delfines daba saltos acrobáticos alrededor de El Bergante y parecía que querían decir “gracias por el pescado”. Y es que Doug Adams el cocinero, como no solía participar en los abordajes y se aburría, se distraía echándoles pescado y viendo lo alto que saltaban. Nunca llegarían a despegar y elevarse por los cielos, pero él no perdía la esperanza de verlos perderse entre las nubes.
El Capitán Barbanada, solemnemente, abordó el barco por una pasarela de madera preparada ex profeso. Recreándose en su paseo por la tabla al toque de “abordaje”, se dirigió al capitán de la nave capturada, muy ceremonioso y quitándose el sombrero:
- Buenos días Capitán, discúlpenos por interrumpir su apacible travesía tan intempestivamente, pero ¿tendría la bondad de decirme cuál es su cargamento, si no le importa? Le estaría muy agradecido.
- Llevamos tejidos de seda de Oriente, jarrones de La China, oro de Perú y tomates canarios.
- Muchas gracias capitán, podéis quedaros con todas esas fruslerías, pero los tomates los quiero como botín.
El Capitán y la tripulación de la carabela nunca hubieran pensado que se conformarían con unas cuantas canastas de tomates, cuando habrían podido llevarse mercancías de más alto valor; pero lo que ellos no sabían era que los piratas de El Bergante eran de lo más sanguinario, aunque su sanguinariedad se reducía a consumir con fruición grandes cantidades de un cóctel llamado Bloody Mary (“María la sanguinaria”, en recuerdo de Su “Graciosa” Majestad, María I Tudor ) y cuyos ingredientes principales era el zumo de tomate y el vodka, entre otros. Así, además, reafirmaban su valor y temeridad, porque en aquellos tiempos aún persistía la falsa creencia popular de que, tanto los tomates, como las patatas, podían resultar venenosos.
Tras incautarse de cada tomate que hubiera en la nave, tanto verdes como maduros, incluso los que tenían almacenados en la cocina, se retiraron al Bergante, retiraron también los cabos, garfios y redes, y el Capitán dijo como despedida:
- Id con Dios y con viento fresco de popa.
Al cocinero de la carabela no le hizo mucha gracia todo aquello, porque había previsto un gazpacho en el menú del día y ahora, por falta de tomates, tendría que pensar en otra cosa.
Así el Bergante levó el ancla, izó velas y se alejó de su presa, y ésta también izó velas y partió, perdiéndose en el curvado horizonte.
Aquel día acabaron celebrando el botín con unas rondas de Bloody Mary, tantas rondas que agotaron todos los tomates y todo el vodka de la bodega. Algunos probaron, a falta de vodka, de añadirse al zumo de tomate algo de ron, como un pirata cualquiera, pero aquello no fue de su agrado y dijeron:
- ¡Puaggg! ¡Caramba! ¡qué cosa más horrible!, ¡cielo santo!, ¡por el Chápiro verde!
Y así terminó aquel fructífero día de piratería, filibustería y bucanería, terminaron con: los tomates, el vodka, una melopea de campeonato, como un pato mareado, por los suelos y, finalmente, una resaca y un dolor de cabeza de los que no están en los escritos.

Y la próxima semana...  CAPEANDO TEMPORALES
¡NO TE LO PIERDAS!

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