Este trascuento sobre Cenicienta nos muestra lo que sucedió después con los personajes más ignorados del cuento, que esta vez se convierten en los protagonistas
LO
QUE DIJO LA CALABAZA
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al final
En
las cuadras de Palacio se escuchaba un agudo chirrido, algo así como
música ratonera penetrante y estridente. Al fondo de la caballeriza, de pie sobre una caja de frutas vacía y con un corazón de manzana a
medio comer en la mano, un ratoncillo orondo como una bola de billar
y de largos bigotes estaba diciendo:
-No
puede ser y no puede ser, esta es la cuestión ¿Hasta cuándo vamos
a tener que soportar los ataques de ese felino malcriado? ¿O debemos
tomar ya medidas y, armándonos de valor, plantarle cara?
-Sabes
muy bien que la idea de ponerle un cascabel no sirvió de nada.
-¡Claro!
como que te rajaste y no tuviste valor para ponérselo
-¿Y
por qué no se lo ponías tú, valiente?
-Porque
yo como estoy algo fondón, aunque no gordo, tengo poco fondo y me
cazaría enseguida, en cambio tú que estás ligero y ágil
seguramente habrías podido hacerlo, pero tuviste miedo.
-¡Toma!
¿Y quién no? Pero ahora ya urge ir pensando alguna cosa, porque se
está poniendo muy pesado, y si ya nos fastidiaba bastante en casa de
la madrastra,
aquí
en el Palacio se cree el príncipe de las caballerizas y no para.
-Deberíamos
convocar una reunión con nuestros hermanos y estrujarnos todos el
coco a ver si encontramos una solución.
-Ahora
mismo les voy a avisar, ¿Qué te parece si quedamos junto a la Gran
Calabaza?
-Muy
bien, yo voy a buscar un trozo de queso para ir picando algo por si la
reunión se alarga.
Más
tarde, junto a la Gran Calabaza, se encontraban cuatro ratones y
el orondo estaba dando buena cuenta de un hermoso trozo de queso
-Bueno,
a ver por qué nos habéis hecho venir aquí
- dijo uno de los recién llegados - Sincola
y yo hemos tenido que dejar el periódico de hoy a medio roer.
-Es
cierto lo que dice Bigotes, y así nadie puede asimilar bien lo que
pasa por esos mundos de Dios.
El
ratón más delgado, en vista de que el otro tenía la boca llena,
dijo:
-No
creo que tenga que explicaros lo pesado que se ha vuelto Maldito Gato
y creemos que ha llegado la hora de que nos libremos de él o le
demos una buena lección
-¡Me
lo vas a contar a mi!
- dijo Sincola - A
él le debo mi nombre
La
Gran Calabaza no dijo nada
Bigotes
se encaró con el más gordo, que seguía royendo impasible su queso,
y dijo:
-En
parte la culpa la tienes tú, Albóndiga. Ya nos
perseguía antes en casa de la madrastra, pero desde que, siendo
caballo, le arreaste un par de coces está de un humor que no hay
quien lo aguante
-Pues
si volviera a ser caballo
– replicó Albóndiga dejando de roer - lo
volvería a patear
El
ratón más delgado, al que a partir de ahora le llamaremos por su
nombre, tuvo una brillante idea:
-¡Eso
es! ¿por qué no volvemos a ser caballos y le escarmentamos de una
vez?
-¡Muy
listo Fideo!-
dijo Albóndiga - A
ver si te crees que es tan fácil
-Sólo
hay que encontrar al Hada Madrina y pedírselo
-¿Y
tú sabes dónde encontrarla? ¿Cómo iríamos? ¿Nos haría caso?
- dijeron los otros tres ratones
-Pues
seguro que el caballo o el perro saben donde está
- contestó Fideo -
¿por qué no los invitamos a la reunión?
-¿Por
qué no vas tú a avisar a Hiirrz y a Rastro?, mientras tanto
nosotros seguiremos esperando aquí que yo tengo aún una cosa entre
manos que resolver
- dijo Albóndiga llevándose el queso a la boca.
Fideo
se encaminó a la zona de las caballerizas en donde residía Hiirrz,
que en ese momento estaba saboreando un manojo de alfalfa tierna y
que, ensimismado en la masticación, no reparó en la llegada de su
pequeño amigo. Para hacerse notar trepó al pesebre, justo delante
de los belfos del caballo con el riesgo de ser engullido junto con
otro haz de alfalfa, suerte que aún estaba masticando el anterior.
Al verlo, Hiirrz agitó indolentemente las crines y, dando un
resoplido que casi hace caer a Fideo del pesebre, dijo
-Me
alegro de verte, hacía mucho tiempo que no venías a visitarme, ¿Qué
te traes por aquí?
-Verás;
resulta que hemos convocado una reunión junto a la Gran Calabaza y
quisiéramos que estuvieras presente
-Me
parece muy bien, aunque habrá de ser más tarde, porque pensaba salir a
dar unos trotes. Por el colesterol ¿entiendes?
-Bien
pero no tardes mucho, puedes trotar mientras voy a buscar a Rastro
Se
despidieron y Fideo siguió en busca del perro que, a buen seguro,
estaría haciendo una siesta como de costumbre.
Acabó
encontrándolo dormido en el pajar sobre un mullido lecho de heno,
enroscado mientras hacía unos pequeños gañidos y se agitaba
inquieto.
Fideo
le tiró de la oreja hasta que consiguió despertarlo y, una vez
despierto, le dijo al amigo ratón con un suspiro de alivio
-Gracias
por despertarme, tenía una pesadilla horrible. Resulta que Maldito
Gato estaba afilándose sus garras en mi lomo y yo estaba impotente,
paralizado, sin poder hacer movimiento alguno. ¡Qué horrible!,
¡Gracias! Y a todo esto... ¿Qué vienes a hacer aquí? Si vienes
para que busque alguna pista no voy a poder ayudarte, tengo el olfato
fuera de servicio ¡La sinusitis me está matando!
Dicho
esto dio un fuerte estornudo que salpicó todo a su alrededor, suerte
que Fideo dio un salto y se apartó de la línea de tiro.
-No,
no hace falta seguir ninguna pista, vengo a avisarte para que te unas
a todos en una reunión que tenemos convocada junto a la Gran
Calabaza.
-¿Y
no podría ser más tarde? Porque ahora pensaba enroscarme otra vez
a ver si puedo
reanudar
el sueño y atrapar de una vez a Maldito Gato.
-De
eso trata la reunión, de hacer algo al respecto, o sea que sacúdete
la modorra y acompáñame que ya deben estar todos allí.
Rastro
volvió a estornudar, pero esta vez de nada le sirvió a Fideo saltar
y la perdigonada le dio de lleno; por lo que, antes de marchar, se
tuvo que revolcar un rato sobre la paja para secarse
Cuando
se encontraron todos junto a la Gran Calabaza, se saludaron
efusivamente, menos la Gran Calabaza que no dijo nada.
Albóndiga
expuso el orden del día y preguntó a Hiirrz y a Rastro si sabían
dónde estaba el Hada Madrina y si todos estarían dispuestos a someterse de
nuevo al encantamiento.
-Yo
no sé donde está el Hada Madrina -
dijo Hiirrz -
pero si lo supiera os podría llevar a todos. Por otra parte sí que
me hace ilusión volver a ser cochero, que otros me lleven y poder
usar el látigo en lugar de sufrirlo en mi lomo, así como librarme
del bocado y los acicates. ¿Tú qué opinas, Rastro?.
-Pues
a mi también me gustaría ser de nuevo lacayo, dormir en buena cama,
no comer más sobras, ir subido en el pescante en lugar de perseguir
carruajes...
sí, sí que me gustaría. Pero si tuviera que buscar ahora el paradero
del Hada Madrina me sería imposible, ¡Esta sinusitis!.
La
decepción se pintó en todos los rostros, salvo en la Gran Calabaza, que siguió tan inexpresiva como siempre.
-Nuestro
gozo en un pozo –
se lamentó Albóndiga -
yo ya me estaba haciendo ilusiones...
-¡Espera!
- le interrumpió Rastro - he
dicho que si tuviera que buscarla ahora no podría, pero hace meses
que lo hice y sé donde vive, sé muy bien el camino. Tiene una casa junto a la Fuente Cantarina, en el centro del Bosque Blanco.
La
alegría se desbordó en aquel cónclave, tanto que hasta les pareció
ver que la Gran Calabaza daba muestras de regocijo y pensaron que debía hacerle ilusión convertirse en una esplendida carroza, pero aún
así ella no dijo nada.
Pasado
el primer momento de algazara, planificaron el viaje. La distancia no
era mucha, pero se suponía que el terreno podría ser accidentado,
cosa que no preocupó demasiado a Hiirrz.
Albóndiga
decidió echar provisiones por si la cosa se alargaba más de cuatro
horas y se agenció un gran trozo de queso manchego bien curado.
Quedaron
en partir al día siguiente, a la hora en que Hiirrz salía a dar su
paseo matutino, tras el desayuno, cosa que Albóndiga aplaudió
entusiásticamente.
Aquella
noche todos durmieron, como Rastro, un poco inquietos; especialmente
Albóndiga, que ya se veía coceando a Maldito Gato, y todos se
despertaron bien temprano.
Albóndiga
desayunó copiosamente, como si tuviera que almacenar calorías para
unos días, cosa que todos encontraron de lo más normal.
Fideo
dio dos lametones a un hueso de jamón que rondaba por las
caballerizas y que aún no había sido descubierto por Rastro a causa
de su sinusitis.
Bigotes
y Sincola devoraron buena parte del Diario de la Mañana,
especialmente la sección de Deportes para almacenar energía.
Hiirrz
tomó una buena ración de heno fresco con un gran tazón de cereal,
y Rastro dejó brillante la escudilla llena de sobras del Banquete
Real de la noche anterior.
La
Gran Calabaza parecía inapetente y no desayunó nada; todos pensaron
que pudiera deberse a la impaciencia por emprender el viaje, pero
nunca llegó a admitirlo.
Los
ratones terciaron un serón sobre el lomo de Hiirrz, poniendo a un
lado la Gran Calabaza y en el lado contrario se encaramaron ellos;
pero el peso estaba desequilibrado, cayendo el serón al suelo con
calabaza y ratones, la pobre calabaza estuvo a punto de partirse la
crisma.
Finalmente
lastraron con piedras para equilibrar el peso y emprendieron el
camino; Rastro en primer lugar señalizando el camino, seguido de
Hiirrz que cargaba con el resto de la expedición.
No
habían recorrido mucho trecho cuando ante ellos apareció el borde
del bosque que reverberaba al sol matinal. Tanto los árboles como el
matorral eran de un blanco esplendente y no por que carecieran de
clorofila, porque si se miraba muy de cerca se podía apreciar el
verde de las hojas, oculto por una capa de una extraña y sedosa pelusilla blanca. Daba la impresión de que las nieves perpetuas se hubieran
adueñado de aquel lugar y pensaron que las sendas serían
intransitables por la nieve, pero no había nieve y el arbolado
estaba repartido de tal manera que quedaban amplios espacios de paso
entre la espesura, como si los árboles se hubieran plantado ex
profeso formando una amplia avenida festoneada de blanco.
Penetraron
en el bosque sin más dificultades; Rastro guiaba en dirección al
corazón del mismo, mientras tanto Albóndiga, que ya estaba
impaciente y hambriento como de costumbre, comenzó a roer
compulsivamente el queso como si ya llevaran horas de camino.
No
habían pasado más de dos horas desde que se internaron en el
bosque, cuando se toparon de manos a boca con la casa del Hada; no es
extraño puesto que la casa era también blanca y quedaba mimetizada
entre la vegetación.
Al
acercarse escucharon una alegre música que el agua cantarina de la
fuente producía con cada gota y con cada borbotón, y aquel rincón
les pareció lo más bello del mundo.
Con
grandes precauciones se aproximaron a la casa; no querían importunar
al Hada y que ésta, enfadada, no se aviniera a repetir el hechizo,
pero cuando ya estaban cerca de la puerta salió porque había oído
los cascos de Hiirrz sobre la gravilla del sendero.
-
¿Qué
os trae por estos lugares?
-
Señora
- dijo Rastro – disculpe
por nuestra intromisión pero hemos venido a pediros un favor
-
Y ¿qué es ello?
Albóndiga
la puso al corriente de lo que pasaba en las cuadras de Palacio para,
acto seguido, rogarle que les echara de nuevo su hechizo; aquél que
permitió a Cenicienta conocer al Príncipe.
-
Esto
es muy delicado -respondió
el Hada-
debéis estar muy seguros de lo que queréis; pensad que la otra vez
sólo fueron unas pocas horas y que estos hechizos sin hora de
finalización a veces no pueden deshacerse a voluntad y puede que acabéis arrepintiéndoos del paso dado.
-
No, no, estamos muy seguros de lo que queremos
- dijeron todos al unísono, salvo la Gran Calabaza.
El
Hada entró en la casa a buscar su varita mágica; no es que hiciera
falta pero había que darle toda la solemnidad requerida a la "mise
en place".
-
Como sé que acabaréis cambiando de opinión -
dijo sonriendo el Hada -
y seguro que volveréis aquí a importunarme con el ruego de que
deshaga lo que ahora me pedís tan convencidos, os voy a formular un
encantamiento que se deshará por si mismo tan pronto hayáis
aprendido la lección y, absolutamente todos, lo deseéis.
Agitó
la varita y, tras pronunciar unas palabras ininteligibles, gritó
bien fuerte
- ¡Sea!
Y
en ese momento la calabaza se convirtió en una elegante carroza, los
ratones en caballos, el caballo en cochero y el perro en lacayo.
Tras
emparejar el cochero el tiro de los cuatro caballos de la mejor
manera posible, cosa harto difícil si tenemos en cuenta que tanto
Albóndiga como Fideo se habían convertido en caballos pero
conservando sus peculiaridades físicas, se
despidieron del Hada y emprendieron el viaje de regreso y, de paso, a una nueva vida.
En
pocos días, Maldito Gato dejó de aparecer por las cuadras por
varias y poderosas razones:
a)
Los relinchos y coces de los caballos cada vez que aparecía por las
caballerizas
b)
Los gritos y latigazos del cochero
c)
Los juramentos y pedradas del lacayo
d)
La carroza no dijo nada, pero cuando se acercaba el
gato, las ballestas crujían amenazadoras y un día hasta llegó
a pillarle la cola con una rueda.
e)
Pero la causa definitiva de su pérdida de interés en visitar aquel
lugar fue la ausencia de ratones a quienes fastidiar.
Los
encuentros y reuniones que, con tanta frecuencia, tenían lugar entre
todos pasaron a la historia. Si coincidían alguna vez era por
motivos de trabajo, sólo se juntaban todos cuando había que hacer
algún viaje y generalmente con extraños de por medio, cosa que
impedía la comunicación entre ellos; hasta que, transcurrido un
tiempo - no mucho - volvemos a encontrar reunidos a nuestros amigos
junto a la Gran Calabaza, en esta ocasión Carroza.
-Os
he convocado
- dijo Hiirrz - porque
el Hada tenía razón; más tarde o más temprano nos íbamos a
arrepentir de haberle pedido que hiciera el hechizo, al menos yo ya
estoy arrepentido y quisiera saber qué opináis vosotros. Yo, de
caballo, vivía muy tranquilo, me cepillaban regularmente, no me
faltaba nada en mi pesebre y apenas tenía que hacer algún servicio,
ya sea tirando de una carroza o llevando a algún jinete. Pero es que
ahora mis obligaciones como cochero me tienen ocupado todo el santo
día: cuando no estoy conduciendo estoy limpiando, poniendo pienso,
arreglando los arreos, sacando brillo a la carroza y ¡Cuidado que no
se me quede algún rincón o falte brillo en los dorados! que el
rapapolvo que me cae es de órdago. Por otra parte no acabo de
acostumbrarme a la comida de los humanos y, de vez en cuando, tengo
que pegarle un tiento al pasto fresco o a los cereales y este nuevo
estómago mío no acaba de digerirlos bien. Por eso os comunico mi
firme
deseo de volver a ser como antes y vivir tranquilo en lugar de ir de
aquí para allá a uña de caballo. Quiero, en definitiva, que otro
se ocupe de cuidarme y alimentarme.
-Dices
bien -
saltó Rastro - yo
también estoy harto de esta vida de humanos, sin horas de descanso ni
para una cabezada. Cuando no tengo que ir de pie en el pescante, con
lo peligroso que es eso y lo que cansa, me encomiendan infinidad de
encargos, llevar recados, transportar paquetes, ... y si no tengo que
hacer me mandan a ayudar al jardinero a rastillar hojas y ni tan
siquiera puedo desahogarme en algún árbol porque, lo que en un perro se ve normal, en un lacayo resulta
escandaloso. Total, que no tengo un momento en
todo el día para enroscarme y hacer una siesta. ¡Cuando pienso que
antes, como mucho, sólo tenía que hacer de guardián! es decir
pegarle cuatro ladridos a cualquier extraño y si se terciaba tirarle
algún mordisco a las canillas, ¡Eso cuando me pillaba despierto!
Además, en cuanto a la comida, a los criados nos dan unos guisos
incomibles donde la carne brilla por su ausencia; suerte que tengo
amigos en las cocinas y, antes de que se lo echen a los perros, me
apartan algún plato de las sobras del último banquete de Palacio y
con eso voy tirando,
pero
eso es un sinvivir y ya me gustaría volver a mis siestas en el pajar
como antes.
Albóndiga
piafó un poco, dio dos patadas en el suelo con un casco y dijo
-Creo
que no me equivoco mucho si me erijo en portavoz de mis compañeros,
porque todos estamos hartos de tanto establo; suerte que alguna vez
salimos a trotar algo y nos enganchan la carroza y hacemos algún
viaje, pero fuera de eso es una aburrición, todo el día en el
pesebre sin tener otra cosa que hacer que pasar todo el día en un
pienso, ¡Y que esto lo diga precisamente yo...! Pero donde se ponga
un buen queso que se quite el trébol y donde esté la libertad de
corretear por todo y colarse por los más pequeños agujeros y
rincones, que se quite la estrechez del establo que me da
claustrofobia. Cierto
es que nos hemos librado de Maldito Gato; pero, bien mirado, también
tenía su aliciente, saber que podía aparecer en cualquier momento, porque eso nos mantenía activos y alerta. Por
todo eso, y creo no equivocarme porque ya lo tenemos hablado, mis compañeros y yo también
deseamos volver a ser lo que fuimos.
Dicho
esto se volvió a mirar a todos lados, como esperando ver realizado
su deseo y roto el encantamiento, pero seguía siendo un caballo como
sus tres compañeros y la carroza seguía siendo carroza.
-¡Claro!,
la carroza aún no ha expresado su deseo y debemos estar todos de
acuerdo en que se rompa el hechizo.
Todos
se quedaron mirando a la carroza, como esperando alguna palabra pero, igual que la Gran Calabaza, no dijo nada que pudiera interpretarse
como que se sumaba a sus compañeros.
Cuando
todos desesperaban en lograr volver a ser lo que eran se oyó un
largo sonido; un leve y agudo chirrido de las ballestas, con lo que
la carroza parecía querer decir
-Es
extraña la psicología de la especie animal. Todos, con el Hombre en
la cúspide de la pirámide, os quejáis de vuestro destino y no
sabéis conformaros con lo que realmente sois, que no suele coincidir
con lo que queréis ser. Por eso estáis siempre insatisfechos y
nunca seréis felices si no sois capaces de asumir y valorar, incluso con
entusiasmo, vuestro propio ser individual y único; y eso lo dice un
vegetal cuya misión no es simplemente vegetar, sino ser, sin más
veleidades, sin deseos de trascendencia ni de cambio, sólo de
crecimiento en el ser, tan solo ser, trascendiendo sólo en la
inmutabilidad de la existencia. Todo
esto se ha producido sin mi consentimiento expreso y, aunque
aparentemente he sido transformada en carroza y me han llevado de
aquí para allá, nunca he dejado de ser la Gran Calabaza, inmóvil
pero consciente, en ese rincón de las cuadras.
¿Por
qué creéis que vuestras reuniones y debates se producían
indefectiblemente junto a mí? Algo os atraía inconscientemente,
¿Verdad? Pues si, desde siempre he intentado transmitiros algo de
la inmutable cordura que la tierra depositó en mí a través de mis
raíces y que atesoro en el código secreto y eterno que guardan mis
semillas, que algún día volverán a conectarse a la tierra para
recibir su legado y crecer en el ser. He tratado de ayudaros a
aprender la lección que, como bien dijo el Hada, acabaríais
aprendiendo, así que por mi no hay obstáculo a ser lo que
erais porque yo nunca lo he dejado de ser pese a las apariencias.
En
ese momento y sin luces de colores, ni estrellitas, ni sonidos
celestiales, se obró el prodigio y todo volvió a ser como antes
había sido.
Hiirrz
se encaminó a su pesebre que le aguardaba con la alfalfa y aquella
fue para él la más fresca y jugosa que nunca había comido en su
vida.
Rastro
se retiró a un tranquilo rincón y no tardaron en oírse sus leves
gañidos y también comenzó a agitar convulsivamente las patas y la
piel del lomo porque, seguramente, en su sueño estaba recuperando el
hilo de los sueños perdidos.
Albóndiga
salió como una exhalación en dirección a las cocinas, sin
importarle nada el riesgo de toparse con Maldito Gato, con la idea de encontrar un buen trozo de queso pues se sentía
desfallecer y ya lo echaba de menos.
Fideo
se deslizó por un agujerito en la pared de tablones de la cuadra
para perderse en las galerías y madrigueras que durante tantos días
no había podido visitar.
Bigotes
y Sincola se perdieron jugando al pilla pilla, trepando por las
paredes, descolgándose de las vigas y buscando un suplemento
deportivo del Diario para recuperar la agilidad perdida.
En
cuanto a la Gran Calabaza, aquella calabaza que permanecía inmóvil
en su rincón, aquella Gran Calabaza que nunca había dicho nada,
aquella misma..., pues, finalmente, esta vez..., tampoco
dijo nada.
Este trascuento explica lo que pasó después con ciertos personajes de:
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