Un "trascuento" sobre "El traje nuevo de el Emperador", en donde se descubre el desenlace y el destino de tan fatuo personaje.
EL
SASTRE Y EL EMPERADOR
Puede escucharse mientras
se sigue el texto en el
vídeo que figura al pie
Una vez había un sastre muy hábil y trabajador, pero tenía un gran defecto y era
su afición a la bebida, por lo que era pobre de solemnidad al no conseguir que
le encargaran trabajos, ya que estaba siempre ebrio.
Un día en que estaba más bebido, si cabe, que de
costumbre, no hacía más que quejarse de su mala suerte a pesar de ser, según él, el mejor sastre de todo el
país y alrededores. Esto llegó a oídos del Emperador, que era muy
presumido, y mandó llevarlo a palacio.
Entonces le dice el Emperador
-Ha
llegado a mis oídos que eres el mejor sastre del Imperio y de todos los países
vecinos, por tanto te emplazo para que me confecciones unos vestidos dignos de
mi alto rango.
-Majestad
Imperial; le han informado mal, aquel día estaba yo muy borracho y no sabía lo
que decía.
-No
valen excusas, ya te he dicho lo que tienes que hacer y ya puedes ponerte manos a
la obra. Piensa que ya me engañaron una vez con un vestido inexistente y nadie
me va a engañar de nuevo; o sea que cumple bien lo que te he encargado o te
mandaré cortar la cabeza, pero si quedo satisfecho con tu trabajo podrás
pedirme lo que quieras.
El sastre,
desesperado, se fue a la taberna y se puso a beber y beber para intentar
olvidar el mal momento que había pasado, e intentando encontrar en el vino la
inspiración que le permitiera salir del atolladero.
Cuanto más desesperado estaba llegó un misterioso
anciano y le preguntó:
-¿Qué
te pasa que estás tan preocupado?
El sastre le explicó lo que le había pasado y el
anciano le dijo:
-Yo te
ayudaré, pero tendrás que entregarme el cetro imperial que le pedirás como
recompensa.
Atontado por
los vapores del alcohol y animado por la posibilidad de salvar la cabeza,
aceptó el ofrecimiento.
El anciano le entregó una aguja que, según le dijo,
tenía el poder de coser todo, sin hilo y sin
que se notasen las costuras.
Cuando se despertó al día siguiente y se recuperó
de la resaca creyó haberlo soñado, pero allí estaba el estuche con la
aguja.
Hizo una prueba cosiendo el vaso de vino a la
escudilla de las gachas y quedó como si estuviera soldado, tan fuerte era la
costura. Después salió al campo y tomando los pétalos de una flor los cosió
haciendo así un bonito pañuelo fino y delicado y en el que no se notaba costura
alguna.
En vista de lo bien que funcionaba la aguja se puso
febrilmente a la faena y cosió una roja túnica de amapolas, adornada con
pétalos de rosas amarillas y blancas en bordes y puños, una cota de brillantes
escamas de atún, una capa de plumas de
faisán plateado y un casco de brillantes y negros élitros de escarabajo
rinoceronte adornado con un airoso penacho de vilanos.
El emperador quedó maravillado por aquellas regias
vestiduras y le dijo:
-Has
hecho el encargo a la perfección, incluso has superado mis expectativas, y como
yo cumplo lo que prometo, ya puedes pedirme lo que quieras.
-Majestad,
sólo le pido el cetro imperial
-
Pídeme lo que quieras, pero eso no, es el símbolo de mi autoridad que ha sido
transmitido por mis antepasados desde hace muchos siglos.
Indignado, además, por el atrevimiento lo echó con
cajas destempladas y le dijo que diera las gracias de que no lo metía en una
mazmorra.
El sastre, abatido, se volvió a refugiar en la
bebida y, cuando estaba más bebido en la taberna, llegó el anciano y le preguntó
-¿Cómo
te ha ido con el Emperador?
El sastre se
lo explicó y el anciano le dijo:
-No te
preocupes que yo ya me encargaré de él por no cumplir sus promesas, pero tú
vete muy lejos, donde no te pueda alcanzar su ira después de mi lección; y deja
de beber, que ya has visto las consecuencias del vicio.
El sastre se marchó a otro país muy lejano y, con
su aguja mágica, cosiendo bellos ropajes vivió holgadamente y sin probar una
gota el resto de sus días.
El Emperador quiso hace admirar a su
pueblo las maravillosas vestiduras que le había hecho el sastre y preparó un
desfile, luciéndose en pie sobre una plataforma que recorrería las
calles más importantes de la capital.
El pueblo admiraba sus ropajes y lo vitoreaba; pero
tan pronto llegó a la plaza principal se deshicieron todas las costuras y allí
quedó, desnudo, sobre un montón de pétalos mustios, un montón de escamas apestosas
de atún, élitros, plumas y vilanos volanderos, siendo el hazmerreír del pueblo
y, como ya era la segunda vez que demostraba su presunción y estupidez, se
rebelaron contra él y lo derrocaron; con lo que, en el saqueo del palacio,
entre otras cosas valiosas, desapareció el cetro y ya no se ha vuelto a ver,
aunque no me extrañaría que estuviera en manos de un misterioso viejo que
merodea por las tabernas.
Este trascuento es la continuación de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se admiten comentarios incluso anónimamente. Lo único es que no se publicarán hasta su filtrado para evitar cosas indeseables para todos.