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miércoles, 18 de febrero de 2015

El sastre y el Emperador







Un "trascuento" sobre "El traje nuevo de el Emperador", en donde se descubre el desenlace y el destino de tan fatuo personaje.



EL SASTRE Y EL EMPERADOR



Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el  vídeo que figura al pie 
Una vez había un sastre muy hábil y  trabajador, pero tenía un gran defecto y era su afición a la bebida, por lo que era pobre de solemnidad al no conseguir que le encargaran trabajos, ya que estaba siempre ebrio.
Un día en que estaba más bebido, si cabe, que de costumbre, no hacía más que quejarse de su mala suerte a pesar de ser, según él,  el mejor sastre de todo el país y alrededores. Esto llegó a oídos del Emperador, que era muy presumido, y mandó llevarlo a palacio.
Entonces le dice el Emperador
-Ha llegado a mis oídos que eres el mejor sastre del Imperio y de todos los países vecinos, por tanto te emplazo para que me confecciones unos vestidos dignos de mi alto rango.
-Majestad Imperial; le han informado mal, aquel día estaba yo muy borracho y no sabía lo que decía.
-No valen excusas, ya te he dicho lo que tienes que hacer y ya puedes ponerte manos a la obra. Piensa que ya me engañaron una vez con un vestido inexistente y nadie me va a engañar de nuevo; o sea que cumple bien lo que te he encargado o te mandaré cortar la cabeza, pero si quedo satisfecho con tu trabajo podrás pedirme lo que quieras.
 El sastre, desesperado, se fue a la taberna y se puso a beber y beber para intentar olvidar el mal momento que había pasado, e intentando encontrar en el vino la inspiración que le permitiera salir del atolladero.
Cuanto más desesperado estaba llegó un misterioso anciano y le preguntó:
-¿Qué te pasa que estás tan preocupado?
El sastre le explicó lo que le había pasado y el anciano le dijo:
-Yo te ayudaré, pero tendrás que entregarme el cetro imperial que le pedirás como recompensa.
 Atontado por los vapores del alcohol y animado por la posibilidad de salvar la cabeza, aceptó el ofrecimiento.
El anciano le entregó una aguja que, según le dijo, tenía el poder de coser todo, sin hilo y sin que se notasen las costuras.
Cuando se despertó al día siguiente y se recuperó de la resaca creyó haberlo soñado, pero allí estaba el estuche con la aguja.
Hizo una prueba cosiendo el vaso de vino a la escudilla de las gachas y quedó como si estuviera soldado, tan fuerte era la costura. Después salió al campo y tomando los pétalos de una flor los cosió haciendo así un bonito pañuelo fino y delicado y en el que no se notaba costura alguna.
En vista de lo bien que funcionaba la aguja se puso febrilmente a la faena y cosió una roja túnica de amapolas, adornada con pétalos de rosas amarillas y blancas en bordes y puños, una cota de brillantes escamas de atún,  una capa de plumas de faisán plateado y un casco de brillantes y negros élitros de escarabajo rinoceronte adornado con un airoso penacho de vilanos.
El emperador quedó maravillado por aquellas regias vestiduras y le dijo:
-Has hecho el encargo a la perfección, incluso has superado mis expectativas, y como yo cumplo lo que prometo, ya puedes pedirme lo que quieras.
-Majestad, sólo le pido el cetro imperial
- Pídeme lo que quieras, pero eso no, es el símbolo de mi autoridad que ha sido transmitido por mis antepasados desde hace muchos siglos.
Indignado, además, por el atrevimiento lo echó con cajas destempladas y le dijo que diera las gracias de que no lo metía en una mazmorra.
El sastre, abatido, se volvió a refugiar en la bebida y, cuando estaba más bebido en la taberna, llegó el anciano y le preguntó
-¿Cómo te ha ido con el Emperador?
 El sastre se lo explicó y el anciano le dijo:
-No te preocupes que yo ya me encargaré de él por no cumplir sus promesas, pero tú vete muy lejos, donde no te pueda alcanzar su ira después de mi lección; y deja de beber, que ya has visto las consecuencias del vicio.
El sastre se marchó a otro país muy lejano y, con su aguja mágica, cosiendo bellos ropajes vivió holgadamente y sin probar una gota el resto de sus días.
El Emperador quiso hace admirar a su pueblo las maravillosas vestiduras que le había hecho el sastre y preparó un desfile, luciéndose en pie sobre una plataforma que recorrería las calles más importantes de la capital. 
El pueblo admiraba sus ropajes y lo vitoreaba; pero tan pronto llegó a la plaza principal se deshicieron todas las costuras y allí quedó, desnudo, sobre un montón de pétalos mustios, un montón de escamas apestosas de atún, élitros, plumas y vilanos volanderos, siendo el hazmerreír del pueblo y, como ya era la segunda vez que demostraba su presunción y estupidez, se rebelaron contra él y lo derrocaron; con lo que, en el saqueo del palacio, entre otras cosas valiosas, desapareció el cetro y ya no se ha vuelto a ver, aunque no me extrañaría que estuviera en manos de un misterioso viejo que merodea por las tabernas.





Este trascuento es la continuación de:

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