PÁGINAS RECOMENDADAS

viernes, 27 de marzo de 2015

El bosque prohibido

Un nuevo cuento de la última cosecha, o también podría ser un trascuento múltiple en bucle entre universos paralelos.









EL BOSQUE PROHIBIDO


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 

vídeo que figura al pieÍ

Cierta mañana en que me encaminaba a la ciudad para hacer unas compras, pensé que el camino daba un gran rodeo y que me podría ahorrar una hora de marcha si atravesaba el Bosque Prohibido. Por las prisas y por la atracción de lo vedado me interné por un claro   que penetraba en ese terreno que nadie había pisado nunca desde que se tiene memoria.
Cuando llevaba un rato caminando, esquivando árboles y matorrales, pude ver a dos conejos que, con muchas prisas, marchaban por una especie de senda. 
Yo había leído de una niña que seguía a un conejo blanco que corría mirando su reloj y decidí hacer lo mismo, pero iban demasiado rápido para mí. Antes de que se perdieran en la distancia les oí decir:
- Dos pícaros galgos
nos vienen siguiendo.
- Pero no son galgos.
- ¿Pues qué son?
-Podencos.
-¿Que podencos dices?
¡Sí, como mi abuelo!
Galgos y muy galgos,
muy vistos los tengo.
Al poco aparecieron por allí, en su persecución pero sin muchas prisas, dos galgos algo cansados, a los que pude oír decir:
- He visto dos liebres
correr como el viento.
- ¿Unas liebres dices?
Por mí son conejos.
- ¿Con esas orejas?
Debes estar ciego.
También se perdieron de vista y continué mi camino.
A lo lejos pude ver una casita. Hacia ella, tratando de esconderse entre los troncos y los matorrales, caminaba una vieja muy sospechosa, con una cesta en el brazo y una roja y brillante manzana en la mano. Al poco la vi tropezar y caer y se perdió de vista.
Con muchas precauciones me acerqué y pude ver un pozo. Era profundo y debió caerse allí. A la orilla estaba la manzana aquella tan apetitosa y estuve tentado de hincarle el diente, pero me contuve y la arrojé al fondo del pozo, para ver cuan hondo era. El ¡Chooof" tardó en oírse, lo que indicaba que era muy profundo y, aunque lo hubiera intentado y tuviera una larga cuerda, habría sido imposible sacar a la vieja. Descanse en paz.
Cuando ya me alejaba se oía cantar. Eran siete pequeñas figuras que se encaminaban a la casa cantando ¡Aibó! ¡Aibo! No supe si eran enanos o si se veían así por la distancia y no me preocupaba demasiado, lo importante era seguir caminando porque ya había perdido mucho tiempo.
Encontré, en la dirección que me interesaba, una especie de senda que debía ser la trocha de paso de la fauna local y continué mi viaje.
A la derecha, entre las copas de los pinos, asomaba una alta torre y, al acercarme , pude ver que se trataba de un imponente castillo. Por la puerta salía en ese momento una bella joven enfundada en un horrible jersey de punto. Yo me escondí entre unas matas para que no me vieran y la escuche decir a su acompañante, que supuse sería su doncella:
- He encontrado en lo más alto de la torre una rueca y, a base de pinchazos, he logrado aprender a hilar la lana. ¡Mira qué jersey más bonito me he tejido!
Doblaron la esquina, se perdieron de vista y yo me alejé del castillo, reencontré la senda y continué caminando.
La verdad es que el viaje estaba resultando muy entretenido y no sé por qué le llamaban el Bosque Prohibido, yo no veía peligro alguno.
En un recodo me tropecé con una casita multicolor; parecía hecha de chocolate, caramelo y pasteles, la puerta parecía muy sólida, como hecha de turrón de Alicante. 
Dos niños se alejaban de allí comiéndose grandes ladrillos marrones que imagino serían de chocolate. En una esquina de la casita se veía que faltaba un gran trozo de muro cerca de los cimientos. No me atreví a acercarme por si había alguien dentro y me culpaba del daño.
Cuando ya me estaba pensando acercarme; no tardó en aparecer, montada en una escoba una fea bruja, aterrizó, abrió la puerta, penetró en la casita dando un fuerte portazo que hizo retemblar el suelo. Del portazo, como faltaba un buen trozo de muro, se acabó derrumbando toda la casa sobre la bruja. Esperé un rato por si era capaz de salir de aquellos dulces escombros, pero no lo hizo. Aproveché para coger una teja que me fui comiendo según me alejaba.
Me alcanzó una niña que llevaba un cántaro en la cabeza y le pregunté:
- Hola ¿a dónde vas?
- Voy a la ciudad a vender este cántaro de leche y comprar una canasta de huevos para sacar pollitos, y luego pienso hacer muchos más negocios hasta hacerme rica, porque soy pobre de solemnidad.
- Pues te deseo suerte, me parece que la vas a necesitar. Y mucho ánimo, y mucho trabajo y sacrificios si quieres lograrlo.
En éstas que; caminando, caminando, la niña tropezó en una piedra del camino y que, sumida en sus pensamientos, no había visto y se le cayó el cántaro. Suerte que yo estaba cerca y logré cazarlo al vuelo sin que se derramaran más que unas pocas gotas.
Le aconsejé que, a partir de entonces, tuviera mucho cuidado en dónde echaba el pie y espero que así lo hiciera porque iba con mucho más cuidado, lo que le hacía ir más lenta, así que me adelanté.
Ya faltaba poco para la ciudad cuando.....

Me pareció que me despertaba de un largo y profundo sueño; estaba en la cama y amanecía. Me aseé, me vestí, desayuné un poco y me puse en camino  a la ciudad para hacer unas compras, pensé que el camino daba un gran rodeo y que me podría ahorrar una hora de marcha si atravesaba el Bosque Prohibido. Por las prisas y por la atracción de lo vedado me interné por un claro   que penetraba en ese terreno que nadie había pisado nunca desde que se tiene memoria.
Cuando llevaba un rato caminando, esquivando árboles y matorrales, pude ver a un conejo parado frente a una madriguera y hablaba tranquilamente con otro que estaba sentado a la sombra del porche; mientras, se podían escuchar ladridos acercándose. Escondido detrás de un tronco les oí decir:
- Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.
- Pero no son galgos.
- ¿Pues qué son?
-Podencos...







1 comentario:

Se admiten comentarios incluso anónimamente. Lo único es que no se publicarán hasta su filtrado para evitar cosas indeseables para todos.