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miércoles, 4 de marzo de 2015

El pintor que quiso triunfar


Y para acabar por hoy otro cuento de talla XL, 


El pintor que quiso triunfar

Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al final


Éste era un pintor que solía hacer copias de postales, láminas y obras de otros pintores, pero un día se propuso triunfar, demostrar su valía con una obra propia que causara admiración.
Para ello, pensó en primer lugar, en el tipo de material que debía emplear como soporte: el lienzo, la tabla y el papel eran muy corrientes y su obra debía ser tan diferente que concitara también la admiración por la base empleada. Así que, tras mucha meditación, se decidió por una placa de arcilla cocida.
El tamaño también era importante; todos los cuadros famosos, salvo la Mona Lisa y algún otro, eran de buen tamaño, así que se decidió, tras pensárselo mucho, por un cuadrado de cincuenta centímetros de lado. Decidido esto, se hizo hornear una placa en arcilla roja que encoló sobre una tabla negra y la colocó en el caballete.
Ahora se trataba de decidir la técnica a emplear. El tipo de soporte elegido condicionaba esta nueva decisión. Está claro que la acuarela y el gouache se descartaban automáticamente, que el óleo no parecía el más indicado y la aerografía le parecía demasiado artificial. Tras mucho reflexionar, se decidió por el temple al huevo como más apropiado para el soporte y por su durabilidad.
Luego debía decidir el estilo y el tema, lo que le llevó mucho más tiempo. El estilo condicionaba al tema, del mismo modo que la técnica se subordina al soporte.
La cabeza le daba vueltas: finalmente, entre todas las tendencias, decidió inclinarse por las siguientes disyuntivas: hiperrealismo versus impresionismo, ya que ambas opciones permitían utilizar un mismo tema, sólo que con otro filtro mental a la hora de traducirlo. Al cabo de los días de cavilar y cavilar se decidió por el impresionismo puntillista.
 Ahora tocaba elegir entre naturalezas muertas, paisajes, retratos,... . Mucho le costó pero al fin se decidió por un paisaje agrario, recuerdo de su infancia en el campo. Así que, tomando los pinceles más pequeños que tenía, y armándose de paciencia, comenzó a pintar una casa en una verde pradera cuajada de margaritas y siguió y siguió pintando durante días hasta llegar al cielo contrastando con una nubecilla y las últimas volutas de humo de la chimenea.
Admiró su obra y se dijo:
-          Esto sí es arte
Así que, junto con otros muchos de sus cuadros, sencillas copias como ya hemos dicho, montó una exposición en la que su nueva obra, enmarcada en pino natural y destacando sobre el fondo negro, ocupaba un lugar preeminente.
En la inauguración, el vernissage consistió en abundante cava de la tierra y montaditos variados.  Acudió mucho público, posiblemente atraído por la comida y la bebida gratis, se descorcharon muchas botellas, tantas que se hizo corto. Finalmente el público desfiló sin hacer ninguna mención especial a la obra objeto del acto. Queremos creer que se debía a la cantidad de cava ingerido el hecho de que no repararan en ella.
El pintor se sintió deprimido, no porque económicamente hubiera ido mal el acto, porque había podido vender muy bien unos cuantos cuadros, sino porque no se había valorado aquello que tanto le había costado crear.
Regresó a su estudio e, instintivamente, comenzó a pensar en una nueva obra que sería un retrato hiperrealista a gran tamaño en acuarela sobre papel artesano, lo que le proporcionó un nuevo impulso para seguir adelante.

Cualquier decisión que tomemos, por muy meditada que esté, siempre va a condicionar las decisiones ulteriores y, por mucho que se cavile y se tomen medidas, no siempre se alcanza el éxito. Lo importante es no desfallecer y reintentarlo las veces que haga falta.

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