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domingo, 22 de febrero de 2015

El pastor y el ogro



Un nuevo cuento que intenté escribir al estilo de aquellos que me contaban de pequeño, no sé si lo he conseguido, pero espero que os guste



EL PASTOR Y EL OGRO


Puede escucharse mientras 
se sigue el texto en el 
vídeo que figura al pie

Érase que se era una vez un zagal que pastoreaba su rebaño por un pastizal en una amplia explanada, en cuyo  centro lucía un hermoso roble.
Aquel terreno era muy niscalero y el pastor aprovechaba, mientras sus ovejas comían, para llenar su cesta de esos deliciosos hongos hasta que, bajo un pino, descubrió el níscalo más grande que había visto en su vida. Sacó la navaja y, cuando se disponía a cortarlo, salió del tronco un duende que le dijo.
-Por favor, no cortes mi casa y te concederé tres deseos
-Bueno, - dijo el pastor - no lo cortaré
-Pues di cuáles son tus deseos y piensa que si son exagerados, si tienen un asomo de ambición, no te serán concedidos.
El pastor no pensó en ningún momento en riquezas, honores ni poder y pensó en las cosas que realmente le importaban cada día, por lo que le dijo:
-El primero es que estas abarcas que llevo me duren para siempre y me hagan más fácil el correr tras las ovejas y recorrer sin cansancio los montes tras el rebaño
-Sea como dices - dijo el duende, haciendo un gesto con las manos
-El segundo es que nunca me falte un trozo de pan y queso en mi zurrón.
-Que se cumpla tu deseo - dijo el duende, metiendo en el zurrón una hoja de una planta desconocida.
-Y el tercero es que, como en poco tiempo ya se me han roto tres cayados, quiero que éste sea fuerte como el acero, contundente como una roca y ligero como una pluma.
-Has sido prudente en tus deseos y, por lo tanto, todos te son concedidos; ahora adiós
Y dicho esto desaparecieron misteriosamente duende y níscalo.
 Pasó el tiempo y el pastor disfrutaba de las cualidades de sus abarcas, corriendo como una exhalación  por los montes y sin cansarse nada, comiendo el pan con queso de su zurrón y siempre quedaba un trozo dentro, y hasta se permitía romper alguna roca con el cayado sin esfuerzo y sin que éste sufriera el menor rasguño.
Pero la felicidad no dura siempre; un día salió de las cuevas del nacimiento del río, donde se guarecía, el ogro más maligno de todos los contornos, se llegó hasta la explanada donde estaba el rebaño y al ver al pastor reposando bajo el roble, así le dijo.
-Soy el ogro Manducón
corre o serás mi ración
El pastor le respondió
-Ni pienso correr
ni pienso escapar
si quieres comer
me habrás de pillar.
-Pues como tu digas - dijo el ogro - echemos una carrera y si gano yo te como a ti y a tu rebaño y si ganas tú te dejo en paz por hoy.
El ogro contaba con que el pastor no tenía nada que hacer contra su fuerza y sus largas piernas.
Salieron corriendo pero el ogro era incapaz de alcanzar al pastor calzado con sus abarcas. Llegaron hasta los Picos del Oso y volvieron al roble; el pastor estaba tan fresco y descansado, pero el ogro iba con la lengua fuera y tan derrengado que se dejó caer sobre el pasto, abandonando la persecución.
Al día siguiente regresó el ogro, ya repuesto, y con ganas de comer.
-Soy el ogro Manducón
corre o serás mi ración
y como estoy muerto de hambre, dame una oveja o te como a ti y a tu rebaño
-Mira - dijo el pastor - hoy elijo yo la prueba y si tienes hambre te propongo una que te va a satisfacer
-Cuenta - dijo el ogro.
-Pues te reto a comer - dijo el pastor enseñando ostensiblemente su menguado zurrón - nos comemos lo que llevamos cada cual en el zurrón y el que tarde más o se deje una migaja habrá perdido.
-Tú eres muy listo - dijo el ogro pensando en que él llevaba en el zurrón una hogaza grande de pan y un buen trozo de tocino y que el pastor tenía un zurrón tan pequeño pero yo elijo el zurrón; dame el tuyo, toma el mío y comencemos a comer.
El pastor, con muchos sacrificios, se acabó de comer la hogaza y el tocino, pero el ogro no se acababa  el pan con queso porque siempre había en el fondo del zurrón un trozo de cada cosa.
El ogro acabó ahíto y, dándose por vencido, se retiró cansinamente a su cueva.
Al día siguiente regresó y dijo
-Soy el ogro Manducón
corre o serás mi ración
estoy harto de ti y de tus triquiñuelas, esta vez no me vas a ganar y te comeré a ti y a tu rebaño
Y con su fuerza ogruna arrancó de cuajo el roble y pretendió golpear con él al pastor;  pero éste que estaba ojo avizor, con ágiles saltos iba esquivando el árbol que, al golpear con fuerza en el suelo, iba quedando reducido a astillas. Cuando ya al ogro no le quedaba en las manos más que un palito, comenzó el pastor a atizarle con el cayado y cada golpe le arrancaba un ¡ay! de dolor.
Finalmente, el ogro, magullado y humillado dijo
-No me pegues más; te daré todo lo que tengo, te daré mi tesoro ¡ay! ¡ay!. No me pegues más, lo tengo escondido en la Cueva del Farallón, llévatelo pero no me pegues, déjame y me marcharé a Sierra Morena y no me verás nunca más.
-Está bien - dijo el pastor sal corriendo porque si te veo otra vez por aquí te parto el espinazo con mi cayado.
El ogro se marchó para siempre; el pastor siguió tan feliz cuidando su rebaño en aquel prado que, desde entonces, comenzó a ser llamado “Roble ya no”[1]. Tan feliz era con sus abarcas, su zurrón, su cayado y su rebaño que ni se volvió a acordar de lo que el ogro le había dicho de su tesoro y no fue a buscarlo. A buen seguro se debe encontrar aún allí. Si algún día vais a la cueva mirad con cuidado por entre las estalactitas y las estalagmitas, pero mucho ojo no vaya a ser que el ogro haya vuelto.





[1] Se llama hoy en día Roblellano a un paraje de Riópar (Albacete), próximo a la Cueva de Los Chorros en donde nace el Río Mundo 

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