Como soy algo friki, amante de la Ciencia Ficcion
y de la Fantasía; es decir: De Asimov a Herbert
pasando por Lem y de Tolkien a Pratchett pasando
por Ende, no es extraño que escriba alguna cosa
de este tipo. Esto puede ser un cuento o un relato,
como se quiera, porque: ¿Dónde está la frontera?
REGRESO SIN RETORNO
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
Desde
que se descubrió y popularizó el viaje transtemporal los viajes al
pasado por parte de estudiosos y Universalidades proliferaron.
La
falta de profesionalidad y responsabilidad de algunos viajeros dieron
lugar a imperdonables descuidos, olvidando en épocas muy remotas
muchos objetos. La mayoría de ellos el tiempo y la erosión se
encargaron de hacerlos desaparecer y no quedó ni rastro, pero otros
permanecieron, si no intactos, en bastante buen estado, produciendo
el consiguiente revuelo al hallarse en épocas a las que no
correspondían.
De
estos objetos fuera de tiempo destacan entre otros muchos: El
martillo de Kingroode, el planeador de Saqqara y las esferas
metálicas de Klerksdorp.
Cierto
es que, tras estos descuidos y otras traumáticas experiencias en las
que se constataron las adversas consecuencias en el futuro de una
interacción incontrolada con el pasado, se adoptaron medidas
tendentes a evitar las paradojas temporales y se prohibió
tajantemente el contacto.
Sin
embargo mucha gente afirmó haber sido contactada, y los numerosos
avistamientos en la segunda mitad del S XX y principios del XXI,
dieron lugar a la aparición de muchos iluminados, así como la
eclosión de miles de sociedades ufológicas que perseguían toda
noticia, testimonio o imagen de lo que ellos consideraban naves
extraterrestres, también llamados OVNIS, UFOS o platillos volantes.
Frente
a los ufólogos; aparecieron los escépticos, que negaban la
veracidad de toda prueba, testimonio o imagen de avistamientos,
alegando que: dadas las distancias a cualquier otro planeta
hipotéticamente habitado y, aunque dispusieran de un nivel
tecnológico más avanzado, eso era estadísticamente imposible y
menos en las cantidades que los ufólogos aducían.
En
vista de las repercusiones y temiendo el efecto que aquello pudiera
suponer sobre el futuro, se limitó el número de viajes a lo
estrictamente necesario; como máximo de diez al año por década de
destino, de modo que el número de avistamientos pasó a ser
prácticamente nulo. No obstante los grupos enfrentados en la
interpretación extraterrena o no, siguieron por más tiempo a la
greña, sin saber que ambos grupos tenían parte de razón.
Los
avistamientos eran reales, y la imposibilidad de su procedencia
extraterrestre también, puesto que los objetos procedían de nuestro
propio planeta, sólo que del futuro.
Una
de las expediciones a un pasado lejano, aún más lejano que a la
época que acabamos de comentar, transcurrió tal como se cuenta a
continuación.
Antes
de que las leyes limitativas de los contactos fueran tan estrictas,
el Profesor Roger Meredith Lindbergh, familiarmente conocido como
Mer, Docto en Cronística Avanzada por la Universalidad de
Noratlántico, quiso encontrar las raíces de su ilustre antecesor,
el famosísimo pionero de la aviación de principios del Siglo XX, y
decidió retroceder a finales de la década de los años treinta en
que Charles había vivido temporalmente en la Gran Bretaña, y
pensaba trasladarse después a Suecia de donde procedían sus
ancestros. Para ello tenía que retroceder hasta finales del Siglo
VI, siguiendo el hilo del apellido más allá de lo que ya recogían
los antiguos registros.
Para
retroceder al siglo VI debía extremar las precauciones y
documentarse lo más posible, para lo que preparó un visócrono
camuflado en una bola de cristal, como las que se suponía usaban los
adivinos en aquella época. En ella se podría ver toda la
información transferida de las bases de datos de su Universalidad, almacenados en su memoria de seiscientos exabites, pudiendo ver
además, por medio de una nanocámara acoplada a una mosca drónica,
todo aquello que sucediera a su alrededor e incluso a largas
distancias.
Aparte
de su estuche de supervivencia y reanimación, con el que podía
hacer frente a cualquier enfermedad o herida, llevaba también un
softoner camuflado en un anillo, que era capaz de fundir metales o
hacer maleables las rocas más duras y paredes hasta el punto de
poder atravesarlas.
Finalmente,
como medida última de seguridad, acoplado a un sencillo cayado,
llevaba un potente neolaser polivalente que podía actuar como una fuente
de luz, un generador de efectos pirotécnicos de luces inocuas, o
convertirse en el rayo más potente y mortífero que se pudiera
pensar.
Había
hecho copiar fielmente, de un museo de Göteborg, unas vestiduras que
podrían pasar desapercibidas en aquella época tan remota, así como
también un traje, gabán y bombín puesto que pensaba hacer una
breve escala en el Londres de la primera mitad del S XX.
Antes
de partir tomó una nanocápsula de Traslátor Cómplex que permitía,
en forma bidireccional, traducir cualquier idioma de cualquier época,
incluyendo los códigos no verbales de toda la Fauna posible, aunque
en la época de su partida el número de especies animales
supervivientes era escaso.
Ya
en su laboratorio, tras vestirse apropiadamente para la primera
etapa, subió a la nave; era un monoplaza discoidal de última
tecnología porque, ya que el viaje era de riesgo, quería asegurarse
la fiabilidad del vehículo.
Primero
fijó las coordenadas de Londres y el año 1938; quería hacer ese
primer salto más corto como prueba y, de paso, dar un paseo por el
Londres que había conocido su antepasado, todo eso antes de saltar
definitivamente a Suecia para hacer la investigación propiamente
dicha.
Terminado
el ciclo del salto, descendió de la nave que quedó oculta con un
campo de difracción y se dispuso a dar un paseo por la ciudad que,
desde el parque o pequeño bosquecillo en donde se había
materializado, no estaba muy lejos, y la Torre se veía a menos de un
kilómetro hacia la derecha.
Durante
el breve paseo por las calles de los suburbios estuvo intranquilo,
temía encontrarse con Charles o hacer algo que provocara una
paradoja temporal que le influyera negativamente en el futuro, y
también temía verse abordado o atacado por aquellas gentes
miserables que se veían entre las chabolas, o sea que desistió de
llegar hasta el centro de la ciudad, no habló con nadie y procuró
rehuir cualquier encuentro.
Regresó
muy pronto a su vehículo y, una vez dentro, respiró con alivio. El
rastro que perseguía situaba su destino en la parte más meridional
de Suecia, en algún pequeño poblado sito en un radio de cincuenta
quilómetros en torno al actual municipio de Ystad, en la provincia de
Escania. Fijó las coordenadas de Ystad y en el cronograma el año
570, activó el inicio y a los pocos segundos sonó la indicación de
proceso finalizado.
El
desplazamiento espaciotemporal parecía que había trascurrido sin
incidentes, así que vistió las ropas que llevaba preparadas, tomó
su cayado, cargó en un zurrón de piel de conejo la bola de cristal
y el estuche de supervivencia y descendió de la nave.
El
paisaje había cambiado; en lugar del bosquecillo se encontraba en el
borde de un tupido bosque, junto a un camino y campos de cultivo.
Salió
del bosque al camino carretero que estaba bordeado de verdes prados.
Por el camino circulaba un carro y varios jinetes en ambas
direcciones, y justo a la orilla, en uno de los prados, segando pasto
con una enorme guadaña estaba un campesino y Mer le preguntó.
-Buenos
días, ¿sería
tan amable de indicarme si queda muy lejos algún poblado?
-
Buenos, forastero, sólo unas pocas millas
-
¿En qué dirección?
-
Siga usted a esa carreta que acaba de pasar, va hacia allá
Y
Mer se puso en camino en pos de la carreta, esperando que aquellas
pocas millas que le había
dicho, fueran efectivamente pocas.
Más
adelante llegó a una bifurcación del camino y no supo en qué
dirección seguir.
A
un jinete que pasaba por allí le preguntó
-
Por favor, caballero, ¿Sería
tan amable de decirme a dónde conducen estos caminos?
-
Con mucho gusto, señor; por el de la izquierda llegará a
la
colina sagrada de Tor y
el
de la derecha conduce a
Camelot.
Aquellas
palabras fueron como un mazazo para Mer.
-
¡He fallado la traslación espacial! Sí que he saltado de Londres
pero a
muy
corta distancia, ¡Pero si las coordenadas las había fijado
correctamente, debía de estar en Ystad! Y ahora me encuentro en la
tierra de las Leyendas Artúricas y
justo
en el origen de las mismas.
No
había podido detectar el error por el idioma del campesino, puesto
que para él cualquier lenguaje, gracias al efecto del Traslátor, resultaba transparente en ambos sentidos; él lo percibía todo en Universal,
del mismo modo que todo lo que él hablaba en Universal al oyente le
sonaba en su propia lengua.
O
el campesino le había engañado o se había producido un
malentendido porque, al regreso, pudo divisar a lo lejos una ciudad
bastante grande junto al río, pero en sentido contrario al que había
ido tras la carreta. Cayó en la cuenta de que había preguntado por
un poblado y no por una ciudad. Con aquellos britanos antiguos había
que hilar muy fino al hablar.
Regresó
apresuradamente a la nave para reintentar el desplazamiento a Suecia;
sólo se requería el salto espacial ya que la época sí era correcta
y si eso no era posible tendría que regresar a su laboratorio para
mandar reparar el vehículo.
Introdujo
nuevamente las coordenadas en el sistema, inició el proceso y cuando
recibió la señal de ciclo terminado se asomó al exterior, pero se
encontraba en el mismo bosque, con el mismo camino y el mismo
campesino segando pasto, el salto espacial estaba definitivamente
averiado y sólo quedaba regresar a su época y, si no era posible a
su laboratorio, siempre podría hacerse llevar el vehículo desde
Londres.
Puso
en reinicio los sensores de tiempo, y arrancó la secuencia regresiva
que le devolvería, por lo menos, al momento del inicio de su viaje,
esperó la señal y se asomó, confiando encontrarse, si no en su
laboratorio de la Universalidad, por lo menos en el día mismo de su
partida, pero volvió a ver los mismos árboles, los mismos campos y
un campesino segando. Con la esperanza de que no fuera el mismo
campesino aguardó un rato a ver si pasaba por la carretera algún
vehículo o, surcando las nubes, una aeronave, pero sólo vio una
carreta, y otra, y dos jinetes, y otra carreta...
No
tenía solución, era un náufrago en la marea del tiempo, sin
esperanzas de rescate y debía sobrevivir en aquel mundo primitivo.
Resignado
a su destino, puso en marcha el visócrono y se pasó días
asimilando todos los conocimientos de la época, tanto datos
históricos contrastados, como las leyendas Artúricas por más
descabelladas que fueran.
Sabía
perfectamente que su paso por aquella época ya había sido fijado
por la historia y que él debía pasar a ser algún personaje
totalmente anodino en el devenir de los acontecimientos, o bien un
personaje cualquiera de la leyenda; lo que de ningún modo podía
hacer era asumir la personalidad de alguien preexistente, debía
encontrar su lugar en aquella sociedad, un personaje que formara
parte de la historia o la leyenda pero del que no se tuvieran
antecedentes antes de su llegada, un personaje que hubiera aparecido
de la nada, sin referencia alguna a su infancia, juventud, familia,
amigos, ... Debía reunir ciertos requisitos que ya estaban escritos
y habían dejado su señal a través de los siglos.
Se
enfrascó en un análisis exhaustivo de todos los personajes, tanto
históricos como de ficción y, finalmente, encontró uno que daba el
perfil, que cumplía los requisitos y si no asumía él el papel todo
aquello que se había dicho de ese personaje dejaría de cumplirse y
daría lugar a una paradoja, puesto que su historia ya estaba escrita
antes aún de decidir asumirla.
¿Quién
si no podría ser aquel personaje misterioso, sin historia, que hacía
cosas consideradas en aquel tiempo de prodigios, que posibilitó la
extracción de una espada clavada en una roca, que hablaba con los
animales y que, curiosamente, era conocido por un nombre que derivaba
de sus propios apellidos?
Tomó
su cayado y su zurrón y, tras licuar su vehículo con el softoner y
hacer que se hundiera en las profundidades de la tierra para no dejar
rastro, emprendió pesadamente el camino hasta llegar a la
bifurcación, en donde siguió por el de la derecha y se perdió a lo
lejos.
No
se sabe más que lo que cuentan las leyendas, pero, si algún día
Roger Meredith Lindbergh lograse regresar a su laboratorio de la
Universalidad, seguro que nos podría contar muchas cosas de aquella
época oscura y romántica.
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