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martes, 9 de junio de 2015

La sombra en el torreón

Un relato terrorífico sobre algunos hechos y lugares reales. Lo pueden confirmar quienes conozcan a ese joven abogado madrileño y hayan conocido al anfitrión de nuestro protagonista.



LA SOMBRA EN EL TORREÓN




Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Permitidme que me presente:  Mi nombre es Antón Segura y, aunque nacido en Toledo, resido habitualmente en Madrid.
En relación a lo que a continuación os voy a narrar, debéis saber de mi que soy un gran aficionado a la literatura fantástica; léase: Poe, Lovecraft, Machen, Hope Hodgson, etc. y siempre me han inquietado las antiguas ruinas de castillos, iglesias y monasterios con usos funerarios y su relación con los Dioses Primigenios de la literatura Lovecraftiana.
Todo empezó el día en que, en un congreso profesional, establecí contacto con un joven abogado madrileño y, tras intercambiar impresiones sobre la temática del congreso, la conversación nos llevó por otros derroteros en los que, al comentarle mis aficiones, me relató sus experiencias en las ruinas de un antiguo castillo en la sierra albaceteña del Segura. 
Me contó que ocasionalmente se divertía embromando a los amigos, llevándolos de noche a las ruinas del castillo que, además, era lugar de ritos funerarios  en su uso ancestral como cementerio.  Todo esto hasta que, habiendo revelado un carrete de fotos disparadas de noche en las ruinas, descubrió una materialización corpórea de una neblina como si de un ectoplasma se tratara. Desde aquel día, impresionado por el descubrimiento, ya no volvió a sus divertimentos nocturnos.
Este relato, añadido a mi curiosidad, al hecho de tratarse de unas ruinas con usos funerarios y al nombre de la sierra donde se ubicaban - del Segura -  como mi apellido;  me llevó a considerar hacer una escapada a aquel castillo para confirmar mis teorías sobre dichos lugares.
Al cabo de unos meses conseguí agenciarme unos días de asueto y emprendí la marcha al lugar en cuestión. Por las indicaciones de mi informante madrileño pude establecer contacto con  Teatino; extraordinario personaje, acogedor, dicharachero, tajante en sus convicciones y con una socarronería serrana digna de admiración. Lo primero que me dijo fue:
- ¡Pero pijo! ¡Eso son gilipolleces!
Pero me acogió en su casita de Riópar Viejo como si nos hubiéramos conocido de toda la vida y compartimos mesa y mantel, así como un sinnúmero de chistes durante los días en que se prolongó mi aventura.
Dediqué los primeros días a recorrer el lugar y conocer cada piedra, cada grieta, cada mata, cada tumba…  eso durante el día y, durante las largas veladas invernales, departiendo con Teatino y con varios viejos habitantes de la zona que me contaban historias de cuevas, moros y tesoros pero ningún detalle que apuntara en la dirección que yo andaba buscando.
Las condiciones no eran adecuadas para mi experiencia porque, aunque no había nieve como solía hacer por aquellas fechas, la luna estaba aún menguando y su claridad era aún excesiva gracias al claro cielo riopense. Es más, incluso con luna nueva, la luminosidad del cielo estrellado y de la Vía Láctea que se recortaba impresionante en el firmamento permitía caminar de noche sin peligro de tropezar.
Pero tenía que esperar a la Luna Nueva para hacer mi incursión nocturna al castillo con un mínimo de luminosidad. Entre tanto las agradables veladas al amor del rescoldo de la chimenea y con unos buenos vasos de cencibel  me hacían temer la fecha del retorno a eso llamado civilización.
Llegó la noche esperada; preparado mental y físicamente y bien provisto de ropas de abrigo, me encaminé a las ruinas por la estrecha y empinada senda. La oscuridad no era absoluta pues el cielo estaba despejado de nubes, pero la luz de la vela, cuya llamita danzaba con el viento, no estorbaba.
Yo iba provisto también de una linterna, pero para estos menesteres lo adecuado es la vela y nada de parafina, de cera pura de abejas y si ha servido antes en un velatorio mejor.
Llegado al castillo me adentré por entre las primeras tumbas siguiendo el contrafuerte derecho de la fortaleza buscando un rincón resguardado donde refugiarme algo de la ligera brisa helada.
El silencio era absoluto, sólo se escuchaba a lo lejos el ulular de un cárabo en espera de respuesta.
Estuve así un largo rato con todos los sentidos alerta, conteniendo la respiración, esperando alguna manifestación de otras realidades y hasta los ojos, posiblemente del frío, me hacían ver destellos pero en ningún momento los asocié a presencia alguna o a la emanación ionizante o fosforescente de un fuego fatuo. 
Seguía resguardado en una esquina, casi entumecido por la postura, cuando comenzó a oscurecerse todo a mi alrededor y ya no podía distinguir los contornos de las rocas próximas; sólo el bailoteo de la llama de la vela era visible y la oscuridad se iba haciendo más y más espesa, casi sólida.
A lo lejos, a la altura de las primeras tumbas que había dejado atrás, una fosforescencia verdosa se iba materializando en la profunda negrura de la noche y algo informe, evanescente, como un jirón de niebla comenzaba a tomar forma y una ráfaga, algo así como un tentáculo, se iba alargando en la dirección en que yo me encontraba.
Lo peor fue cuando el viento o ¡qué sé yo!, comenzó a ulular a mi alrededor y en su aullido me pareció escuchar una salmodia como las que tantas veces había leído en Lovecraft de las ceremonias paganas a los Dioses Primigenios y al Gran Cthulhu y sonaban así:

AAAAAHN THOOON, 
AAAAAHN THOOON
NOOP  IHER  DAAAS 
ELS HOOON

Aún no sé cómo pude llegar a la puerta de la casa de Teatino sin matarme en mi loca bajada por la senda como alma que lleva ¡vete a saber quién!, sólo sé que caí de bruces, con todos los cabellos erizados, sin conocimiento y estuve dos días inconsciente y delirando.  Me han contado alguna de las cosas que creían entender de lo que balbuceaba y gritaba, entre ellas:

AAAS UUUNNNN ZIHONNN, AAAS UUUNNNN ZIHONNN
ASTHUUU  RIAAAS PATH RIAKER IIIIDAAAA
DEESH DEEESHAN THURCE HAABIL BAAAAO

Lo cierto es que ya lo he decidido; desde aquella aciaga noche no pienso volver por esos andurriales, ni emprender aventuras parecidas; aunque hay quien dice – malas lenguas por cierto - que la causa de todo fue el cencibel que, en copiosas cantidades, trasegamos Teatino y yo aquella noche para darme valor antes de emprender la aventura.

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