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jueves, 17 de marzo de 2016

V.- Cloe quiere... cazar

Tras regresar de su aventura viajera y su experiencia con la vulpécula, Cloe no podía quitarse de la cabeza la idea que se le incrustó al hablar con Woffe y tampoco su admiración por sus dotes cinegéticas. Esta vez sabremos lo que pasa por su cabeza, porque aquella idea parece que no pasa y se ha quedado residente en su única neurona.



CLOE QUIERE CAZAR

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final

La idea no se le iba de la cabeza, y es que es difícil que entre nada nuevo cuando ya está ocupada, así que no hacía más que repetirse:
- Quiero cazar, quiero cazar
Le había impresionado lo que le contó Woffe y ya se veía picoteando a una zorra, rendida a sus pies. No quería esperar más, porque si pasaba más tiempo se le acabaría olvidando, pues la persistencia de su memoria era tan pequeña como su capacidad intelectual.
Así que decidió acudir a Woffe para que le instruyera en el arte cinegético.
No encontrando a Woffe, que podía estar de cacería, se acercó a preguntar a Muuriel si sabía en dónde podía estar. Muuriel se encontraba, como de costumbre, rumiando y rumiando, con esa mirada pensativa que ponen las vacas siempre que ven pasar un tren.
- Muu – le dijo - ¿Sabes dónde se encuentra Woffe?
- No sé, debe haber salido de caza con el amo, le he oído decir que iban a perdices. ¿Para qué lo quieres? ¿Te puedo ayudar en algo?
- No, mejor que no, que tú siempre acabas riñéndome y, además, dudo que sepas nada de caza.
- ¡De caza? ¿Qué te traes ahora? Cazar ya sabes; lo necesario para comer esos saltamontes que tanto te gustan. ¿O es que ahora te ha dado por la caza mayor?
- Calla Muu, ya sabía yo que me ibas a reñir, así que mejor me marcho y te dejo rumiar en paz.
Y se marchó a seguir picoteando en su Montaña de Basura.
Por la tarde regresaron Woffe y el amo, éste llevaba una sarta de perdices colgando del morral; y Cloe, al verlas, pensó.
- ¡Pobres primas mías! No quisiera ser presa de caza, ahora sí que estoy segura, quiero ser cazadora.
En cuanto pudo atosigó a Woffe con un montón de preguntas sobre la caza, no le dejaba dormir la siesta y, con la cabeza como un bombo, acabó diciéndole:
- Vamos a ver ¿Qué pretendes cazar tú? ¿Zorros? ¿Jabalíes?… Si eres capaz de ello, intenta pensar en tus aptitudes y tus limitaciones y dedícate a cazar grillos como bien sabes hacer.
Pero Cloe insistió e insistió y, para quitársela de encima y para que le dejara dormir tranquilamente su siesta bajo el árbol de siempre, le acabó diciendo;
- Bien; hasta llegar a la caza mayor, debes entrenarte en la caza menor, empecemos por algo más pequeño que tú. Así que, a partir de ahora, si me demuestras que eres capaz de cazar un ratón, te enseñaré a cazar zorros; pero, mientras tanto, no me molestes y déjame dormir.
- ¿Un ratón? Eso está chupado, por lo pequeños que son y con mi pico, uñas y espolones no se me podrá resistir. Porque yo, al contrario que muchas otras gallinas, tengo espolones como los gallos. Vete preparando para las clases.
Y se marchó de caza.
- ¿Dónde podré encontrar ratones? - se preguntaba - ¡Claro! En los corrales donde le quitan el grano a los caballos.
Llegando a los corrales inspeccionó por los rincones cualquier agujero que pudiera servir de guarida a los roedores. Pero, mientras buscaba, le entró hambre y allí había un montón de avena caída de uno de los pesebres. Se puso a comer hasta que no pudo más, se encontraba mal y muy pesada con el buche lleno.
Un ratoncillo se acercó al montón de grano y, descaradamente, se puso a comer. Debía suponer que una gallina nunca podría representar un peligro, de hecho las gallinas nunca lo habían sido, pero se llevó una desagradable sorpresa.
Cloe, agitando las plumas de sus alones, y lanzando un fuerte ¡Koook!, se lanzó hacia él y casi lo atrapa. Pero ella estaba muy pesada y lenta tras el atracón y el ratón había llegado a comer muy poco, era ágil y muy ligero, de modo que se puso a salvo y Cloe quedó con dos palmos de pico, por no poder decir con dos palmos de narices.
Pasaban los días y no conseguía atrapar a ninguno; o no se dejaban ver, o se escabullían rápidamente. Les veía salir a comer grano, esquivándola a ella y a los cepos cargados con queso, porque: ¿Quién querría comerse un trozo de queso reseco y enmohecido?. Parecía que se querían burlar de ella y su amor propio no lo soportaba, como no soportaba los comentarios de Woffe y Muuriel, y por eso hacía días que les rehuía.
Había observado que uno de los agujeros de ratón era muy frecuentado, pero nunca conseguía atrapar a ninguno, pese a hacer guardia frente a la boca, porque entonces procuraban salir y entrar por otro agujero, o lo hacían a tal velocidad que no le daba tiempo a atraparlos. Un día, al observar que los que salían rápidamente no miraban dónde pisaban, se le ocurrió, sorprendentemente, una brillante idea: Arrastraría uno de los cepos a la boca del agujero y así, el primero que saliera corriendo, pisaría el disparador y quedaría atrapado.
Así lo hizo; empujando con el pico y arrastrando con las garras, logró acercar uno de aquellos cepos a la boca del agujero, pero tropezó en una piedrecita del suelo y, como era muy sensible, se disparó el mecanismo, atrapándole una pata.
- Kookok kok – gritó Cloe, y se zafó de la presa, pero había fallado en su objetivo y se encontraba con dos dedos magullados.
Olvidando momentáneamente a los ratones, mientras se le pasara lo de la pata se dedicó a lo que mejor sabía hacer: la caza del grillo.
Era el hazmerreír de los ratones, se reían de ella y le habían perdido totalmente el respeto, así que procuraban provocarla; pero ella, mientras le duró el dolor de la pata, trató de ignorarles.
Pero un día, en que ya se encontraba mejor, vio un ratón pequeñito, pequeñito, que casi podría haberse escondido debajo de un botón, y pensó:
- Éste no se me escapa
Y le largó un tremendo picotazo pero con tan mala fortuna, que al saltar el ratón de la piedra en que estaba subido, el picotazo vino a dar en la dura roca – con lo que eso duele – y no se partió el pico de milagro, pero le retumbó la cabeza y todo el cuerpo, el pico le quedó tan dolorido que no pudo comer en varios días; y el cerebro, del impacto, había recibido tal sacudida que, cualquier idea que hubiera albergado, se habría esfumado. De modo que Cloe, traumáticamente, olvidó aquello de:
- Quiero cazar, quiero cazar.

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